Pinocho
Pinocho. Adaptación del cuento de Collodi: Anita Ganeri y Libby Hamilton. Editorial MacMillan.
Pinocho cobra vida
Gepeto, el anciano fabricante de juguetes, se sentó en una silla desvencijada de su taller y se puso a trabajar. Silbando, empezó a tallar una bonita pieza de madera que había conseguido en el aserradero. Quería hacer un magnífico muñeco que fuera capaz de bailar y dar volteretas.
Primero, Gepeto le hizo un par de piernas; luego, un par de brazos y un cuerpo. Finalmente, empezó a trabajar en la cabeza, terminándola con una perfecta nariz puntiaguda.
-¡Vaya, qué bien me ha salido! -exclamó admirando su trabajo-. Te llamaré Pinocho, ya que estás hecho con madera de pino-. Entonces, Gepeto suspiró con gran pesar, -: ¡Ojalá fueses un niño de verdad! ¡Me gustaría tanto tener un hijo!
Lo que Gepeto no sabía era que el Hada Azul, una criatura mágica con grandes poderes, estaba allí. Al oír sus palabras, se compadeció del anciano y decidió concederle su deseo. Cuando Gepeto terminó de pintar el muñeco, el hada dio una palmada y esparció un remolino de polvo mágico sobre él. Riendo, Pinocho se puso inmediatamente en pie de un brinco, le arrancó la peluca al fabricante de juguetes y empezó a correr por la habitación.
Gepeto, sorprendido, se rascó la cabeza en el lugar donde había estado su peluca. Luego, se puso a perseguir a Pinocho, riendo entre dientes. Al fin tenía a su anhelado hijo y no podía enfadarse con él.
-Pinocho, si quieres ser un niño de verdad, tendrás que ir a la escuela -anunció Gepeto más tarde, poniéndose su viejo abrigo lleno de remiendos-. Iré a comprarte tu libro escolar para que puedas empezar mañana mismo. Pórtate bien hasta que vuelva.
Mientras, Gepeto estaba fuera, Pinocho se puso a mirar cómo jugaban unos niños en la calle.
-No es justo, -se dijo Pinocho-. Yo siempre seré un muñeco a pesar de lo que diga mi padre. Nunca seré de verdad como esos niños.
-Sí, lo serás -susurró una voz suave. Pinocho levantó la mirada y vio al Hada Azul revoloteando sobre su cabeza-. Yo te convertiré en un auténtico niño, pero con una condición: debes demostrarme que puedes amar desinteresadamente.
-¡Bah! -intervino otra vocecita-. Nunca lo conseguirá. Acaba de quitarle la peluca a su padre ¿Qué se puede esperar de él? La voz provenía de un enorme grillo, que estaba posado en el respaldo de la silla.
¿Y tú quien eres? -quiso saber Pinocho.
-Pepito Grillo -replicó el grillo-. A tu servicio en cada paso que des en tu camino.
El mal camino
Poco antes del anochecer, Gepeto regresó a casa con el libro escolar para Pinocho. Afuera nevaba, pero el anciano estaba en mangas de camisa.
-¿Donde está tu abrigo, padre? -preguntó Pinocho.
-Estaba viejo y desgastado, así que me he deshecho de él, se apresuró a responder Gepeto, que en realidad lo había vendido para poder comprar el libro-. Ya es hora de irse a la cama. Mañana temprano tienes que ir a la escuela. Buenas noches, Pinocho.
A la mañana siguiente, Pinocho se puso en camino hacia la escuela, agarrando con fuerza su nuevo libro. Por el camino se encontró con un chico llamado Polilla. Este le dijo que no pensaba ir a la escuela, pues quería ver una función de marionetas.
-¿Por qué no te vienes conmigo? -le tentó a Pinocho.
A Pinocho no le faltó tiempo, para olvidarse de su padre, de la escuela e, incluso, de las palabras de Pepito Grillo. Siguió a Polilla hasta el teatro, y estaba tan deseoso de ver a las marionetas que vendió su libro para pagar la entrada.
La función ya había empezado. Las marionetas deban volteretas mientras el público reía a carcajadas. Casi sin darse cuenta, Pinocho se encontró en el escenario, uniéndose a sus payasadas. Sus piruetas y sus canciones tuvieron tanto éxito que el director del teatro le pidió que se quedara con él.
-No puedo -contestó el pícaro muñeco-. Mi padre cree que estoy en la escuela.
-¿En la escuela? -bramó el director del teatro con una sonrisa malvada-. Con un talento como el tuyo no necesitas ir a la escuela, chaval. Si te lo piensas dos veces, cambiarás de idea.
Y diciendo esas palabras, el director arrojó a Pinocho a una oscura y húmeda habitación y lo encerró con llave.
(…)