La que nos espera (19)
Por Javier Lorenzo.
– Gran fiesta la de ayer, ¿verdad, Roger?
– ¿Cuál de todas, señor? ¿La oficial o la que celebraron usted y sus amiguetes?
– ¡Ah! ¿Es que ayer había una fiesta oficial en alguna parte?
– En todo el mundo, señor. Ayer era 1 de mayo, ¿le suena?
– Ligeramente, Roger, que no ando muy fino con el santoral.
– Olvídese de san José, se lo ruego. Era Primero de mayo, señor. El Día Internacional de los Trabajadores.
– Pues ahora que lo dices, Roger… Pero no, no me refería a esa fiesta, sino a la que celebramos en el palacete.
– Ya lo suponía, señor. Y no, no me hizo maldita la gracia, si es que quiere saberlo.
– ¿Y por qué no, Roger? Había gente agradable e influyente. Gente con dinero. Estaba lleno de triunfadores. Y lo que nos reímos.
– Lamento contradecirle, pero empiezo a poner en duda su peculiar sentido del humor. A mí me pareció obsceno y hasta repulsivo.
– Eres un tiquismiquis, Roger. Y peor aún, un amargado. No sé qué le viste de malo.
– ¿Quiere que hagamos un repaso de los invitados, señor?
– No sé para qué, pero si te empeñas… A ver, había bastantes políticos de todos los partidos y de todos los lugares de la geografía española. ¿Qué ocurre con ellos?
– Tal vez, señor, que su denominador común era el de haberse subido el sueldo en los últimos años. Concejales y alcaldes manirrotos –cuya lista sería tan extensa que no cabría en estos dos folios-, responsables de diversas áreas, consejeros autonómicos… ¿No le pareció sospechoso?
– Ni tanto así, Roger. No se les advertía entre la multitud. Eran una minoría.
– Es cierto, señor. Lo que más abundaba eran banqueros y altos ejecutivos, pero éstos también tenían mucho que callar.
– No entiendo por qué. Son los que manejan la maquinaria de la economía, de las grandes empresas. Son ellos los que permiten que los países progresen, que la riqueza aflore. No creo que los sueldos que perciben sean para escandalizarse. Es una gota en el océano de los beneficios. Y además, son personas muy divertidas. No veas los chistes que contaba Florentino Pérez, tan serio como parece. Nos tronchábamos.
– Confío en que no lo esté diciendo en serio, señor. Todos ellos también se han subido el sueldo y los privilegios en los últimos meses.
– ¿Lo dices por Fernando Martín, presidente de Martinsa-Fadesa? Pero si es la mar de simpático, a la par que fotogénico.
– Discúlpeme el señor, pero subirse la nómina un 23% hasta alcanzar los 2’6 millones de euros, cuando su inmobiliaria está en pérdidas, ha despedido trabajadores y ha tenido la mayor suspensión de pagos de la historia de España, me parece chocante, como poco.
– Eso son minucias, Roger. Sin él, igual esa empresa ya habría desaparecido.
– Siguiendo su razonamiento, señor, entonces tendríamos que agradecerle al señor Brufau, presidente de Repsol, que perciba unos emolumentos anuales de 10’2 millones, ya que de no ser así, Argentina no sólo hubiera nacionalizado YPF, sino que además hubiera invadido el archipiélago canario.
– Pues vete tú a saber. Que doña Cristina K. está lanzada.
– Y supongo que a Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, habrá que aplaudirle por subirnos la luz un 7% nada más. Si no cobrara 9’5 millones, quizá hubiera llegado al 20%.
– Pero mira que eres ponzoñoso, pérfido sajón, que en tu país les han bajado los impuestos a los ricos.
– Así es, señor, lo admito. Pero no hace que sienta menos repugnancia por el bochornoso espectáculo de ayer.
– ¿De qué espectáculo me hablas, Roger? Vamos, hombre, por favor. No me digas que Teddy Bautista no estuvo sembrado con la guitarra. O Urdangarín con el “txistu”.
– Otros que tal bailan, señor. Como esos consejeros de las antiguas cajas de ahorros que les hacían los coros. Aunque lo peor es que mientras ustedes siguen con su francachela, hay ancianas que se encadenan al Banco de España, familias que no llegan a principio de mes y enfermos crónicos que no pueden costear su tratamiento.
– Hoy me estás saliendo muy rebelde, Roger. Y puede que no te falte razón, pero como buen aristócrata, yo estoy por encima de esas sutilezas.
– Es usted un maestro del eufemismo, señor. Y también, como todos los asistentes a esa fiesta, un ser afortunado.
– Eso sin duda, Roger. No había más que vernos.
– No lo digo por su aspecto atildado y rozagante, sino porque en realidad el patrón de los trabajadores no es san José. Es el santo Job. Eso sí, el día que Job desaparezca, ¿sabe quién le sustituirá?
– Ni idea, Roger.
– Pues santa Bárbara, señor. Santa Bárbara. Y si ese día llega, la fiesta entonces sí que va a ser sonada.