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La intermitencia de la historia

Por Mario Sánchez.

Felipe II

Corren tiempos difíciles para hacer lecturas aún más pesimistas de lo que ya son hoy día. Aún así, suele suceder que nos topamos con diversas circunstancias medidas que nos advierten de la benevolencia de la actualidad, incluso de una cierta bondad encubierta que esconde toda mala maniobra que el hombre lleva a cabo. Para salvarse de las interpretaciones erróneas y alejadas de toda la objetividad que reclama para sí la historia basta el ejemplo de la editorial Gadir, que presenta en esta ocasión, tres años después de su primera aparición, la reedición de la celebérrima obra del historiador e hispanista francés Joseph Pérez, La leyenda negra, un recorrido por la historia de una España pasada pero presente, o mejor dicho, si se quiere, la lectura de una España afortunadamente ya acontecida. Historia pura. Pero es preciso matizar. No es fácil determinar una interpretación idónea de dicho acontecer, es más, la opinión generalizada aboga por que no existe como tal; sin embargo, con una palabra dinámica pero plomiza, agradable pero seria, muy seria, Joseph Pérez nos sumerge magistralmente, no sin haber generado acaloradas discusiones entre algún sector del hispanismo, en esta polémica diatriba intelectual cultivada por los rivales directos de la España Imperial en el marco de poderes de la diplomacia europea del siglo XVI. 

Todo comenzó cuando el príncipe Guillermo, adalid del protestantismo y primogénito de la Casa de Orange, puso precio a la cabeza de Felipe II en el contexto de las fatídicas guerras de religión. Aquel era el príncipe protestante de Flandes y este el rey católico de España, el mayor imperio jamás reunido desde tiempos inmemoriales. Guillermo de Orange urdió como era evidente la trama necesaria para combatir a su rival. De tal modo puso en circulación los rumores del supuesto asesinato del príncipe don Carlos, el recurso por parte de Felipe II de la Inquisición para acallar a la oposición y, de entre lo más sonado, la terrible y temible figura del duque de Alba, de la que hoy desgraciadamente se conservan no pocos vestigios. “Casi todos los historiadores coinciden en subrayar que las acusaciones que contiene la Leyenda Negra son falsas, de mala fe y exageradas”, nos dice Pérez. Naturalmente, y dadas las dimensiones de tal disputa, perviven ciertos prejuicios, tales como la importancia e influencia de la propia Inquisición en nuestra historia, la intolerancia religiosa que deriva de ella o la poca disposición de los españoles para las actividades económicas, muestras fidedignas de la ignorancia imperante que existe todavía. 

 Uno de los propósitos que tiene esta obra es el de desmontar algunos tópicos y sobreconsideraciones que se tuvieron de la España de la Edad Moderna durante largo tiempo. A este efecto, es curioso que el dato nos revele que justamente en España se llevó a cabo, al menos en tiempos de Felipe II, el menor número de ejecuciones por parte del Santo Oficio. También el criterio desmedido por diversos acontecimientos de la época, como por ejemplo el decreto francés de expulsión de los protestantes firmado por Luis XIV, a finales del XVII, y que supuso un hecho paralelo perfectamente equiparable a las dramáticas expulsiones de judíos y moriscos en la península. Esta obra es una aproximación en clave erudita a la dislocación de la publicidad negativa que de España y “lo español” se tuvo, pero no solamente eso, sino que además se adentra en aspectos tan controvertidos como su influjo o reflujo en la España franquista llegando incluso a tocar de pasada (siempre a modo de epílogo) esa entelequia iniciada por Larra en el XIX de las “dos Españas”

 La causa de estas ideas no podía tener su origen sino en la reacción contra la superioridad española del XVI, o, como se ha querido también parangonar con el caso de EEUU a nivel continental, en el miedo a que España, según lo que se creía, albergara el afán de dominar toda Europa. Se admira lo español en casi todas sus facetas y acepciones: su inmensa lengua, las artes, la literatura, las ideas religiosas, la moda en el vestir, etcétera, pero se produce un cierto sentimiento de rechazo que tiene sus raíces en el recelo suscitado por su arrogancia, su buena conciencia: su conducta imperialista. Quizás no haya tanta distancia entre esa actitud de rancio abolengo y la opinión pública que se tiene sobre Estados Unidos. Cosas de la historia. El caso es que, tras los Tratados de Westfalia de 1648, España pierde la otrora sobria hegemonía y sobreviene la incertidumbre del derrumbe y el abismo europeo. 

 Se tocan también aspectos harto interesantes como por ejemplo el paradigma de la Reforma como hecho decisivo para el reverdecer de la política, el progreso y la cultura. España, al igual que Portugal, Italia y parte de Francia, al haber rechazado no sin enjundia ni cierto fanatismo la irrupción necesaria de la Reforma, estuvo condenada de esa manera a la intolerancia, al oscurantismo y al subdesarrollo. Dicho en otras palabras, España se conjuró a sí misma al ostracismo intelectual. También se aborda el tema, manido y machacón en diversos contextos, de la figura del duque de Alba y su presencia en todo este maremágnum idiosincrásico. El tercer duque de la Casa de Alba, a pesar de sus buenas relaciones y notables intereses culturales (recordemos que había tenido como preceptor nada más y nada menos que a Juan Boscán; era amigo personal, entre otros, del mismísimo Garcilaso; y hablaba con soltura el francés y el italiano), pasó a la historia como el coco, un bárbaro desprovisto de humanidad y sediento de sangre. Por último se revisan algunas cuestiones históricas de gran peso ideológico como son las revueltas de los comuneros en Castilla y el flaco favor que Franco nos hizo a ojos del mundo. En la primera, el autor se decanta positivamente por dicha revolución avant la lettre; el problema de los comuneros hunde su legitimidad en el recelo que sintieron en 1520 cuando Carlos V se convirtió en Emperador del Sacro Imperio en detrimento de su condición establecida como Rey de Castilla. En ese momento los comuneros supieron que tendrían que defender, ya no la causa española, sino otra causa ajena y bien distinta: la opción política de la Casa de Austria. Por otra parte, y ya en otro contexto, estuvo la decisión de Franco de adoptar una actitud y un ceremonial que evocaba las costumbres de los Reyes Católicos. Eso, unido a su concepción de que España era diferente, con la subsiguiente maniobra de Manuel Fraga en la década de los sesenta de apostillar el “Spain is different”, no contribuyó en modo alguno a que la Leyenda Negra desalojara las estancias españolas de la opinión internacional. Joseph Pérez se enfrenta a estos y muchos más conflictos en diferentes episodios, a destacar el inicio de los Reyes Católicos como posible línea de imposta de la gran España, la contienda a nivel internacional de los distintos bandos respecto de España o la sugerente lectura que hace de cómo distintos grupos políticos, ora progresistas ora conservadores, mantuvieron distintas posturas hacia lo que aparentemente les fue del todo extraño. 

 Siguiendo la línea de acción que comenzaran en el XIX el funcionario maurista Julián Juderías (1877-1918), el escritor y diplomático Juan Valera (1824-1905) o el historiador Rafael Altamira (1866-1951), Joseph Pérez pertenece a esa saga de historiadores que, también como sir John Elliot, creen que los fenómenos de la España de la Edad Moderna no fueron tan desiguales ni tan específicos como se pensaba. Así, traza una lectura de la historia con tiento firme y sagaz, erudita pero sin caer en lo tedioso, necesaria para todo aquel que desee aproximarse a este momento tan especial de la historia de España, y, salvando las pequeñas fricciones con la comunidad académica de hispanistas (sobre todo franceses), muy recomendable incluso para el profano en materia de historia. 

 

 Joseph Pérez 

La leyenda negra 

Ed. Gadir, 2012

312 pp., 15 euros. 


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