Entrevista a Germán Machado
Por Dinorah Polakof.
Germán Machado (Montevideo, 1966) es poeta y narrador, trabaja como gestor cultural en el Centro Cultural Dodecá y en la Escuela de Cine del mismo nombre. En poesía ha obtenido premios con Artes Adivinatorias (2006); Hemograma Completo (2008). Además publicó Hendiduras (España, 2004) y El devorador de paisajes (Uruguay, 2011). En poesía y narrativa para niños y jóvenes ha sido distinguido con el Primer Premio del Concurso de Imaginaria y Educared (Argentina, 2007) por El secreto de los Greenwall; Mención de honor con el cuento Maho y Zorya del ConcursoLiterario Anual del MEC y con Zipisquillas fue finalista en el Premio Bartolomé Hidalgo 2010. En el año 2011 se lleva el Primer Premio Bartolomé Hidalgo por Tamanduá Killer. Ver llover le significó el Premio de poesía de los Destacados de Alija. Hemos entrevistado al multifacético escritor con la intención de acercarles su obra y pensamiento. Recomendamos visitar su blog Garabatos y Ringorrangos, espacio que combina: “algo de diario, algo de estantería y algo de bitácora de viaje”.
—–
– ¿En qué momento decides ingresar al universo literario?
Uno ingresa a la literatura como lector. Ahí no sé si hay una decisión consciente. Más bien que eso se hace por efecto de la imitación de los mayores (hermanos, padres, abuelos) y por motivación e impulso de estos. Comencé a leer muy temprano en mi vida. Y cuando uno entra al mundo de los libros, después no es fácil salir. Como escritor, en cambio, mi ingreso fue tardío. Si bien escribo desde la adolescencia, no me decidí a publicar hasta una edad madura. Mi primer libro, «Hendiduras», estaba listo en 2004. Iba a salir publicado en formato papel, pero el intento se frustró. De ahí que lo publicara en internet. Luego, en 2006, me concedieron el premio de poesía de la Feria del Libro y el Grabado, un premio que organizó siempre la poeta Nancy Bacelo: toda una distinción y, además, el premio conllevaba la publicación del libro, que fue «Artes adivinatorias»: mi primer libro en papel. En ese momento creo que estaba poniendo un pie adentro del universo de los escritores. Pero todavía me faltaba la incursión en la Literatura para Niños y Jóvenes. Eso vino de la mano de otro premio, uno internacional: el que concedía la Revista Imaginaria. «El secreto de los Greenwall» fue el cuento premiado en el año 2007. En el jurado estaba nada menos que María Teresa Andruetto. Y bueno, esas cosas que a uno le pasan, un poco por azar, terminan siendo el empujón definitivo. Gente a la que tú respetas mucho te está diciendo que lo que escribes le gusta y que vale la pena publicarlo. Así comenzaron a abrirse algunas puertas. Cuando me di cuenta ya estaba en el medio del baile, y a bailar.
– Cuéntanos de tu primer recuerdo como escritor.
Como te decía antes, eso de pensarme como escritor o como poeta, asumir la etiqueta o el mote, no fue algo del todo consciente. No podría decirte de un recuerdo en el que me pensara como escritor. Si me acuerdo del primer poema que escribí, cuando era adolescente. Un texto horrible que hablaba de la fragilidad de la infancia, pletórico de entusiasmo. Digo que era horrible ahora, porque cuando lo escribí me gustaba mucho. Por suerte tuve la suficiente vergüenza para no hacer público nada de lo que escribí en mi juventud. Eso fue algo menos de lo que tener que arrepentirse luego.
– ¿Qué rol te resulta más complejo, el de la enseñanza o el de escritor?
Lo único que hago como docente es un curso de aproximación a la narrativa y el cuento, para estudiantes de cine, en la Escuela de Cine Dodecá. También algún «talleres exprés» de poesía, con niños de edad escolar. Ser docente tiene su complejidad, pero creo que escribir es más complejo aún: es que cuando eres docente los alumnos te ayudan con la materia que estás presentando, mientras que la escritura se hace en soledad (más allá de que luego intercambies con otros colegas sobre lo bueno o lo malo que estás haciendo). Y asumir el rol de escritor es complejo cuando además te desempeñas en otros trabajos: es una actividad independiente, que exige el manejo de los tiempos, y eso no es fácil.
– La poesía ocupa un espacio importante en tu obra y en tu blog, ¿por qué?
La poesía ocupa un espacio primordial en la literatura en general. En ese sentido, si bien creo que voy bien orientado en lo que hace a la historia de la literatura me encuentro a contracorriente de la industria editorial y de la promoción de la lectura en la actualidad. Leer un cuento o una novela bien escritos, a mí me resulta algo muy grato y reconfortante. Pero leer un poema bien escrito, me fascina: es algo que me deja sin aliento. Y como decía antes, yo entré a la escritura por el lado de la poesía. Es cierto que uno a veces se enoja con la poesía, y quisiera dejarla, pero ella no me deja a mí.
–Has publicado con varias editoriales, algunas extranjeras. ¿Entiendes que al autor le reportan mayor difusión estas últimas?
He publicado con distintos tipos de editoriales: del extranjero (Calibroscopio en Argentina y República Kukudrulu en España), extranjeras pero con sede en el país (Sudamericana, que es Random House Mondadori, una editorial trasnacional), editoriales nacionales (Fin de Siglo, Banda Oriental, Estuario) y también editoriales virtuales (Libro de Notas), que se supone que no tiene territorio porque, si bien está en un servidor de España y allí registra los libros, es una editorial de internet y los libros que publica están disponibles para todo el mundo. Mi experiencia, en cuanto a lo que las editoriales aportan a la difusión, es diversa. Se supone que las editoriales tienen un rubro para la difusión de un libro y de su catálogo y luego apuestan mucho a lo que los autores puedan hacer en ese campo, lo cual, a menudo, es problemático, porque un autor puede escribir muy bien pero no tener madera de difusor. Luego, hay una difusión que más que ligarse al marketing se liga a la promoción de la lectura. En esa dirección, algunas editoriales trabajan mejor que otras, o sea, hay editoriales que apuestan más a la literatura o a la promoción de la lectura que al negocio. Son diferentes enfoques que tienen. Pero yo pienso que el problema de la difusión no depende tanto del carácter nacional o extranjero de las editoriales, sino del momento, del libro, del editor que asuma el proyecto particular de un libro y lo impulse, del manejo que las redes sociales (virtuales o reales) hagan del libro, de las políticas de promoción de la lectura que el Estado gestione y, fundamentalmente, de lo estimulados que puedan estar los lectores para recibir una obra. En todo caso, la difusión es la suma de muchas acciones, y así unas editoriales se alimentan de lo que hacen los otros actores del mundo del libro a la par que aportan lo suyo al conjunto. De todas maneras, lo más importante, en lo que hace a la difusión, no son los beneficios del autor o los de la editorial sino lo que esa difusión pueda llegar a aportar para favorecer la lectura y lo que pueda llegar a beneficiar al lector. En toda campaña de difusión, el lector debe ser el centro. No soy ingenuo, y me consta que las editoriales buscan su beneficio cuando hacen difusión y que algunos autores caen en ese juego competitivo por ganarse una cuota de la atención de las audiencias: en muchos casos, se atienen así a lo que son las reglas del juego mercantil. Pero a mí me gusta pensar la difusión al margen del mercado, pensarla como una sumatoria de esfuerzos mutuamente benéficos para editoriales, para autores, para promotores de la lectura y para lectores. Cuando hago difusión, la encaro con esa perspectiva, aunque sé que no es una cuestión sencilla, ni que todo carbón termina siendo un diamante.
– ¿Esperabas el Premio Bartolomé Hidalgo 2011 por Tamanduá Killer?
El año anterior había quedado en la terna finalista con mi otra novela, Zipisquillas, lo que fue una gran sorpresa para mí. En el 2011, cuando volvía a quedar nominado con Tamanduá Killer no me hacía mucha ilusión de ganar el premio porque como era el año del bicentenario y mi novela no era histórica, pensé que corría con desventaja frente a los otros nominados que habían publicado obras históricas relacionadas con el bicentenario. Así y todo, te lo confieso, le tenía fe a la novela para que pudiera hacerse con el premio. Y fue una alegría, claro.
– ¿Qué te motivó a crear un libro sobre una especie en vías de extinción?
La motivación para escribir una historia con tamanduás no vino del hecho de que estuvieran extinguiéndose. Al principio, me interesé por esos animales porque venía escribiendo una serie de poemas sobre especies autóctonas del Uruguay. Mi motivación más fuerte era escribir una novela de aventuras y de suspenso. Y lo del tamanduá cuajó con lo de la instalación de las fábricas de procesamiento de celulosa (las papeleras), con el conflicto con Argentina y con unas cuestiones de investigación científica y bioética sobre las que estaba leyendo. Claro que luego ambienté la historia en el Delta, que es esa región imaginaria en la que suceden la mayoría de las historias para niños y jóvenes que invento, y ahí las cosas se desterritorializan un poco. Creo que el hecho de que los tamanduás estén en vías de extinción le agregó a la historia dramatismo. Y es que todos los temas ecológicos, nos guste o no, revisten ese carácter dramático para nuestro tiempo. Con las cuestiones ambientales, lo que está en juego es la vida misma y la viabilidad de un sistema social capitalista que no puede gobernar su propio crecimiento. La preservación del medio ambiente y de la vida en nuestro planeta es de por sí un drama de nuestro tiempo, y la literatura no puede estar ajena a eso.
– ¿Cómo concibes el objeto libro en estos tiempos?
El objeto libro – aunque suene de Perogrullo, hay que decirlo- es un objeto de lectura. De ahí que soporte diversos formatos y diversos contenidos, y que atraviese por diversas peripecias. Estamos en tiempos de cambio en los modelos de negocio del mundo del libro, pero algo bueno en el presente es que la bibliodiversidad crece y prolifera. Las nuevas tecnologías la impulsan. Los contenidos se adecuan a los nuevos formatos. No es lo mismo un libro de texto, una enciclopedia, una novela o un libro-álbum ilustrado a todo color. A cada contenido le irá mejor un formato y un soporte distinto. Hay un arte de la edición que sabe de eso y busca los caminos para difundir la literatura por los mejores canales. Los escritores, a su vez, tenemos más posibilidades de experimentar y de encontrarnos directamente con los lectores. Pero hay algo que no cambia: la necesidad de contar historias, la necesidad de decir y escuchar poesía, la necesidad de transmitir cultura y conocimientos de una generación a otra: eso permanece. Y el libro, sea cual sea su soporte, seguirá haciéndose cargo de eso. Porque la lectura es una de las cosas más importantes que aprendió la humanidad. La lectura hace a la humanidad en su conformación histórica. Fomentarla, cuidarla, multiplicarla: todo ello requerirá del libro, y este está y estará ahí, en papel o en megabytes, a menos que nos vayamos todos al quinto infierno.