Mis peripecias por España
Por Juan Laborda Barceló.
Mis peripecias por España, Lev Trotski, Reino de Cordelia, 182 págs, 15, 95 Euros.
“Señora, España y yo somos así”, es una de las más famosas y divertidas frases del olvidado dramaturgo Eduardo Marquina. Esta máxima podría aplicarse a cualquier época de nuestra historia, bien reciente, bien lejana, pero en este caso haremos referencia a ese mal conocido por la mayoría de españoles inicio del reinado de Alfonso XIII. El final de su mandato es ampliamente difundido cada vez que nuestro calendario pasa por el 14 de abril, pero los años comprendidos entre 1902 y 1923 son igual o más importantes. La querencia española por las fechas totémicas y las campañas orquestadas a favor de tal o cual suceso del pasado los han relegado, no historiográficamente, pero sí en el interés general, a un injusto segundo plano.
El concepto político de la Restauración, concretado en la Constitución de 1876 y propulsado por Alfonso XII y Cánovas del Castillo, daba sus últimos coletazos en la primera década del siglo siguiente. La decadencia del sistema era abrumadora. Sin contar con la omnipresente humillación del 98, el primer cuarto del siglo XX se verá marcado por intentos de fractura revolucionaria del sistema (Semana Trágica de 1909 y Asamblea de Parlamentarios de 1917), auge del movimiento obrero y del republicanismo, nuevas fórmulas de colonialismo en el norte de África, intervencionismo político del ejército e incluso oleadas de atentados anarquistas de gran calado. Muestra de ello será el asesinato de don José Canalejas, Presidente del Gobierno, mientras paseaba por el centro de Madrid en 1912 por el anarquista Pardiñas.
En esa turbulenta España tuvo la suerte, o el desatino obligado, de poner sus pies durante una breve temporada un personaje de notaria relevancia. Trotski llegó a la Península Ibérica en noviembre de 1916. En aquel momento ya se habían generalizado los gobiernos de concentración (fórmula que pretendía aunar a las fuerzas políticas afines al sistema para dotarlo, inútilmente, de una mayor continuidad), y el presidente del actual era la singular figura de don Álvaro de Figueroa y Torres, Conde de Romanones, líder del Partido Liberal, cacique vitalicio, amigo personal del monarca y figura pública sui generis donde las haya.
El gobierno de turno no pudo, y no supo, gestionar la presencia del revolucionario ruso en España. Las tensiones sociales habidas y venideras lo impidieron. Éste, una vez obligado a salir de Francia, cruzó los Pirineos y permaneció en España apenas dos meses. Fue tiempo suficiente para que en unas breves notas, de un ágil, mordaz y erudito estilo literario, captase el sentir básico de nuestro pueblo. Esta cuestión nos lleva a cómo se construyó la obra que ahora recupera Reino de Cordelia. Se trata de una reedición de un texto publicado por primera vez en 1929. Andreu Nin, malogrado dirigente del POUM (asesinado por las fuerzas de la NKVD o policía secreta soviética en la España de 1937, cuyo cadáver aún mora en alguna tumba ignota de nuestro suelo), tradujo esos apuntes sueltos en los que León Trotski plasmó sus impresiones sobre la piel de toro y le dio unidad a este libro.
Las páginas del futuro líder de la revolución soviética están llenas de sabiduría popular sobre las gentes, bien sean de España o de cualquier otro lugar. Los autores de nuestro siglo de oro lo hubieran llamado picaresca general (o genial). Así, nos describe como se obligaba al extranjero a contratar unas poco cuidadas guías por la capital, o como era necesario regatear los precios, entre ellos los de las pensiones, a pesar de su escasa calidad. Una España pacata, en su mayoría analfabeta, pueblerina y empobrecida se abre ante nuestros ojos en esta obra. No necesitamos que un extranjero nos explique todo eso, desde Calderón de la Barca, pasando por Mesonero Romanos, hasta llegar a Valle Inclán, la idiosincrasia y el retrato de nuestra sociedad están excelentemente radiografiados por los autores patrios. Sin embargo, destaca la glosa de las virtudes y los defectos de nuestros ecos del pasado. Trotski dice de ellos, entre otras cosas, que son muy cinematográficos, un rasgo de su carácter exterior y bullicioso que puede ser una reminiscencia del Barroco. Apunta la calidez del trato, lo generoso de las fórmulas sociales y la pobreza endémica que se observa en la población. Posteriormente llega su crítica política, no será para menos. Pone en boca de policías iletrados que Romanones es un francófilo por dinero, cuando España se vanagloriaba (y enriquecía) de su modélica neutralidad en la I Guerra Mundial. Sufrirá la persecución en sus carnes y, sin apenas cargos, pasará unos días en la cárcel modelo de Madrid. La incomodidad de su presencia justificó tal decisión política. El Presidente del Consejo de ministros no le quería circulando libremente, reuniéndose con Saborit, Anguiano o Largo Caballero (dirigentes del PSOE). Su ingreso en prisión posibilita un análisis insólito de nuestra sociedad. Se mete en el extraño mundo del hampa de esos días, mezclado con la disidencia política, y apunta la corrupción inherente al sistema (había que pagar por la estancia en una habitación en la cárcel).
Por otro lado, su visión intelectual está condicionada, como es lógico, por una lectura marxista, aunque curiosa, de nuestro pasado. Durante las semanas que estuvo en Cádiz, tras su paso por el penal, leyó sobre historia y le llamaron especialmente la atención las relaciones entre la iglesia y el estado, la expulsión de los jesuitas de 1767 y el funesto reinado de Fernando VII.
Cuando partió hacia Nueva York desde Barcelona en diciembre de 1916 pensaba, y así lo dejó plasmado, que el marxismo era un arma de futuro, aún por utilizar. No sabía el viajero que en menos de un año tales teorías serían el motor de la revolución bolchevique, en la que él mismo jugaría un papel fundamental. Así son los caprichos de la historia.
No conocía la visita de este personaje por España. Creo que en el artículo se informa de una época un tanto desconocida y que puede interesar mucho a la gente. A mí me ha atrapado, ahora a por el libro.
Pues yo de Trotski sólo recordaba que el profe de historia del cole nos contó que murió a manos de un español, Ramón Mercader, asesinado con un piolet, em México. De esta aventura previa no sabía nada.
Hay quien dice que, en realidad, era un pequeño martillo de geología. Misterios de la historia.
Magnífica reseña, que introduce al lector en una España bastante desconocida y que da muchas claves históricas que no son del dominio público. Como dice un comentario anterior induce a la lectura de la obra.