Ir sola a la boda de una amiga ( el baile )
Por Tura Varla
Por supuesto para cuando Ceci se acercó a nuestra mesa para preguntar qué tal, yo estaba borracha como una cuba, deseaba pegarle al futuro marido católico, al futuro marido agreste y al futuro marido profesor callado de mis antiguas tres amigas de instituto.
-¿Qué tal ha estado todo?
-Una boda preciosa y con encanto. Emocionantísima -Dije sin embargo.
-Gracias. ¿Cómo es que has venido sola?
-Ya ves.
-Pues Emocionalmente Agotado ha venido también solo -Oh, no, justo lo que temía-. Es informático.
Y me señaló alzando las cejas al amigo del novio que estaba en la mesa de al lado viviendo una experiencia paralela a la mía. Aunque supongo que menos violenta, para los hombres es siempre más fácil.
-Ya lo saludaré en el baile.
-Oye, ¿pero qué fue de tu novio… Pedante? ¿Se llamaba así?
-Diferencias irreconciliables.
-Yo en realidad siempre te vi con Perfecto, pero nunca tuvisteis nada, ¿no?
-Bueno, hemos estado a punto varias veces, pero cuando somos amigos… ya sabes.
No, no sabía, ¿qué coño iba a saber? Iba a dejarlo todo por casarse y poner un bar. Ceci, desde luego, no tenía ni la más remota idea de lo que le estaba diciendo.
-Pues era muy mono.
-Y lo sigue siendo, no se ha muerto. Pero ahora estoy medio enrollada con alguien, un poeta. Nada serio.
No sé por qué dije eso. Creo que quería escandalizar a aquella panda de arpías, que en ese mismo instante me miraron como si por fin hubiese destapado a la zorra que llevo dentro. Me gusta pensar que se morían de envidia. Supongo que porque no puedo creer que en serio piensen en eso de la superioridad moral por irse a casar con semejantes zotes. Bueno, puede que también hiciera puntos para que no me invitaran a sus bodas.
Llegó el momento del baile y yo decidí que, lo mejor, era tomarse una copa y, discretamente, llamar a un taxi que me llevase a casa lejos de aquel despropósito. Las tres parejas se pusieron en un rincón a discutir de sus cosas. Yo me disculpé con una sonrisa y me pedí un gin-tonic. Resoplé en el mismo momento en el que me lo pusieron en la mano.
-Yo pienso justo eso.
Emocionalmente Agotado estaba a mi espalda. Por un momento tuve la tentación de tirarme la copa por encima y alegar que tenía que ir al cuarto de baño a limpiarme con tal de salir de allí. Pero el tipo me echó una sonrisa que parecía simpática.
-¿Tú también los odias?
-Profundamente. He venido a hablar contigo porque todos los miembros de mi mesa menos la rubia oxigenada…
-Valentina, es inofensiva, la conozco…
-Bueno, es la única que ha conseguido caerme bien porque es la única que no ha intentado que ataque tu desesperación por haber venido sola a la boda de una amiga con fines sexuales.
-Lo sabía. ¿Por qué se da por hecho que una tía tiene que follarse al primero que se cruce porque el no ser la que se casa le causa una especie de crisis?
-¿Por qué se da por hecho que un tipo como yo podría tener interés en una editora estirada?
-Ey, tampoco hace falta que ofendas.
-Empezaste tú diciendo que tendrías que estar muy desesperada para acostarte conmigo.
Me quedé cayada con el índice en su dirección, pero la verdad no sabía qué decir. El tipo me caía bien. No sé ni cómo terminamos sentados en una escalera fumándonos un porro que hubiera
escandalizado a mis compañeras de mesa. Habíamos desaparecido juntos y, bueno, ya pensaban que era una zorra, así que qué más daba. Emocionalmente Agotado tenía una novia en el extranjero. Una tía lista, que estaba en mil cosas de derechos humanos y la iban cambiando de país. Él le había pedido matrimonio en Congo hacía dos semanas. Ella había torcido el gesto y le había dicho que se acostaba con su jefe. Que creía que era mejor para su carrera. Me atraganté con el humo del porro y me eché a reír como una loca.
-¿En serio? Joder, pobre. Perdona que me ría pero… ¿esto a los hombres también os pasa?
-Y lo peor es que siempre quise casarme, tener niños. Era la mujer de mi vida. Sólo había estado con ella y… bueno, ahora me parece que no sabría ni por dónde empezar. Por eso me ha molestado que quisieran emparejarme contigo.
-¿Quieres una copa? Yo desde luego necesito una.
-Sí, traeme una de esas.
Por el camino, mientras todos se restregaban en la pista como animales en celo, un familiar del novio se había puesto la corbata en la cabeza y dos señoras mayores se agarraban para bailar un pasodoble, Valentina me interceptó.
-¿Dónde estabas?
-Por ahí, esto es un coñazo.
-No te habrás ido con Emocionalmente Agotado.
-¿Tu quoque, Valen? No me sermonees, anda, que bastante he tenido con las tres Sandras Dee de mi mesa.
-¿Te ha contado lo de la novia del Congo?
-Sí, ¿no te parece horrible?
-Lo que me parece horrible es que seas tan pazguata, querida.
Sí, Valentina acostumbra a decir palabras como pazguata. Normalmente forma parte de su encanto, pero este era un caso especial.
-¿Por?
-Eso pasó hace cinco años. Desde entonces les cuenta a las tías esa historia para hacerse el sensible y follárselas. Y luego si te he visto no me acuerdo. Se está vengando de ella con todas nosotras, querida.
-¿Y tú cómo sabes…? Joder, Valen, ¿en serio?
-Sí, me lo contó en el cumpleaños del que hoy es el novio y entonces la pazguata fui yo.
El porro, la borrachera y la tensión de aquel día hicieron su efecto. Me eché a reír con tanta fuerza que casi me caigo de los tacones.
-Dime que por eso te has traído al más uno ese al que no has hecho ni caso.
Entonces fue Valentina la que se echó a reír.
-Eso, bonita, es un secreto secretísimo.