La esposa diminuta
Por Ana Blé.
La esposa diminuta. Andrew Kaufman. Ilustraciones de Tom Percival. Traducción de Leticia García Guerrero. Capitán Swing Libros, 2012. Tapa dura con faja. Tamaño 13x21cm. 104 páginas. ISBN: 978-84-939827-4-4. 16,5 €.
“El robo trajo sus consecuencias. Las consecuencias fueron la clave del robo. Nunca se trató de dinero, ni siquiera el ladrón lo pidió. Que ocurriera en un banco fue algo completamente circunstancial.” Así da comienzo esta fábula del escritor, director y productor de radio canadiense Andrew Kaufman, que a través de la voz del narrador, se transmuta en el esposo de Stacey, una de las víctimas que protagoniza el extraño incidente.
Lo que quiso llevarse el atracador, en vez del dinero, fue el objeto con mayor valor sentimental que llevara cada uno de los presentes encima: un reloj de pulsera viejo, una calculadora antigua, un chupete, una fotografía… Unas horas más tarde, las víctimas de aquel robo extravagante empiezan a sufrir las increíbles consecuencias: una mujer que se vuelve de caramelo, un hombre al que se le multiplican las madres, un león que deja de ser tatuaje para convertirse en una pesadilla de carne y hueso… y Stacey, que va menguando de tamaño día tras día hasta llegar a hacerse diminuta.
Nadie sabe por qué ocurre lo que ocurre, pero a través de las páginas lo vamos averiguando, y aparece la moraleja que hay escondida detrás de las inverosímiles situaciones en las que se ven atrapados los personajes. La clave nos la ofrece el ladrón al principio, justo antes de marcharse del lugar del crimen. “Cuando salga de aquí, estaré llevándome conmigo el 51 por ciento de sus almas. Esto acarreará extrañas consecuencias en sus vidas. Pero lo más importante, y lo digo bastante en serio, es que o encuentran la forma de lograr que vuelvan a crecer o morirán.” Esta es la lección que nos ofrece La esposa diminuta, la necesidad de tener valor para pelear por aquello que realmente puede hacernos felices, y para enfrentarnos a aquello que amenaza con arrebatarnos la felicidad. En definitiva, la necesidad de saber cómo hacer crecer nuestras almas para no llegar a ser muertos en vida. ¿Y cuál es la forma de conseguirlo? Así es, a través del amor.
Por cierto, las inquietantes ilustraciones en blanco y negro de Tom Percival son toda una delicia para la imaginación y para la vista.
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