La que nos espera (18)
Por Javier Lorenzo.
– Estoy harto del Titanic, Roger. Harto de todos los documentales que se han hecho del desastre. Harto de las noticias que destacan la efeméride. Harto del rostro melifluo de James Cameron y, sobre todo, harto de la película que nos quiere endilgar sea como sea. Ahora en 3D, eso sí.
– Pues le comento, señor, que uno de mis bisabuelos era mecánico en el infortunado buque.
– No lo sabía, Roger. ¿Sobrevivió?
– En la familia no tenemos la certeza absoluta, señor. Según su viuda, que lo transmitió así las siguientes generaciones, es muy probable que la tragedia no se debiera sólo al iceberg. Por lo que ha llegado hasta mis oídos, no tenía buen beber y era un enamorado de los sopletes y los berbiquíes. Ella no descartaba que hubiera causado el estropicio y luego se hubiera alejado silbando de allí.
– Me despistas con tus historias, Roger, que seguro que son más falsas que una previsión ministerial.
– Tal vez lo sean, señor. Nunca lo sabremos. No obstante, me intriga esa fobia hacia una de las películas más taquilleras de los últimos tiempos. ¿Es que no le gustó?
– No se trata de gustos, Roger, sino de símbolos. Y “Titanic” es una metáfora cruel y a la vez bastante cursi de cuanto ocurre con la vieja Europa.
– La analogía con el hundimiento es demasiado evidente, si el señor me permite esta ligera observación.
– ¡Ligera, tus narices, Roger! Ándate con ojo y atiende, perverso bucanero. ¿Quienes se salvaron? Los pasajeros de primera, los que, cerca de cubierta, más a mano tenían los botes salvavidas. ¿Quienes engrosaron la lista de víctimas? Los de tercera, aquellos que habían empeñado hasta la última de sus posesiones para hacer el viaje metidos en la sentina. ¿No te parece un paralelismo estremecedor?
– Admito que un poco sí, señor.
– No acaba aquí la comparación. ¿Quiénes fueron los responsables de su hundimiento? Al margen de tu bisabuelo. ¿O sólo fue una fatalidad que de ningún modo se pudo evitar?
– Ni idea, “sorry”. ¿El capitán?
– Los armadores, Roger. Su ambición y codicia fueron tan culpables como el gigantesco bloque de hielo que abrió la vía de agua. Joseph Conrad, marino experto, lo denunció en varios artículos poco después de que el trasatlántico se fuera a pique. Sin embargo, esos mismos armadores que desafiaron los límites de la ingeniería, la razón y la ética, salieron absueltos de la investigación que se realizó tras el hundimiento. ¿No te resulta familiar, Roger?
– No me va a quedar más remedio, señor, que darle la razón. Me deja usted sin argumentos.
– Así me gusta, fámulo rebelde. Pero no acaba aquí la cosa, porque si nos ceñimos a lo cinematográfico, entonces, Roger, el contraste es igual de pavoroso. ¿Cuántas películas crees que se han hecho sobre el “Titanic”.
– Me ha vuelto a pillar, señor.
– Catorce, Roger. Quince, si contamos con este “remake” tecnológico del “remake” que protagonizaron Di Caprio y la señorita Winslet.
– Pues me he enterado de que la nueva versión no está funcionando muy bien en taquilla.
– ¡Aleluya! Un acto de sensatez popular. Pero es una anécdota, un triunfo efímero. El futuro pertenece al espectáculo y no a la cultura. ¿Quién se arriesga con ideas nuevas, con proyectos diferentes y rompedores, cuando ya tiene la mitad del trabajo hecho y sólo necesita un par de rostros famosos para dar lustre y sacar beneficios? Mejor copiar que crear: esa es la consigna. Y podemos hacer una prueba. Coge papel y lápiz.
– Listo. Aquí tengo mi plumín.
– Me morderé los puños para no contestarte a eso. Empieza a apuntar las peliculas estadounidenses que se hayan rodado en los últimos cinco años y que sean “remakes”.
– ¿No preferiría el señor que abonara el jardín o que limpiara el desván? Me llevaría menos tiempo.
– Ahí lo tienes, Roger. Eso es lo que promueve la industria, ahí es donde van las inversiones y luego la atención de los medios. La influencia de las “majors” estadounidenses es tan asfixiante que resulta escandalosa la promoción que se les hace, por ejemplo, cada viernes en RTVE. Mientras tanto, el cine español agoniza por falta de apoyo.
– No todo, señor. Torrente siempre cumple.
– Y querrás que me alegre, felón. Eso sólo me demuestra que el problema del cine español reside en quienes lo ven más que en quienes lo hacen. Ese, admitámoslo, es nuestro nivel como espectadores. No importa que en este país se hagan buenas, sorprendentes e interesantes películas como “Celda 211”, “REC” o “Enterrado” –por citar algunas más o menos recientes-. No importa que aquí y allá surjan pequeñas joyas. No importa que haya gente con ideas, talento y entusiasmo. Como no importa que el cine –el nuestro también- sea una seña de identidad. Algo que nos define y representa. Pero hemos escogido para ello a Torrente. O a “Titanic”, como seres globalizados que somos. Más allá está la nada o –en otra muestra de fino análisis y perspicacia- “la ceja”. Para mí, Roger, que este espectador medio español se parece bastante a tu bisabuelo. Nos vemos en el fondo.