Fernando Royuela: “La Literatura me chulea a base de bien”
Por Daniel Ruiz.
Sectas ultracatólicas, sacerdotes que practican la religión del materialismo financiero, bloggers de culto con pasión por la casquería, directivos implacables que encuentran en infames coaches el ungüento para aliviar los sufrimientos de la realidad bursátil, programas de televisión capaces de sacrificar la vida y desde luego el buen gusto a costa de un gramo de share, las servidumbres políticas del sistema público de sanidad, cofradías de zombis deambulando por las calles… Y en medio de todos, recién resucitado, un tipo desnortado, que ni siquiera se enteró de que moría y que ahora está de regreso, vivo entre un montón de vivos que en realidad parecen más bien fiambres, desprendiendo a cada paso un desagradable olor a miseria. Con Cuando Lázaro anduvo, Fernando Royuela ha escrito una novela enorme, un artefacto narrativo con aroma circense donde el mundo parece una tremenda barraca de feria. Y lo peor de todo es que se trata de una crónica, de todas las posibles, de la realidad que nos toca vivir, y de las circunstancias, singularidades y absurdos que rodean esta crisis que estamos padeciendo. Es probable que Royuela, autor único, inclasificable, un artista de la pirotecnia lingüística y un maestro de la expresividad literaria, haya escrito su mejor novela, después de aquella memorable La mala muerte que le valió el unánime elogio de crítica y público y que entre otros logros obtuvo el prestigioso Ojo Crítico de Narrativa de RNE. Provocador y arriesgado, heredero de Valle-Inclán, cultivador exquisito de las formas feístas, tildado por algunos críticos como neo-barroco, y con un gusto punzante por la ironía y la mala leche, Royuela se desparrama en esta tremenda sátira que interpreta, a su modo hiperbólico, excesivo y formalista, la crisis económica que atravesamos y que en realidad es mucho más que económica. “Escribir sobre el presente –sostiene-, diseccionar lo que está sucediendo en este instante es una de las tareas más arriesgadas que un escritor puede acometer. Yo lo hago en Cuando Lázaro anduvo, pero muy pocos se atreven”. No sólo se atreve: supera el lance con nota.
Aunque has manifestado tu simpatía por autores como Marta Sanz o Pérez Andújar, y en cierto modo tu humorismo guarda puntos de conexión con gente como Orejudo, Reig u Ovejero, difícilmente puede encasillársete dentro de una corriente o tendencia de la literatura castellana actual. Se te ha tildado de “neobarroco”, aludiendo con ello a un estilo con querencia por la expresividad, por el lenguaje elegante y de léxico exuberante y por el tino con la metáfora. ¿Con quién te sientes en deuda literaria, y con quién compartes ese camino en las letras actuales?
Es cierto que guardo una relativa afinidad con algunos de los escritores que citas, pero en el fondo se trata más de una coincidencia generacional que de una visión literaria conscientemente compartida. Por lo que a mí concierne aunque me gusta el lenguaje elegante, exuberante, la frase con cadencia y el aguijón certero del concepto, soy más barroco de pensamiento que de obra. El mundo en que vivimos es barroco: sensación de pesadumbre, gran decorado de la nada, pérdida de confianza, escepticismo y desengaño ante unas pretendidas verdades que ya no se sostienen.
“Neobarroco”, ¿no se parece demasiado a “neogótico”? Pensándolo bien, Cuando Lázaro anduvo sería más bien una novela neogótica. Nunca he visto a tanto zombi junto…
Pues sí, hay también algo de sabor gótico en la novela. En el fondo pretendo alejarme de la literatura sostenida en la razón y me dejo llevar por esa otra que fluye con la emoción y se adentra en los territorios más escabrosos del ser humano.
Por debajo de tu deslumbrante máscara estilística está la canina, el esqueleto de la ballena de la novela. A pesar de la música de tu prosa, uno siempre tiene la sensación de que hay un cimiento sólido que soporta toda la estructura narrativa. Me gustaría conocer cómo trabajas la novela desde que surge la idea hasta que cobra forma en papel.
Cada novela exige una manera distinta de escribirse, un tratamiento singular. Nunca escribo dos novelas del mismo modo. Lo único en común de casi todas ellas es la aproximación vital. Los cimientos son sin duda necesarios, pero en general me interesan más las gárgolas y esos chorros de texto que les salen en catarata por las bocas cuando me pongo a escribir en plan tempestad.
Creo que Cuando Lázaro anduvo profundiza como pocas novelas hasta la fecha en la crisis económica española y en los elementos materiales y también espirituales que han influido en que lleguemos adonde estamos. Es igualmente una novela con una fuerte carga política. A pesar de esta profundidad, no asumes en ningún caso una perspectiva adoctrinante a la manera de, por ejemplo, una Belén Gopegi. Esto implica un posicionamiento como narrador y como escritor, una determinada manera de “estar” en lo literario. ¿Cómo definirías esa manera?
No soy un autor doctrinario, didáctico o moral. Mi poética de la realidad es hiperbólica, hiperrealista, conscientemente deformadora. Me fijo en el detalle, en lo que subyace debajo de ideas en apariencia inocuas o inocentes y lo amplifico. Hago literatura de la realidad, no realidad en la literatura. Por otro lado escribir sobre el presente, diseccionar lo que está sucediendo en este instante es una de las tareas más arriesgadas que un escritor puede acometer. Yo lo hago en Cuando Lázaro anduvo, pero muy pocos se atreven.
La ironía en tu literatura tiene un fuerte peso, y aquí el componente irónico de la voz narrativa se exacerba, rizando el rizo en la valoración sobre los personajes y situaciones, e indirectamente sobre instituciones como la Iglesia, el poder financiero, el sistema sanitario o educativo o Internet. La práctica de la ironía en literatura resulta muy complicada, pues precisa de altas dosis de pericia para no resultar vacua, sin fuelle o en algunos casos incomprensible. En tu caso, parece más bien una forma de dar salida a la mala leche…
Es tan sólo autodefensa. La ironía es el resultado del choque entre dos fuerzas manifiestamente desiguales. Por un lado están las grandes instituciones que citas con su vocación absolutista, manipuladora e invasiva y por otro el individuo que las sufre. ¿Cómo enfrentarse en semejantes condiciones? Hay quien sostiene que la ironía es un atributo de los cobardes. Yo creo que es tan sólo la antesala civilizada de la violencia.
La metáfora, pienso, es la figura madre de toda tu literatura. Aquí la metáfora está incrustada en la propia trama, a través de la historia de un hombre que vuelve de la muerte, a un mundo de aparentes vivos donde todo resulta en realidad más engañoso, ficticio y muerto que la propia muerte. Un zombi, un resucitado, para demostrar que en realidad los propios muertos no están más muertos que todos nosotros. ¿Qué has pretendido demostrar con esta historia, aparte de repartir sopapos a diestra y siniestra?
No he querido demostrar nada sino mostrar una sociedad en descomposición. Lázaro no sabe de dónde viene ni a donde va. Camina hacia ninguna parte igual que un zombi, es decir hacia su propio fin. Una dramática metáfora de nuestros tiempos.
Buena parte de las bofetadas de la novela se las lleva el sistema financiero, y todos sus incomprensibles y virulentos códigos que nos han conducido hasta donde estamos con el autoconvencimiento, encima, de que desembocar aquí resultaba inevitable. Estos códigos cobran materialidad a través de la encarnación en personajes y recreación de situaciones como las que rodean al banco en el que Lázaro trabajó durante décadas, antes de ser puesto de patitas en la calle. Se intuye un conocimiento bastante preciso de las políticas de compliance, del coaching empresarial, del enrevesamiento del lenguaje corporativo relacionado con las políticas de recursos humanos. Elementos, en realidad, vertebradotes de algo no tan distinto de la religión, a la que también le das bastante estopa, y que aquí está representada por una congregación religiosa que recuerda bastante a Los Kikos. ¿Qué opinas de esta nueva filosofía empresarial, tan propia de esto que se ha dado en llamar la Nueva Economía?
No se trata de una verdadera filosofía entendida esta como un sistema de pensamiento orientado a la sabiduría del ser humano sino más bien de sofisticadas técnicas de lavado de cerebro y manipulación colectiva. Lo que le faltaba al capitalismo era hacerse doctrinario. Con sus mantras y sus verdades reveladas no se busca ningún tipo de conocimiento sino tan sólo el sometimiento incondicional del individuo.
La mayoría de los capítulos de Cuando Lázaro anduvo están encabezados por pequeños “bocados de realidad” cotidiana, muchos de los cuales tuvieron fuerte eco entre los medios de comunicación por más que la mayoría resulte algo salvaje, descabellada, ridícula. Viendo cosas que están ocurriendo en estos últimos meses de canibalismo económico y social, se me ocurre que quizá te atreverías a proponer un par de nuevos ejemplos, como una especie de addenda a tu novela.
Los neonazis en el parlamento griego y el cantón independiente de Eurovegas en Madrid.
En Cuando Lázaro anduvo no has tenido ningún tipo de compasión, aunque hay personajes a los que sí tratas con algo más de delicadeza. Por ejemplo, se me antoja que María, la hermana dipsómana de Lázaro, parece despertarte cierta simpatía. Salvo ese personaje, sobre el que en todo caso también lanzas un buen manojo de dardos, todos resultan despreciables. La condición humana no queda muy bien parada en tu retrato…
Conscientemente sólo a Vega, un transexual, le he tratado bien. Vega está satisfecha con su condición, con su relación con los demás. Vega se reconoce y se acepta a sí misma tal y como es. Vega es feliz.
Has dicho que de la literatura “antes se podía beber, ahora ya ni eso”. Mientras esto no pueda darte para vivir, ¿cómo mantienes el vicio?
El vicio lo mantengo trabajando. La literatura me chulea a base de bien.
En Cuando Lázaro anduvo hay al menos media docena de personajes impagables. Pero me quiero detener en uno, que me parece deslumbrante: Pústula Flesh, el blogger incansable y padre intelectual del “fenómeno zombi”. Hay en esta novela una crítica bastante punzante a la comunicación que emana de Internet, y de plataformas como los blogs o las redes sociales. ¿Qué opinas de todo esto?
¿Comunicación para qué? ¿De qué sirve estar masivamente conectado con cualquier rincón del mundo y en tiempo real? Smartphones, wasaps, blogs, redes sociales no son en sí mismas más que herramientas. Igual que en el teléfono lo importante es a donde llamas y para qué. Mucha blogorrea me parece que hay por ahí.
¿Y en concreto en su aplicación a la literatura? No vamos a entrar en nombres, pero pululan por la Red más de un “Pústula Flesh”, obsesionados con ejercer la crítica literaria y la literatura de trincheras al modo zombi, o más bien diría “gore”, por la cantidad de vísceras que derraman con sus posts y sus comments, muchas veces anónimos. ¿Dónde queda la verdadera literatura en este nuevo escenario?
La verdadera literatura siempre ha estado en la soledad de los cuartos. Lo demás es atrezzo.
Cinco años sin publicar resultan bastantes, en estos tiempos en que todo parece ir demasiado rápido; también los anaqueles de novedades editoriales. ¿Has tomado muchos caminos equivocados en este lustro, te has dejado devorar por las dudas o simplemente tocaba silencio?
Ningún camino resulta del todo equivocado. Algunos te llevan a sitios visibles, y otros te conducen a los abismos de la creación. Tanto en la vida como en la literatura lo que no mata engorda. También ha habido devoración de dudas, desde luego y al margen de todo tocaba un poco de silencio, que a veces callar es necesario para ver.
Hay muchos autores que en su literatura se mojan más bien poco, pero cuando los sueltas al ruedo mediático y de la opinión se vuelven desaforadamente opinativos. Sigue habiendo muchos escritores que parecen legitimados por su condición de escritores para opinar de todo lo que se les ponga por delante. ¿Cuál es tu consideración de la figura del escritor en unos tiempos como los actuales? ¿Qué opinas del escritor como intelectual?
Me fascinan los opinadores profesionales. Algunos merecerían estar en lo más alto del escalafón de los monstruos de feria. Más allá de lo circense del asunto considero que pensar reflexionar y opinar son actividades intelectuales que necesitan cierto reposo. En cualquier caso el escritor como mejor se expresa es escribiendo. Lo demás nada tiene que ver con la literatura.
Hasta que leí su libro me he venido aburriendo bastante con todo lo que leo. Por favor, hágame una buena recomendación.
¿Buena, buena, buena de verdad? Voy a hacerle dos: Una mujer en Berlín, anónimo, y Marca de agua, de Joseph Brodsky.
Uno de los mejores capítulos de Cuando Lázaro anduvo es el referido a un programa de televisión. Derrumbado por la pérdida de share, unos productores tienen la idea genial de convertir el plató de un programa en una granja de pollos. Es un capítulo divertidísimo, aunque en realidad no demasiado creativo. Hay programas que se parecen bastante a un establo. ¿Cómo le vino la idea de los pollos? ¿Por qué no se la sugiere a alguna productora?
El pollo es a mi juicio otra gran metáfora de nuestro tiempo. El pollo que todos consumimos pertenece a una variedad llamada broiler. Es un animal mutante que no es capaz ni de sostener su propio peso. Vive en un sistema cerrado durante el tiempo necesario para su engorde, ajeno a su propia naturaleza. Nuestro sistema social se parece demasiado a una granja de broilers, me temo.
El mejor libro de humor que ha caído en sus manos (y por favor, no me diga La Biblia).
Me hacen mucha gracia los libros serios. No todos por desgracia.
Si le dijera que Cuando Lázaro anduvo me parece su mejor novela, ¿Vd. que contestaría?
Que si nos tomamos unas gambas.
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