La que nos espera (22)
Por Javier Lorenzo.
– Roger, No te lo vas a creer. Ayer vi un fraguel.
– ¿Me lo repite, si no es mucha molestia?
– Un fraguel, Roger, o un “fraggel”, como tú quieras: una especie de homínido peludo de escasa talla que vive en un mundo subterráneo. Pero bueno, ¿es que no has tenido infancia? ¿Nunca viste ese programa? Sí, hombre. De Jim Henson, el mismo que creó Barrio Sésamo, sólo que en una versión más elaborada y adulta. Como Juego de tronos, pero en peluche.
– Me suena. Aunque soy un heredero de Dickens y durante años la televisión de mi familia fue una caja de zapatos, sí, ya los recuerdo.
– Gracias, Roger, por suplir mi escasez de referencias literarias. Que luego me acahacan que pongo pocas comillas y adolezco de citas y literatos memorables y no sé qué responder. Pero a lo que vamos. Estaba viendo el telediario y, de repente, las cámaras grabaron a uno de estos extraños seres saliendo de la cueva.
– ¿Está usted seguro, señor?
– Eso me pareció, Roger. Por unos instantes me llegó el intenso e inocente aroma de mi niñez y también me dio la sensación de que el jardín de Alicia se abría ante mí con todas sus fantasías y aventuras.
– Insisto, señor, ¿no lo habrá soñado?
– Que no, maldito incrédulo. Era un fraguel enorme y llevaba consigo dos bolsas de mano. Quizá llevaba en ellas los calcetines que tanto les gusta lavar.
Con las cejas a la altura de la barbilla, Roger se ha levantado y al cabo ha regresado con la prensa del día, la cual ha puesto ante mí.
– ¿Era éste el fraguel, señor? –me ha preguntado, señalándome una foto-
– En efecto -he respondido ante la evidencia de las portadas-. Éste es.
– Pues lamento desilusionarle, señor, pero este hombre no es un fraguel saliendo de la cueva, sino un empresario saliendo de la cárcel. Y se llama Francisco Correa.
– No me digas, qué decepción. Entonces, ¿no es un fraguel?
– No, señor, como mucho es un “gürtel”.
– Me caen más simpáticos los fraguel, ahora que comparo.
– Dónde va a parar. Aunque sólo sea porque los fraguel no tienen 200.000 euros con los que comprar su libertad.
– De todos modos, con esa nariz y esos pelos, algo de fraguel sí que tiene.
– No voy a cuestionar sus virtudes fisionómicas, señor, porque el sujeto sí que posee como un aire. En cualquier caso, lo que sí le puedo asegurar es que no es un “curri”.
– Ah, aquellos otros seres de la cueva, más minúsculos aún, que no paraban de construir estructuras de caramelo que los fraguel acababan comiéndose o destruyendo.
– Los mismos, señor.
– Curioso paralelismo, Roger. Así que no andaba yo tan desencaminado. Unos trabajando y otros aprovechándose del sudor ajeno.
– Así es, señor. Como usted, pero con malas artes.
– Te quejarás, bellaco, que con más liberalidad no puedo tratarte. No soy como los “goris”, esa familia de gigantones que cultivan rábanos y se creen los emperadores del universo.
– Pues también encontraríamos a muchos “goris” a poco que rascáramos la superficie de este país.
– Y encima me sales iconoclasta. Un poco de mesura, que te veo muy revolucionario, felón. A ver si nos vamos a ir desde Fraggel Rock a la Zarzuela.
– God save the king, señor. Nada más lejos de mi intención.
– Más te vale, pérfido sajón, que pintan bastos. Con todo, me queda una duda. Ahora que el “gürtel” anda suelto, necesitará ayuda y consejo. ¿Y sabes a quién acudían los fraguel cuando necesitaban alivio y respuestas?
– Tengo una ligera idea, señor.
– A la Montaña Basura, Roger. Me da que este Jim Henson, además de productor y titiritero, también era un Nostradamus.
– Y que lo diga, señor.
– A ver si al final, Roger, no vamos a ser más que unos pobres monigotes que viven en un mundo irreal, ignorantes de cuanto ocurre a su alrededor e incapaces de influir sobre su propio destino.