Plácido de Bergerac regresa al Teatro Real
Por Meritxell Álvarez Mongay.
Era un erudito libertino, un poeta satírico y un extraordinario espadachín, pero no pasó a la historia por los versos que escribió ni por los centenares de hombres a los que con su florete atravesó. Si todos los escolares franceses conocen a Cyrano de Bergerac es por la obra de Edmond Rostand y por una nariz descomunal que, entre los días 10 y 22 de mayo, Plácido Domingo luce como nadie en el Teatro Real.
“Un día, husmeando en los archivos de la Casa Ricordi de Milán, me encontré la partitura de Cyrano de Bergerac –comentaba el Maestro en rueda de prensa –. Me hice con una copia enseguida y, conjuntamente, escuché una grabación del gran tenor chileno Ramón Vinay, que en 1948 interpretó a Cyrano en La Sacala.” La obra le maravilló y, por eso, cuando tuvo la ocasión, instó al director del Teatro Real, Gerard Mortier, a que llevara al telón madrileño la producción del escenógrafo rumano Petrika Ionesco. Ni qué decir tiene que, después de asistir a su estreno y ver llamaradas, centauros y cupidos aéreos en el Teatro del Châtelet, Mortier no fue nada difícil de convencer.
Plácido Domingo y Cyrano de Bergerac
Aquella no era la primera vez que Plácido Domingo cantaba sobre el escenario con las celebérrimas napias del pensador francés: lo hizo ya en el Metropolitan de Nueva York (2005), en el Covent Garden (2006), en el Palau de les Arts (2007) y, en la Ópera de San Francisco (2010), con esta última producción parisina que llega ahora a Madrid bajo la batuta de Pedro Halftter.
No hay duda, con este currículum, de que el tenor madrileño le tiene bien cogida la medida a su superlativa. “Es un personaje muy peculiar –añadía –. Un hombre que, a pesar del enorme complejo que arrastra consigo, está lleno de bondad y honestidad.” Ahora bien, no le habléis de su protuberancia si tiene a mano una espada, pues es capaz de batirse en duelo, esquivar estocadas y, a la vez, componer una maravillosa balada.
Y parte de este mérito se lo debe a la Escuela de Esgrima del Ateneo de Madrid. “El maestro de armas –François Rostain –es simpatiquísimo y te enseña las cosas con mucha facilidad.” Todo para que pueda combatir contra experimentados mosqueteros mientras se burla poéticamente de ellos. “Hay un conjunto de espadachines en la obra impresionantes –recalcaba con admiración –. Tienen una maestría y una genialidad sin igual, y la verdad es que es difícil que, cuando están en escena, no se te desvíe la atención hacia ellos…”
Poesía, romances y estocadas
Después de semejante clase magistral, Plácido Domingo, en su papel de Cyrano de Bergerac, ya está preparado para derrotar a los tercios españoles en la Guerra de los Treinta Años y para desafiar a todo aquel que ose posar la mirada sobre su prima Roxane, interpretada por Ainoa Arteta hasta que Sondra Radvanovsky se recupere de una enfermedad.
Sin embargo, el soldado está tan acomplejado por su nariz que no se atreve a confesarle su amor a Roxane. “Cyrano no sólo es un ser depresivo con una doble personalidad, la que muestra y la que oculta, sino que se complace en la desgracia y la tristeza –lamentaba el tenor –. Ni siquiera se plantea que Roxane le pueda amar tal cual es –es decir, feo –. Una fealdad que está sobre todo en su cabeza, basada sólo es un apéndice desmesurado, sin tener en cuenta los otros elementos de su físico.”
La nariz postiza de Cyrano de Bergerac
Desconocemos si Edmond Rostand exageró el tamaño desproporcional de las napias de Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac, aquel coetáneo de Nicolás Boileau-Despréaux y de Molière que dio de beber a la imaginación del escritor francés. Pero lo cierto es que la enorme trompa del personaje real era tan falsa como la que le emplastan estos días a Plácido Domingo en la cara, pues se la hizo construir después de que un agresivo tratamiento con mercurio contra la sífilis le deformase su verdadera nariz.
A pesar de todas sus desgracias, el Cyrano original, nieto de pescaderos venidos a más, parecía estar orgulloso de su tabique nasal, cuyo tamaño, decía en sus escritos, era proporcional a su cortesía y generosidad. Ciertamente, apuntan los expertos que las narices largas y gruesas anuncian sabiduría, buen corazón y alma honesta, y Cyrano de Bergerac, en el teatro, así lo demuestra.
No hay más que ver el dúo bajo el balcón y la escena final que, para Plácido Domingo, son, en el mundo de la ópera, dos grandes hitos. “Son escenas de una pasión, una belleza, un lirismo y una tristeza inconmensurables. Es el colorido del clarinete junto a la voz del tenor y el acompañamiento de la orquesta los que nos hacen vivir un momento increíble”, decía refiriéndose al instante en que el protagonista, como si fuera una más de las hojas secas que con la llegada del otoño cae, exhala su respiro final.
Las cartas de amor de Rostand
Sólo entonces Roxane se dará cuenta de que el galán que le hacía el amor con palabras y cartas no era un apuesto cadete llamado Christian, sino la pluma y la elocuencia del mal parecido Bergerac. No obstante, este pasaje epistolar no figura en la biografía del legítimo poeta galo. Su prima, en realidad, se llamaba Catherine, no Roxane; vivía con su tía en un convento y no nos ha llegado ningún documento de que recibiera carta de amor alguna allí dentro.
De lo que sí hay constancia es de que, al igual que el personaje de ficción, Edmond Rostand tuvo que ayudar a un tal Jérôme Faduilhe a conquistar el corazón de una joven escribiendo por él las cartas, pues era tan torpe como Christian en el uso de la palabra y no comprendía que un simple “je t’aime”, aunque se diga en francés, no basta.
Seguramente, el escritor utilizó este lance para inspirarse y construir un personaje que, después del exitoso estreno de la obra en 1897, se convertiría en el héroe preferido de todos los franceses, seguido muy de cerca, según una encuesta de la época, por Jean Valjean y por D’Artagnan. Con su entusiasmo, los galos recuperaron parte del orgullo que con Alsacia y Lorena les quitaron; el Teatro Real, la prodigiosa voz de Plácido Domingo y unas funciones que la huelga de trabajadores había hecho peligrar.
Más información:
http://www.teatro-real.com/es/eventos/cyrano-de-bergerac