No te signifiques (50)
Por Jorge Díaz.
Hasta ahora no me había dado cuenta, nada me cuadraba pero tampoco sabía por qué. Por fin he visto la luz: España es una distopía.
– ¿Y eso qué es?
– Una utopía perversa, es decir lo contrario de una utopía.
Me explico, una utopía es una sociedad perfecta, ficticia, ideal, donde todo funciona para alcanzar la igualdad, la felicidad y la plenitud de sus habitantes.
– ¿Y España no lo intenta?
– Ahí está, en España hasta el intento es infeliz. Ni siquiera cuando parece que las cosas van bien estamos yendo bien; en realidad todo está continuamente preparado para irse al carajo. Cualquier atisbo de prosperidad no es más que tomar carrerilla para irnos al carajo.
España, los españoles que quieren ser españoles, los españoles que no quieren ser españoles sino de un pueblo, los extranjeros que acaban aquí, todos trabajamos en una única dirección: irnos al carajo.
El partido del gobierno hace recortes y el partido de la oposición se queja, cuando hace apenas nada también hacía recortes justificándose en que era lo único que podía hacer. ¿Se puede hacer otra cosa que no sean recortes? Es irrelevante, los políticos de los dos partidos son unos incompetentes sólo aparentemente, en realidad funcionan a favor de la distopía.
El partido del gobierno le da dinero a un banco dirigido por aprendices de los golfos apandadores y el partido de la oposición se queja de que se le den dinero a los bancos cuando hace apenas unos meses le dio también dinero a otros bancos que estaban dirigidos por gente igual de turbia. ¿Hay que dárselo? Sí, siempre y cuando tu objetivo sea la distopía.
Los dos partidos en el fondo están de acuerdo en el fin común, alabado sea el señor.
– Reconozco que si no lo es, lo parece.
– Realmente. Búsqueda del cese de la convivencia pacífica, ése es el objetivo.
La familia real se dispara contra su propio pie literal y simbólicamente cuando su Jefe se marcha a cazar elefantes. ¿Elefantes? ¿Qué interés puede tener cazar un elefante? Anda que debe de ser difícil acertarle a un elefante… ¿Un error? No si eres un agente de la distopía.
– Y creíamos que no trabajaban…
– Lo que no sabíamos era en qué trabajaban. Ahora lo sabemos, en la distopía.
– No sé… Me parece un poco teoría de la conspiración. No te creía uno de esos.
– No hay conspiración, no hay ningún cerebro detrás. Es más, hay pocos cerebros en el país. Es una realidad, una deformación de la raza.
La prima de riesgo, que no acabo bien de saber lo que es; las expropiaciones de empresas españolas en otros países del tercer mundo; los bonos de los banqueros, que son tan parecidos a los atracos de antes; los robos de los políticos, que no sorprenden a nadie; los aniversarios de revoluciones que no revolucionaron nada, que se repetirán con los mismos resultados; las huelgas generales que se convocan para un ratito y antes de un puente para pegarlas al viaje a la playa; los escándalos irreales de una familia cada vez menos real… Todos son elementos de nuestra distopía.
– Pero hasta hace nada España iba bien…
– Falso, eran pasos atrás para tomar impulso. ¿Qué fue lo que vivimos en los tiempos de prosperidad?
El curro que se iba al Caribe en lugar de volver al pueblo, a las fiestas y a la romería, como toda la vida; las plantaciones de adosados, todos con sus arizónicas, su césped y su piscina en un país con problemas de agua; lo de los jóvenes sobradamente preparados, que ya se está viendo, ya; la creación de diplomaturas en igualdad, creo que ahora que hay trabajo en Alemania se pelean por ellos; las hipotecas que alcanzaban para el piso, el coche, los muebles y la comunión de la mayor y que parecía que nunca habría que pagarlas; los Porsches Cayenne por la calle como si los regalaran…
– Los Porsches Cayenne son bonitos.
– Y prácticos, muy prácticos. Un país no puede sobrevivir sin que los constructores que están a punto de arruinarse los compren de dos en dos.
Y paro porque todo parecen chorradas que me invento, como si no lo hubiera visto… ¿Cuántas barbaridades más tendentes a la distopía seríais capaces de decir vosotros?
Dan ganas de vivir en la ficción. Cada uno en la suya. O todos en la mía. Inventarnos un país lógico y que todos nos vayamos allí. Una sociedad de esas que se inventaban los socialistas utópicos del XIX. Pero eso, amigos, es imposible…
Sí. A día de hoy, el mundo de «Un mundo feliz» me parece estupendo. Todos drogaditos y felices desde el nacimiento hasta la muerte. ¿Se puede pedir algo mejor?