Alcoholes y otras substancias
José Viñals
Ediciones Amargord, 2012.
Por Carlos Huerga
Hace tan solo dos años, la Editora Regional de Extremadura nos deleitó con una antología poética del autor hispanoargentino José Viñals (nacido en 1930 en Corralito, Argentina e hijo de españoles; vivió su infancia y juventud en Argentina, hasta que en 1979 emigró a España por motivos políticos y falleció en Málaga en 2009), un poeta poco conocido y sin embargo, cada vez más reconocido dentro de las poéticas laterales que combaten los cánones del poder establecido. Aquella antología titulada Caballo en el umbral, recogía parte de su obra poética entre los años 1958 y 2006 y supuso para el que esto escribe no solo un sorprendente descubrimiento, sino también una aparición musculosa, iluminadora, necesaria, en el siempre condescendiente panorama poético español.
Ahora, en 2012, como un acto de justicia poética, la editorial Amargord publica (en su recién estrenada colección Once) uno de los títulos más significativos de José Viñals, Alcoholes y otras substancias, redactado en 1993 y publicado por primera vez en el tercer volumen de su Poesía reunida en 1995; y de nuevo, los poetas y críticos Benito del Pliego y Andrés Fisher nos ofrecen, como ya hicieran en la citada antología, un prólogo clarificador sobre la poesía viñaliana y la importancia de su reedición.
Pocos poetas en España han escrito desde cierta ubicación marginal con tanta luz arrojada sobre la oscuridad y desde la oscuridad. Leopoldo María Panero, Antonio Gamoneda, José Viñals. No hay muchos más. Y en esa línea de poesía “oscura” y de raigambre vanguardista, heredera de un lenguaje prosaico (Aloysius Bertrand, Lautréamont, Rimbaud) que se amolda a los abismos del espíritu, y que por tanto, resulta incómodo para los lectores más mojigatos, se encuentra José Viñals.
Si bien Alcoholes y otras substancias se divide en cuatro secciones aparentemente muy diferentes, los poemas guardan una coherencia singular, tanto en su forma como en su contenido. Según el DRAE, la sustancia es: “ser, esencia o naturaleza de algo”. De ahí la connotación del título, que le permite a Viñals ahondar en los distintos estados de la conciencia para hablar del misterio del alma, de las verdades reveladores del sexo carnal o de cierta genealogía poética. Sin remilgos ni censuras. Porque la poesía también es aquello que no es poesía, y Viñals se ha ocupado de demostrarlo. Él mismo decía en una entrevista en 2008: “La poesía no tiene que ver con la literatura, sino con el espíritu”. Por ello, ese título, alusivo al mundo del alcohol y las drogas, es un pretexto para profundizar en el conocimiento de las cosas, así como para emprender un viaje por los distintos estratos de la lengua, con un uso del léxico procaz, dando cabida a lo fisiológico, lo físico, lo grotesco, y lo culto. “La materia del alma es infinita y carece de escrúpulos”, dice un verso de su poema “Gramática”, por otra parte, una sincera e irónica (Po)ética. En esa hibridación entre lo vulgar y lo culto, que además supone una reivindicación política, asistimos a un efecto chocante que combina una herencia más clásica con otra más vanguardista: “Y luego vengo yo, que como gallina en pepitoria y eructo sin piedad contra el rostro pulido de la luna”. O, por ejemplo: “Sobre la mesa ruda de la cocina acaba de fornicar la Bestia. Febriles y adiposos lucen aún los glúteos de la Dama”.
El uso de la prosa es otro rasgo característico en Viñals que resulta idóneo para su escritura híbrida. La prosa permite una gran flexibilidad y libertad que Viñals se ha encargado de explotar, tanto en el ritmo, como en la armazón de las estructuras sintácticas, con numerosos versículos carentes de verbos, paralelismos, anáforas, y combinaciones de sintagmas unidos por conjunciones, que parecen una reverberación de alucinaciones que son también verdades del alma e iluminaciones de la lengua.
Ante tanta osadía y cuestionamiento de la realidad, la ironía juega un papel principal a lo largo del poemario, algo que es extensible al resto de su obra. Por ejemplo, ya en el comienzo, el lector se topará con un personaje que es un trasunto del propio poeta, llamado “La Bestia” y con otro denominado “La Dama”. Asimismo, ese distanciamiento permite a Viñals hablar sin tapujos y deformar al personaje-sujeto, posibilitando un mayor juego de la alteridad. La ironía, brota como un poso de sabiduría y de carga crítica en poemas como “Hogareña”, “Elegías de Duino”, Poeta”, “Poeta menor” o “Gramática”.
Al final comprobamos cómo el lenguaje poético de Viñals se busca a sí mismo por medio de desplazamientos y transgresiones. Recordemos que Fisher y del Pliego señalaban en el prólogo, que a pesar del panorama conservador de los años 90 en la poesía española, hubo cabida para poéticas de “oposición crítica”. Y Viñals es, sin duda, uno de los poetas más visibles y prolíficos de las últimas décadas que sigue esa línea experimental, que a su vez constituye una relectura de la tradición, una tradición que debería ser heterogénea y multicultural, así como permeable hacia otras poéticas laterales. Gracias a él, la poesía en español tiene más verbosidad y da cabida a estructuras y tonos que antes no habíamos leído.
Viñals es uno de esos poetas que uno espera leer por su indagación en el lenguaje, por su honestidad descarnada, por su incursión en el riesgo. Como decía el propio autor en una entrevista poco antes de morir: “La poesía también es un acto de resistencia, es un acto de conciencia”. Y en ese desplazamiento, que supone la poesía comprometida con la exploración de la lengua, se encuentra José Viñals.