No te signifiques (51)
Por Jorge Díaz.
– Letizia, coge el mío. ¡Letizia! ¡Sofía, guapa! ¡Aquí! ¡Urdanga! ¡Urdanga!
¿Y si estás en la caseta de la Feria del Libro y aparece uno de ellos? ¿Cómo hay que comportarse?
– ¡Majestad! ¡Que en el mío intentan matar a su abuelo! ¡Majestad, que a cualquiera le puede pasar, sepa con qué ingenio se salvó su abuelo!
Como uno de la familia se acerque, coja tu novela y se la haga pagar a uno de sus guardaespaldas, ya se sabe que ellos no llevan dinero en el bolsillo, te hace rico. Lo sacan en los telediarios, en las revistas del corazón…
“La Princesa de Asturias se decantó por La justicia de los errantes, de Jorge Díaz. Casualmente la misma novela que escogió el Príncipe Felipe, lo que provocó una divertida discusión entre ambos…”
– ¡Ay, qué casualidad! Hemos elegido la misma novela. Cómo se nota que estamos hechos el uno para el otro. Deja la tuya…
– No, déjala tú, tontorrón, que la mía está dedicada…
– Pues un ejemplar para nosotros y el otro se lo regalamos a papá, que desde que no le dejan cazar no para de leer.
– Vale… ¿Y no le llevamos una a mamá?
– Cariño, nos vamos a dejar el sueldo en novelas de este señor… Pero merece la pena, qué bien te portas con mamá.
– Es que es una profesional a la que quiero emular en todo.
– ¿Firmará el autor todas las que le hemos comprado?
– Ay, sí, vamos…
Os parecerá una tontería, pero yo volvería a ser monárquico. En realidad no he dejado de serlo nunca, sólo he cambiado de dinastía, ahora soy Maricharalista. Si me compran la novela y me convierten en tendencia, yo soy del que haya que ser. Así que, si me escuchan gritar, que paren.
– ¡Cristina, que ahora que no vas a actos tienes mucho tiempo libre! ¡Compra el mío! ¡Uno de anarquistas! ¡Mejor conocer al enemigo que lamentarse!
– ¡Elena! ¡Regálaselo a Froilán, que encuentre mejor destino para sus disparos!
Sería tan bonito… Que piensen que yo nunca abuchearé, ni a ellos ni al himno español. Tampoco iré nunca a Barcelona o a Bilbao a abuchear el himno que tengan ellos. Para eso me educaron de pequeño, para no hacerlo y respetar a los demás. Estos señores comerciantes y dueños de altos hornos no se lo han enseñado a sus hijos.
– Que los demás respeten lo nuestro, que nosotros abuchearemos lo de ellos…
Qué maleducados son esos señores que piden respeto y un lugar más grande para faltarlo ellos. Menos mal que no se lo prestamos.
Algún día se me pasará la ilusión por la Feria del Libro, como se me pasó la de los Reyes Magos, pero de momento me dura. Me encanta estar en la caseta, pasando calor, con la gente pasando por delante y hablando como si no existieras.
– ¿Jorge Díaz? ¿A ti te suena?
– De nada… Escribirá libros de autoayuda.
– Sí, porque dietas para adelgazar, no creo…
– Mira, allí está Pérez Reverte.
– Está más delgado que en la tele.
– Y es más bajito… Vamos para allá.
O con esos a los que conociste alguna vez pero no recuerdas el nombre.
– ¿Y a quién se la dedico?
– A mí, claro…
Incapaces de ayudar, incapaces de decir:
– A Salvador, con cariño, o bueno, lo que te guste a ti poner.
Esas señoras indecisas.
– Pues no sé si llevármela, la verdad, porque no tiene pinta de ser muy entretenida.
– Pues le aseguro que lo es. Otra cosa no tendrá, pero entretenida es un montón…
– A usted se lo parecerá, pero a lo mejor su opinión de lo que es entretenido y la mía no coinciden.
– Pues a lo mejor no, qué quiere que le diga.
Y no nos olvidemos del famoso artículo de las colas largas. Al menos un compañero columnista lo escribe cada año, pensando tal vez que a nadie se le ha ocurrido que dos escritores presumen de tenerla más larga y al final se refieren a la cola de lectores esperando firmas. Si hiciera falta un carné para escribir columnas yo se lo retiraría a todo el que usara ese tema.
– Así que ha comparado usted el tamaño de las colas de escritores…
– Jeje, me refería a las colas de lectores. Ingenioso, ¿no?
– Sí, me ha hecho tanta gracia… Voy a echar de menos sus columnas.
– ¿Va a dejar de leerlas?
– En realidad le vamos a cortar las manos para que no pueda escribirlas. Ingenioso, ¿no?
Hay más motivos, claro, pero ése es uno.
Hagamos fuerza mental, a ver si hay suerte y se paran en mi caseta…
– La justicia de los errantes… Me la llevo.