Clases de filosofía en el Teatro Real con Poppea, Nerone y Séneca
Por Meritxell Álvarez Mongay
Las aulas están vacías. Atrás quedaron los años en que, en ellas, se impartían clases de filosofía. Los estudiantes uniformados a los que Séneca educó ya no quieren escuchar discursos moralistas sobre la razón. Poppea prefiere entregarse a la diosa Fortuna y al Amor, y Nerón, ejercer de dictador, ya sea en la Roma imperial o en una universidad italiana sitiada por las Juventudes fachas. Todo ello, al tempi de la nueva orquestación que Philippe Boesmans ha compuesto para L’incoronazione di Poppea, la ópera de Claudio Monteverdi que, bajo el título de Poppea e Nerone, se representa hasta el 30 de junio en el Teatro Real de Madrid.
Un Monteverdi muy actual
“Cada vez que hay una nueva producción de L’incoronazione di Poppea se trata de una obra nueva, porque no existe una partitura original de Monteverdi –explica el director musical Sylvain Cambreling para acallar los reproches puristas de los barroquistas–. Sólo nos han llegado dos copias –una de Venecia y otra de Nápoles –, y son diferentes la una de la otra.”
Poppea e Nerone es una mezcla integral de ambas, donde el clavicordio y el realejo se combinan y confunden con sintetizadores e instrumentos modernos. “Se trata de la música de Monteverdi vestida con jeans y camisa”, aclara quien, desde el foso, dirige a la orquestra de cámara contemporánea Klangforum Wien.
Ya cuando se estrenó, en el carnaval de Venecia de 1642, la ópera del compositor italiano fue una revolución. Si bien es cierto que el género apenas contaba con pocas décadas de vida, era la primera vez que una obra se ambientaba en la Historia y no en una época mítica.
Basada en una historia real
Para ello, el libretista Giovanni Francesco Brusenello se basó en los Annales de Tacitus, donde, entre la vida de otros emperadores, se relatan las veleidades de Nerón. Según parece, el historiador romano tenía algo de manía a su señor, y le hizo pasar a la posteridad como un tirano que, cuando no provocaba incendios ni perseguía cristianos, invitaba al suicidio a familiares y amigos.
Para más inri, era un calzonazos, pues le contaron por ahí las nodrizas a Tacitus que muchos de los crímenes que Nerón cometió fueron instigados por Sabina Popea, la amante despiadada, ambiciosa y, además de bella, bisexual, que se ganó el título de Augusta librándose de su marido, de su futura suegra, de la emperatriz en funciones y de Séneca.
La estratagema le funcionó si tenemos en cuenta que la obra acaba felizmente con su coronación; pero, como apunta Séneca, “de las regias grandezas sólo se ve el resplandor, no los dolores”, y si rastreamos el resto de su biografía, descubrimos que murió de un puntapié propinado por Nerón en su embarazada barriga. Cierto es que, después, éste se arrepintió y ofreció un enorme complejo fúnebre en su honor. El caso es que, sin Popea, todo le fue de mal en peor, y acabó por suicidarse después de que el Senado le declarara, de forma oficial, enemigo público de la ciudad.
Séneca como protagonista
Sin embargo, no son ni la Poppea interpretada por Nadja Michael ni el Nerone de Charles Castronovo los protagonistas de la ópera que sus nombres rotulan. “Me he querido centrar en Monteverdi y en el personaje de Séneca”, señala el director de escena Krzysztof Warlikowski, que ha ambientado esta pieza barroca en una universidad elitista transformada en gimnasio por jóvenes fascistas romanos.
“Aquel filósofo que educó a toda una generación de monstruos me hizo pensar en mi juventud universitaria, cuando tenía veinte o treinta años y creía en la Humanidad, en el Universo y en Dios.” Hasta que un día salió del mejor campus de Cracovia y se dio cuenta de cómo era el mundo fuera de sus libros de filosofía y de historia. “Los totalitarismos del siglo XX nos han dejado muestras de la nefasta relación entre política y filosofía –reflexiona –. Bajo estos regímenes, una universidad que la sociedad quiere que sea democrática deriva en una gran decepción y en una dictadura autodestructiva.”
De estos mismos peligros advierte Séneca a sus pupilos en un prólogo teatral creado por Warlikovski, Christian Longchamp y Jonathan Littel a partir de textos de Michel Foucault, Thomas Hobbes, la novela A Single Man, de Christopher Isherwood, y extractos de Wittgenstein, una película de Derek Iarman.
El orador les habla sobre el miedo como arma utilizada por los políticos contra el pueblo. Miedo a los comunistas y a los negros y a los países extranjeros. A la soledad y a envejecer y al tiempo. Miedo a los dioses y a las alucinaciones. El miedo a que un emperador sea cada vez más rubio y más ario y maquille su cuerpo con polvos talco. Miedo a que desarrolle más sus bíceps que el intelecto. A que decapite poetas, eruditos y páginas de libros.
Miedo a que Poppeas y Nerones calmen sus miedos recortando en educación y subiendo las tasas de matriculación.
Miedo a que Séneca no pueda llegar a fin de mes.
Miedo a las aulas se vacías.
Miedo a que olvidemos para qué sirve la filosofía.