Ocio

Por Recaredo Veredas

 Fabián Casas. Alpha Decay, Barcelona, 2012. 104 páginas. 13 €

¿Es Fabián Casas un costumbrista sobrevalorado? Lo es tanto como Kaurismaki o como, aunque en un registro bien distinto, el canonizado Raymond Carver. ¿Qué tienen en común autores tan distintos y tan alejados? Su capacidad para narrar el vacío, los tiempos muertos que componen más del noventa por ciento de nuestras vidas. Sí, Casas sabe detener los segundos, mostrar la nada, sin caer en el aburrimiento (más bien al contrario, divirtiendo hasta la carcajada). O, lo que es lo mismo, es un mago, que sabe describir sentimientos profundos y complejos con frases sencillas, de apariencia trivial. Es el suyo un vacío ocasionalmente quebrado por por los giros -leves- de una trama mínima, acelerada conforme se aproxima al desenlace.

Consigue que sintamos instantánea empatía por un protagonista más bien anodino, en plena crisis, tan similar a la sufrida por Holden Caulfield y por miles de postadolescentes del planeta tierra. Sin embargo, Holden buscaba una especie de redención pero el antihéroe de Casas no anhela absolutamente nada. Solo pasar por la vida, convertida en una llanura de Ocio, con las menores penurias posibles. La escritura del bonaerense, aparentemente plana, posee un profundo lirismo, nacido tanto de una compasión de la mejor especie como de un profundo dominio de la técnica literaria: es tan buen escritor que no necesita exhibir su musculatura. 

También podría comparársele a Kjell Askildsen, aunque uno describa la vida de un anciano noruego y otro la de unos jóvenes argentinos. No en vano Fogwill, maestro de Casas, era absoluto fan del nórdico. Los vasos comunicantes de la literatura son tan extraños, tan ajenos a la geografía. La similitud se encuentra, como ocurre con Kaurismaki, en en la irrupción del humor negro, desternillante, en la mitad de circunstancias cotidianas, narradas sin ninguna complacencia, e indiscutiblemente difíciles.

Ocio viene acompañada por un relato breve, titulado Veteranos del Pánico, dedicado, sobre todo, a la creación del espacio mítico de Casas, de su pequeño Yokanapatawpha, ese barrio tan marginal como entrañable llamado Boedo. El narrador es similar en su despiste al de Ocio, aunque este parece algo más integrado y dedica más tiempo al sexo -más bien a sus esperanzas de conseguirlo- y menos a los estupefacientes. Casas es, en suma, un escritor sorprendente, no sé si necesario pero sí originalísimo, divertido y profundamente humano.

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