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Los Juegos del Hambre: la violencia como invitación a la reflexión

Por Mariano Velasco

El tratamiento de la violencia en películas o novelas destinadas a un público juvenil o adolescente fue uno de los temas que tuvimos oportunidad de abordar en el programa de Radio Exterior “Continum”, en el que amablemente fuimos invitados a participar a raíz de la publicación en CULTURAMAS del artículo “Los Juegos del Hambre, novela frente a película”.

 

http://www.rtve.es/alacarta/audios/continum/continum-hola-mundo-cruel-25-05-12/1420308/

 

Resultaría absurdo negar que, en el caso de “Los Juegos del Hambre” gran parte del éxito de novela y película reside en que ambas ponen sobre la mesa un tema extremadamente cruel: la muerte concebida como puro espectáculo, un planteamiento que atrae a gran cantidad de lectores y espectadores. La duda surge a continuación: ¿hasta qué punto resulta oportuna la utilización de la violencia y la crueldad en literatura o cine?, ¿deberíamos, por el contario, huir de este tipo de temas, sobre todo cuando nos dirigimos a un público adolescente?

 

En el caso de “Los Juegos del Hambre” las dudas se nos multiplican debido a que novela y película ofrecen un planteamiento redundante del asunto, en el que, casi a la manera de las matrioskas o de los cuadros de Escher, al espectador/lector se le ofrece un espectáculo sobre la violencia en el que la violencia es presentada como espectáculo. El teatro dentro del teatro, para más inri.

 

No estaría de más tener en cuenta al abordar este asunto el tan manido concepto de lo “políticamente correcto” que, en numerosas ocasiones y llevado a sus máximas consecuencias, pudiera hacernos caer en situaciones absurdas. Así, son numerosos los argumentos, episodios o finales de películas y novelas que “chirrían” por culpa de un excesivo cuidado en no caer en imágenes o situaciones demasiado crueles o violentas. No es el caso de “Los Juegos del Hambre”.

 

Sin embargo, muchos de los miles y miles de espectadores que acuden estos días a ver el musical de El Rey León se habrán podido hacer un planteamiento similar. Espectáculo – grandioso, por cierto – concebido para todos los públicos y en especial, para los más pequeños, tal vez pueda resultar políticamente correcto en exceso precisamente en la escena de su desenlace. En ella Simba se enfrenta a su tío Scar, culpable, no lo olvidemos, de la muerte de su padre. En el joven león late, indudablemente, un sentimiento de venganza que le llevaría a desear la muerte de su propio tío. Sin embargo, la escena se resuelve con una muerte que parece más por accidente que por venganza. ¿Hubiera sido conveniente ofrecer al espectador la evidencia de un ferviente deseo de Simba por vengar la muerte de su padre? La pregunta la dejamos en el aire.

 

Convendría tener presente a la hora de enfrentarse a cualquier manifestación artística que lo violento, entendido como algo negativo, no reside tanto en los contenidos como en las formas, y que poner a la vista del espectador sentimientos tan – por desgracia – humanos como la violencia o la crueldad, incluso ante un público infantil o juvenil, también puede ser una manera apropiada de transmitir determinados valores, siempre que se haga de forma correcta, buscando aportar soluciones y tratando de provocar una reflexión en el espectador/lector. Ahí es donde residiría la clave del asunto, en que la violencia no resulte nunca gratuita. Reflexionemos pues ante la visión de esa sociedad tan deshumanizada que se nos presenta en “Los Juegos del Hambre”, que bien podría ser la nuestra dentro de alguna años teniendo en cuenta la pérdida de valores a la que estamos viéndonos sometidos, y planteémonos qué está en nuestra mano hacer para evitarla.  

 

Ya en los cuentos clásicos que tantas y tantas veces hemos escuchado de pequeños, encontrábamos violencia por todos lados, pero como niños desprovistos de prejuicios la asumíamos como un elemento más de aprendizaje para nuestras vidas e, incluso, como algo que pudiera resultar liberador gracias a su atractivo componente lúdico y, en muchos casos,  hasta cómico. Recientemente, durante la presentación del festival de títeres “Titirimundi” en Madrid, su director Julio Michel recurría a este mismo argumento al reconocer que sí, que los títeres de cachiporra también son violentos, pero que se trata de una violencia “liberadora” que provoca la sana risa del espectador, nada más.

 

Y es que la mayor parte de la veces no resulta tan violento el títere que reparte mamporros y cachiporrazos como el espectador que, ante semejante demostración de violencia, no es capaz ni de reflexionar ni de reírse, y solo atina a repetir para sus adentros dale, dale y dale.

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