LA SAGRADA PREGUNTA DEL HEAVY METAL
Por Joaquín Castro. Juez sustituto.
Todos en pie para escuchar el himno, “Ace of Spades” (1980, letra y música Ian Kilmister, Eddie Clarke, Phil Taylor). Gracias.
Y ahora, les ruego presten atención. Es una pregunta que cualquier honorable metalero conoce y sabe la respuesta, pero que los benditos inocentes que no disfrutan con el enervante poder del trash metal ignoran.
La Sagrada Pregunta del Heavy Metal: ¿Quién es más importante, Lemmy Kilmister o Dios? Están advertidos, es una pregunta con trampa.
Ian Fraser “Lemmy” Kilmister, nacido el día de navidad de 1945 en Burslem, Stoke-on-Trent, Staffordshire, Reino Unido, es un músico total: bajista, vocalista, compositor, fundador y único miembro permanente de Motörhead, la legendaria banda de Heavy Metal. Lo de músico total es una descripción que se queda corta, la verdad: con sus patillas de hacha, sus mostachos hasta la nuez, su voz cavernosa, y su verruga facial cada año más grande, Lemmy es un icono. De los de culto.
Lemmy es un símbolo de su época, es uno de los miles de personas que -en su caso en 1961- decidió lo que quería ser de mayor cuando vio a the Beatles tocar en the Cavern, (10 Mathew Street, Liverpool L2 6RE, Reino Unido). Tras unos primeros años en el domicilio materno (su padre los abandonó cuando Lemmy tenía tres meses), en 1962 se independizó e inició una carrera como músico en grupos como The Rainmakers, the Motown Sect, o the Rocking Vickers (con estos últimos llegó a hacer algo tan extravagante como fue actuar en Yugoslavia a inicios de los años sesenta, en pleno régimen comunista). A estas alturas, veintipocos años, Lemmy ya era padre de dos hijos, de dos mujeres distintas, Paul Inder y Sean. En la película con el poético título “Lemmy, 49% motherfucker, 51% son of a bitch” (2011, Damage Case Films) reconoce haber tenido en dicha época un tercer hijo, con el cual no tuvo trato hasta su edad adulta porque su madre, en cita textual de Lemmy, “no tenía valor para decirle quién era su padre”. La madre lo presentaba como adoptado.
En 1967, Lemmy se unió a la Jimi Hendrix Experience como roadie (es curioso, Lemmy recuerda a Jimi como un hombre con unos modales versallescos, o como dice él: “si yo llego a hacer eso de abrir las puertas o acercar las sillas a las mujeres, se ríen de mí. No cuestan nada, los buenos modales”). En 1971, formó parte de Hawkwind, una banda de space rock que llegó a tener un discreto éxito en 1973, con su canción “Silver machine”. Lemmy fue expulsado de Hawkwind porque, nuevamente en palabras de Lemmy “ellos iban de marihuana y yo de anfetas y claro, así no se va a ninguna parte”. Sabias palabras, las de un hombre que recuerda de todos modos con cariño esa época. Como ha dejado dicho: “el verano de 1973 fue fantástico. No me acuerdo de nada, pero nunca lo olvidaré”.
A partir de aquí, el resto es historia de la música popular: Lemmy, con Larry Wallis y Lucas Fox, fundó Motörhead (inicialmente llamados Bastards, pero la evidente falta de comercialidad del nombre les hizo cambiar a otro que, en su marciana opinión, resultaría más asequible al gran público. Y digo lo de marciana porque, en argot, Motörhead es el nombre para el que va de anfetaminas. La cosa es que coló, y no tuvo problemas en la conservadora radio de los setenta ni nada parecido).
Motörhead pasó a ser una banda de éxito. Ahora con Eddie Clark a la guitarra y Phil Taylor a la batería, llegaron al número uno de las listas inglesas con “No sleep ´til Hammersmith”, LP grabado en vivo en 1981.
Desde entonces, Lemmy ha luchado denodadamente por lo que más le gusta: el sexo y las drogas. Se estima que Lemmy ha mantenido relaciones sexuales con una cifra superior a 2000 mujeres (fuente: documental del Channel 4 de la BBC llamado “Motörhead: Live Fast, Die Old”, 2005). La revista Maxim ha colocado en el octavo lugar a Lemmy dentro de su lista “Leyendas Sexuales Vivas”. Como nuestro buen amigo Kilmister ha dicho: “si tu madre tiene cerca de setenta años y ha vivido en algún momento dado de los años setenta en Inglaterra, casi seguro que me he acostado con ella”. Un punto arrogante, la verdad: mantiene que, pese a esa actividad, nunca se ha acostado “con ninguna mujer fea, aunque me he levantado con unas cuantas”. Supongo que esa falta de criterio electivo será la consecuencia de ser un bebedor legendario, él sí es la leyenda del santo bebedor y no el cursi de la novela esa: en el documental Live Fast Die Old, se revela que Lemmy lleva bebiendo una botella diaria de Jack Daniels desde, más o menos, 1975. Y estamos en 2012. Everlasting love, ciertamente, el de Lemmy con el acohol.
En la actualidad, Lemmy reside en un apartamento en Los Angeles, cerca del Rainbow Bar and Grill (9015 Sunset Boulevard, West Hollywood, CA 90069), de dos habitaciones. Un cuchitril, pero que está cerca de este bar, donde pasa horas y horas jugando a las tragaperras (el apodo de Lemmy, parece ser, le viene de la contracción de la expresión “lend me”, “préstame”, algo que lleva practicando desde la adolescencia).
Y vamos a lo nuestro, que es la decoración: el apartamento de Lemmy, además de pequeño, se acerca a la inhabitabilidad de tanto trasto que acumula, lo que los psicólogos llaman “síndrome de Diógenes”. Lemmy es un coleccionista compulsivo de memorabilia nazi (en una de las fotos que adornan este artículo, se observa si se fija uno bien un perchero lleno de gorras de plato del ejército alemán, y un estandarte con la cruz gamada), sin que el bueno de Kilmister tenga simpatía por el régimen, como dice siempre: “tengo una novia negra; soy el nazi más malo que hayas conocido”. Es algo más sencillo, conocido por todos: los malos siempre llevan uniformes chulos.
Una vision realmente completa de la idea de decoración de Lemmy puede verse en el documental “Lemmy 49% motherfucker, 51% son of a bitch”, breve película en la que Lemmy es entrevistado en el interior de su casa, y muestra su absurdamente grande colección de muñequitos de acción (curiosamente, hace unos años salió a la venta un muñeco de acción con la estampa de Lemmy, aunque él se niega a llamarlo “muñeco de acción”, ya que los creadores, pese a la expresa petición de Lemmy, no le pusieron pene, y claro, así, según Lemmy “no va a tener ninguna acción”).
Al final, Lemmy es lo que es: la leyenda más grande del heavy metal que aún sigue con vida, después de tanto exceso, tanta carretera, y tanta ansia por vivir cada minuto de su existencia. Y eso se ha traducido en, literalmente, toneladas de objetos, recuerdos, discos de oro por las paredes, cuchillos por las paredes, pistolas por las paredes, banderas por las paredes, paredes en definitiva llenas de cosas porque el suelo y los muebles están ya repletos de aún más objetos, libros, discos, y restos de comida, botellas, ceniceros y todo y aún más de lo que un hombre puede llegar a reunir. Al final, la decoración de la casa de Lemmy es un mapa, un mapa de tres dimensiones que recrea y describe una vida en integridad, la que un crío de quince años sueña con llevar y a los cincuenta lamenta no haberlo hecho. Es algo que nos ocurre, incluso a los más grandes, que nuestra vida ocupa espacio, hasta forzarnos a caminar por vericuetos dentro de nuestras propias casas. Todo en su casa tiene una historia, todo tiene una leyenda aneja. Acaba el documental que acabo de citar, y uno se queda con una idea en la cabeza: Lemmy es como nosotros, y su casa es como la de un familiar. Es increíble, pero es un tipo entrañable. Larga vida a Lemmy Kilmister.
Iba a terminar, pero aún queda algo, algo que se planteó al principio de este artículo, la respuesta a la sagrada pregunta del heavy metal, quién es más grande, Lemmy Kilmister o Dios. La respuesta es la siguiente: LEMMY ES DIOS. Ya advertí que era una pregunta con trampa. Gracias por su atención, salgan en orden y en cuanto estén en la calle pueden empezar a hacer punteos con su guitarra de aire.