Juan Jacinto Muñoz Rengel: «No renuncio a ofrecer alta literatura ni tampoco a entretener»
Por Cristina Consuegra.
Dado el número de lectores, ediciones y las buenas críticas cosechadas, puedo afirmar sin miedo a equivocarme que El asesino hipocondríaco (Plaza & Janés), de Juan Jacinto Muñoz Rengel, es uno de los títulos más fascinantes de la narrativa española de los últimos años, un título cuyos logros son tan diversos como su propia identidad: el tratamiento de los personajes, el asunto identitario como motor discursivo, la sabiduría literaria, el empleo del humor, la emoción de su lectura… la emoción, en general. Porque todas y cada una de las piezas que han dado vida a este delicioso artefacto narrativo guardan relación con la emoción, algo tan sagrado como difícil de conseguir en un libro, el producto más emocionante que el hombre es capaz de manufacturar. Por ello, El asesino hipocondríaco es una novela única, original y singular, que convierte a Juan Jacinto Muñoz Rengel en uno de los autores más contundentes del entramado editorial actual.
El asesino hipocondríaco es tu primera novela. Acostumbrado a la narrativa de corte más breve, ¿qué te ha exigido este título en comparación con el resto de tu obra?
En realidad siempre he escrito novela, antes incluso que cuento. Lo que ocurre es que la labor del escritor no es siempre visible, la etapa visible sólo llega cuando se comienza a publicar, e incluso entonces no se ve más que una parte de todo el trabajo, la punta del iceberg. Escribí mi primera novela hace ahora veinte años, pero la dejé en el cajón, como a todas las que la siguieron. Al mismo tiempo, por otra parte, entre un centenar y medio de textos breves, fui salvando poco a poco algunos de ellos y reuniéndolos en dos libros que sí envié a las editoriales, primero 88 Mill Lane, y después De mecánica y alquimia. Con este método de criba era previsible que tardara bastante más en dar forma a una novela con la que me sintiera realmente satisfecho. El asesino hipocondríaco es en realidad mi quinta novela, la sexta está también terminada, y ahora trabajo en la séptima.
En cuanto a las exigencias de la novela frente al relato corto ―aunque ambos géneros entrañan sus propias dificultades y sus propios retos―, quizá la más evidente tenga que ver con el nivel de implicación y la inversión de tiempo. La escritura de un relato puede ser una obsesión de semanas, o de meses; mientras que la elaboración de una novela te lleva a estar sumergido en el mismo proyecto durante años, es una relación mucho más larga y absorbente. La otra gran diferencia tiene que ver con el pulso narrativo. La mayoría de las herramientas y técnicas narrativas son las mismas en el relato corto que en la novela ―me refiero al manejo del narrador o a la construcción de la escena, por ejemplo―, pero con la segunda tienes que aprender a desarrollar una mayor capacidad de visión de conjunto, es muy importante no perder el ritmo, la tensión y la lógica de la historia, y para eso tienes que ser capaz de ver, sentir y mantener a la vez muchos más elementos en tu cabeza al mismo tiempo.
Este título es una novela heterogénea con vocación de clásica, es decir, tanto su argumento como la forma de ejecutarlo hacen que este título sea de naturaleza diversa pero su impronta busca dignificar la tradición novelesca. ¿Cuándo o cómo decides hacer frente a esta historia a través del ejercicio de la palabra?
La idea surge en otoño de 2007, a partir de unas cuantas lecturas que tenía por entonces entre manos, de unos cuantos sucesos accidentales y de algunas intuiciones. A veces, la combinación de distintos elementos que aparentemente no tienen nada que ver entre sí, junto al estado mental apropiado, dan lugar a experimentos como éste. Al final de una vida, la obra de un autor puede tener una cierta coherencia en su conjunto, pero los libros concretos son fruto de muchos azares. Supongo que lo único que da uniformidad al conjunto una obra es haber pasado por el filtro de una misma cabeza pensante, con su personal visión del mundo.
Y en otro orden de cosas, esto es algo parecido a lo que ocurre en El asesino hipocondríaco, es precisamente la visión y la voz de su narrador protagonista la que consigue dar unidad a esa heterogeneidad de la que hablas. Mi intención original era librarme de ciertas constricciones técnicas, gozar de una mayor libertad y poder hacer un poco el gamberro desde la propia tradición, y lo único que me permitía hacer casi cualquier cosa en cada nuevo capítulo era la peculiar mente del señor Y., que estaba ahí para contenerlo todo, para dar una forma más o menos congruente a todo lo que pudiera sucederle.
Uno de los grandes asuntos de la novela, que le otorga un sabor distinto, es el tratamiento de los personajes, concretamente, el de Señor Y. Trazando ciertos paralelismos, Patricia Highsmith, una de las grandes autoras del género negro que dotaba a sus títulos de cierto sentido del humor algo cáustico, responsabiliza al asesino de la acción narrativa. En este sentido, dos preguntas. ¿Tuviste claro desde el principio la inversión de roles? ¿Llegaste a leer o trabajar algo de Highsmith durante el proceso de preproducción de la novela?
Sí lo tuve claro, de hecho, además de la contradicción radical que el señor Y. encierra en su propia esencia, uno de mis objetivos siempre fue provocar esa inversión ―y también un progresivo acercamiento― entre los dos personajes principales de la novela. Víctima y verdugo operan como un binomio, donde cada uno de los extremos hace funcionar al otro.
No he leído demasiado a Patricia Highsmith, no, y sin embargo estoy convencido de que su señor Ripley, y otros de sus personajes, me habrán influido seguro de alguna forma, en alguna medida. Hoy en día es cada vez más difícil que haya obras que no participen de la intertextualidad. La cultura está ahí, flotando en el aire y abordándonos por docenas de canales; a través de los libros y del cine, pero también mediante conceptos heredados, estereotipos, imaginarios colectivos; las ideas, los personajes y las revisiones conforman un océano borroso en el que todos nadamos.
El asunto de la identidad resulta primordial en esta novela. El asesino se deshace en un mar de enfermedades, delirios, para intentar averiguar su sentido en un presente, su razón de ser; mientras que el personaje que debe ser asesinado en cierto modo también tiene algún que otro conflicto identitario. El enfrentarte a un tema tan actual como la identidad, ¿pensaste que eso podía exigir cierta atención adicional al lector? ¿Crees que este gran tema puede ser el verdadero motor de tu novela?
Para mí también es uno de los grandes temas de la novela, si no el principal, y me alegro de que lo hayas visto. La identidad es algo que me obsesiona. Sin embargo, creo que la mayoría de los lectores pasará por el libro casi sin advertirlo, porque hay una trama más visible en la que entretenerse y un primer nivel de lectura donde prima el humor. Y bueno, también me gusta la idea de construir historias donde los temas principales estén latiendo por debajo de otras muchas cosas, y activando resortes de una forma subconsciente en la mente del lector. Prefiero hilar esas cuestiones bajo la trama externa, de manera que no exijo al lector más esfuerzo que aquel que quiera hacer.
Si hablamos de aquello que materializa al argumento, lo que le da vida, la estructura narrativa resulta imprescindible para entender la buena acogida de El Asesino hipocondríaco. ¿Por qué decides contar la historia de esa forma?
Como te decía, para mí es fundamental ofrecer al lector un primer nivel de lectura con un alto componente lúdico. Para eso es necesario proporcionar narratividad, contar una historia, y añadir también otros elementos atractivos, en este caso el humor, la curiosidad de ciertas anécdotas jugosas y la ocultación de un secreto, como también pudieran haber sido otros. Después, todo lo demás, todos los objetivos serios, todos los temas y motivos de mayor calado, hay que ir introduciéndolos por debajo de esa estructura.
Podríamos hablar de dos grandes grupos de novelas, las novelas de entretenimiento y con vocación de bestseller, y esas otras obras de ficción, densas, sesudas, que a veces adquieren aires de ensayo que ha equivocado el camino. Pero luego existe también un tercer grupo, más pequeño, minoritario, aunque con grandes y flamantes ejemplos, aquel que acierta a combinar ambos propósitos en su justo equilibrio, y no renuncia a ofrecer alta literatura ni tampoco a entretener. No sé si lo conseguiré o no, pero para mí en esa intersección está el reto y está la meta.
¿Cómo realizas la selección de autores que conforman esa otra novela que habita en El Asesino hipocondríaco?
Me habría encantado incluir en sus capítulos a Charlotte Brönte, o a Virginia Woolf, incluso a Charles Darwin. Pero no todos los personajes me encajaban en la historia. Para estos “cameos” que frecuentan las páginas de El asesino hipocondríaco necesitaba espíritus sensibles y atormentados, perseguidos por los males imaginarios, pero también era fundamental que algún episodio de sus vidas coincidiera con algo de lo que le ocurre al señor Y. a lo largo de esa semana que da forma a la novela. Esos dos planos temporales ―el presente y el de las anécdotas históricas de personajes célebres― se entrelazan a través del pensamiento de nuestro asesino, que se ve a sí mismo hermanado con todos los demás por un destino común. Así que mi criterio selectivo pasaba por esa condición, tenía que haber una llave que lograra conectarlos. Por otro lado, el carácter retraído y solitario de mi protagonista casi me obligaba a renunciar a las mujeres insignes. Para él las mujeres son unas completas desconocidas.
Eres uno de los grandes conocedores del género fantástico. ¿Crees que este género sigue siendo el gran artefacto a través del cual poder hacer una critica audaz de lo que acontece?
Por supuesto. La esencia del género fantástico es interrogar y cuestionar los límites de la realidad, los límites de nuestro paradigma de realidad. Es un género en continuo debate con la ciencia y el conocimiento de su tiempo, y por lo tanto un excelente instrumento para someter a examen nuestro mundo. Otra cosa distinta es que el género fantástico del siglo XXI sea el mismo que el género fantástico del siglo XIX. Y no lo es. Sus formas, su tratamiento y sus preocupaciones han cambiado.
Tu novela dignifica la tradición novelesca en general y creo que la española en particular, asunto especialmente visible en el empleo del humor. Esta actitud contrasta con esa otra actitud dentro del entramado narrativo consistente en despreciar la tradición novelesca española. ¿Por qué crees que se produce dentro de nuestra práctica literaria ese distanciamiento de nuestra propia historia?
Me temo que durante muchas décadas en nuestro país se ha impuesto un tipo de literatura muy apegada al realismo, que excluía otros géneros, como el fantástico o el humorístico, sin ir más lejos, por no hablar ya de la ciencia-ficción, y a ese periodo le siguieron después obras sobre la guerra civil, la posguerra, la transición… Es comprensible que cierta generación de autores españoles haya vivido la globalización y la apertura a otras literaturas contemporáneas como un alivio, y al mismo tiempo haya reaccionado con rechazo ante la propia tradición. Cometiendo, como es evidente, muchas injusticias. Pero creo ―espero― que ese distanciamiento se irá corrigiendo poco a poco, y que no tardará en encontrarse un punto medio entre el mundo global que es nuestro presente y la dosis de legado que nos sitúa en ese mapa y nos brinda nuestra identidad.
¿Cómo te ayuda en el proceso de escritura tu condición de filósofo? ¿Te permite mirar, observar, la ficción literaria con otra perspectiva?
Creo que sí. La literatura la he ido asimilando a lo largo de toda una vida de lecturas, pero mi formación en filosofía pura me ha facilitado el acceso a unas obras y a una perspectiva que dudo que de otra forma hubiese llegado a conocer. Y el resultado es que todos mis cuentos se levantan sobre una idea filosófica, metafísica o fantástica, y es lo que ocurre también en mi próxima novela. Y si en El asesino hipocondríaco no es tanto así, en ella los propios filósofos se han convertido en personajes y he acabado por hacer de sus vidas material literario. La verdad es que sin mis raíces en la historia de la filosofía no podría entender lo que ahora hago.
Tu próximo paso dentro de tu ya firme y sólida trayectoria, ¿se inclinará por el género breve o por la novela?
Lo próximo será novela, una de esas novelas fantásticas que buscan interrogar la realidad. Una novela más extensa que la última, que se publicará a principios del próximo año. Pero para compensar, a continuación, muy pronto también, aparecerá un libro de microrrelatos no menos fantásticos. Así que me moveré en los dos extremos del espectro narrativo.
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