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Entrevista a Ramón Acín

 
Por José R. Cortés Criado.

 

Ramón Acín, natural de Piedrafita de Jaca (Huesca), es Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza, y Catedrático de Instituto en la especialidad de Lengua y Literatura, además es académico de número en Real Academia de Bellas Artes de San Luis (Zaragoza).

 

A lo largo de su vida, dedicada a la docencia y a la escritura, ha dejado constancia de su saber hacer en numerosos ensayos, artículos en prensa, novelas para adultos y obras dirigidas a los lectores jóvenes.

 

P. Después de una vida dedicada a la docencia, al fomento de la lectura, a escribir ensayos, novelas para adultos, antologías literarias…, comenzó a escribir para los jóvenes. Su primera novela de este segmento es Secretos del tiempo escondido. ¿Cómo fue ese paso?

 

R. La verdad es que yo nunca había pensado escribir para jóvenes. Mi territorio predilecto era el ensayo; un territorio que, la verdad, da pocas satisfacciones y mucho trabajo de documentación, de reflexión…, pero, a pesar de ello, siempre he sentido una predilección por él.

 

A veces suceden las cosas por azar. Al menos en mi caso, el azar hizo que comenzase a escribir para adolescentes. Sucedió cuando estaba retirado en una zona casi despoblada que tan sólo es atravesada por el Camino de Santiago, a pocos kilómetros de Jaca, en pleno Pirineo. Tenía que poner fin a una de mis novelas más gratas, Siempre quedará París que trata sobre el mundo de los maquis en nuestra posguerra. Después de horas de reescritura y corrección, todos los días, me acercaba hasta el bar del pueblo más cercano. Uno se recluye, pero necesita escuchar a la gente.

 

En una de esas tardes, al pasar por un puente que me permitía el acceso hasta el pueblo más cercano y que está vigilado por un pequeño castillete, recordé las viejas historias de la mitología agropastoril del Pirineo; historias que, a la luz de la lumbre, en el hogar, narraba mi abuelo. Con ese recuerdo llegué al pueblo donde, cada tarde, tomaba mi cerveza. Y allí pregunté a unos muchachos por personajes de nuestra mitología pirenaica.

 

No tenían noticia de ningún personaje. Es decir, que me di cuenta que el poso de siglos que caracterizaba a esas historias de nuestra mitología había desaparecido y que el proceso de aculturación era irreversible. Dejé la corrección de mi novela Siempre quedará París y, como un loco, me puse a evocar y reescribir, con el sabor de lo oral, una parte de la mitología del Pirineo pensando en lectores infantiles y adolescente. Así nació Secretos del tiempo escondido, una obra que tiró de mí y que, ante peticiones de editoriales posteriores, ha ido conformando otras entregas: Terror en la cartuja, Misterio en el Collado, El caso de la Cofradía.

    

P. ¿Es más fácil escribir para adultos o para jóvenes?

 

R. Sin duda es más fácil escribir para adultos. Al menos para mí. Suelo manejar, a la hora de escribir, un vocabulario amplio y me gusta utilizar la palabra exacta. Y cuando escribes para adolescentes el vocabulario hay que medirlo a la baja, porque el lector no está formado y porque está aprendiendo y no es bueno atosigarle. Eso conlleva cambiar, buscar sinónimos más habituales que, por lo general, suelen ser menos precisos. A mí me duele perder precisión en función de esa accesibilidad del lector. Siento como si traicionase lo que quiero contar. Por eso, creo, que me resulta más fácil escribir para un lector formado que, por lógica, la mayoría de las veces, es adulto.

 

P. ¿Me gustaría saber cuál es su método de trabajo cuando escribe?

 

R. Escribo diariamente una hora, apenas me levanto. Luego la historia viaja conmigo el resto del día. Corrijo a la tarde, tras regresar del trabajo. Una corrección que adelgaza por lo general lo escrito a la mañana. Escribo, generalmente, después de releer lo escrito con anterioridad. Así -es lo que pienso- agarro con más fuerza la historia.

 

P. Terror en la Cartuja, su segunda novela juvenil es una trama policiaca, de terror, protagonizada por dos chicas. ¿Qué personajes son más importantes en sus novela juveniles los chicos o las chicas? ¿Cómo retrata a ambos?

 

R. Terror en la Cartuja es una novela especial. Está escrita para mi hija Natalia, a la que, junto a su amiga Teresa, la convierto en protagonista de una historia que sucede en La Cartuja, donde yo vivo. La Cartuja es un pueblo cercano a Zaragoza, un barrio de Zaragoza, que tiene su origen en una cartuja-monasterio, desamortizada por la ley de Mendizábal en el XIX. Es decir, que posee unos monumentos, muy venidos a menos que permiten observar la traza perfecta de un recinto monacal. Y, por tanto, es un espacio muy literario con sus edificios, leyendas y demás. La novelita fue uno de los accesos claves para que mi hija se habituase a la lectura. Es decir, que tuve el modelo del espacio y el de la personalidad muy presentes, aunque nada haya de biográfico. De forma complementaria con la intriga y lo policíaco busque su interés a la hora de acercarse a la novela.

 

En cuanto a si son más importantes los chicos o las chicas en mis  novelas, no sabría que contestar. Creo que las chicas, en general, aparecen en mis historias con una personalidad más hecha. Quizá porque maduran antes. No sé si es el tópico o la realidad lo que me lleva a ello.

 

P. Misterio en el collado es una novela de aventuras al estilo clásico, ¿por qué este tipo de novela? Además están presentes el problema de la falta de comunicación y las mentiras en las relaciones humanas. ¿Les preocupa las relaciones personales hoy en día? ¿Son hoy mejores o peores que en tiempos pretéritos? ¿Todos los problemas actuales tienen cabida en sus novelas?

 

R. Bueno, siempre me ha parecido que la aventura es clave a la hora de emprender el camino hacia el hábito lector. Al menos, lo fue para mi persona. Y, pese a lo que se diga, sin colocar nuestras biografías, quienes escribimos siempre creamos historias que están muy cerca de nosotros mismos.

 

Ya comencé a leer con la prensa y con obras de Verne –la primera novela, todo un descubrimiento, fue Veinte mil leguas de viaje submarino-, y también, con la prensa y las novelas de Verne  y de Salgari, comencé a imaginar y a conocer la realidad que desconocía. Las palabras me llevaron, siendo niño, hasta la realidad que, en una infancia rural, no existía. Sí, con esas novelas y con la lectura de periódicos descubrí el mundo que no tenía a mano. Y, pese a los cambios tecnológicos, sigo pensando que la aventura aún es un motor indispensable para entender la vida y para acceder a  su conocimiento. 

 

En cuanto a las relaciones humanas: Sí, me preocupan y mucho porque en ellas están haciendo mucha mella la mentira, la apariencia y la manipulación, por ejemplo. Pienso que es beneficioso que los lectores jóvenes, a través de historias adecuadas a ellos, accedan a los problemas que se derivan de todo lo anterior. Que observen, como si mirasen a un espejo, situaciones que les van a salir a encuentro. Y que al observarlas, reflexionen. O tengan la posibilidad de hacerlo, aunque sea después de años de haber leído una obra. La literatura es entretenimiento, pero también reflejo de la sociedad y de la vida y, en consecuencia, enseñanza. 

 

Sobre si vivimos tiempos mejores o peores. Creo que cada cual es hijo de su tiempo y tiene que apechugar con él. Lo que está claro es que, si algo somos, ese algo es pasado, porque el presente es inasible y el futuro imaginaciones, quimeras, deseos. El pasado que nos conforma debe servir de modelo, debemos aprender de él de cara al presente que se nos escapa y, con ese pasado a cuestas, escoger lo mejor posible. Con el pasado personal y con el pasado colectivo o de la historia, claro. Es decir, nuestra época para resumir, ni es mejor ni peor, sino la única que tenemos y que vivimos. Eso sí, se actuamos bien, podemos dulcificarla. Y, así, ser más felices que, en el fondo, es lo único interesante.

 

P. En el año 2010 hizo doblete, por un lado publicó Cornelio, Pancho, Simón y yo y por otro El caso de la cofradía.

 

R. Sí, no suele ser habitual. Mi ritmo es pausado a la hora escribir y de publicar. No estoy sujeto a un ritmo de edición. Creo que las historias deben surgir, cocerse en la cabeza, ser escritas con calma y editarse a su hora. Pero, también comprendo que haya gente que viva de la palabra y que necesite estar siempre vendiéndose, en los periódicos, etc. Para no desaparecer.

 

Coincidieron en el tiempo de edición, simplemente. Y ello fue así, porque Antonio Ventura, el editor de “El árbol de la lectura” de Oxford University me pidió apoyar con un cuentecillo a una asociación, la Fundación Theodora, que procura hacer la vida más grata a los niños que, por su enfermedad, tiene que hacer vida en los hospitales. Yo creo en la necesidad de ser felices. Y si con mi contribución de la palabra se puede conseguir, allí estoy.

 

P. ¿Cuál es la temática de Cornelio, Pancho, Simón y yo?

 

R. La base es la amistad y, también, el poder de la imaginación para compensar lo que la vida no ofrece. Y todo ello a través de la compañía que un niño busca en y con sus mascotas –un perro, un conejo y un loro-, porque no tiene otra posibilidad, dado que la familia vive aislada en el campo, en medio de la naturaleza. Un aislamiento vital, con la naturaleza también como amiga. Un aislamiento que, sin embargo, no le impide soñar y sentir el don preciado de la amistad, tan vital para las relaciones humanas.

 

P. El caso de la cofradía es una novela de protagonistas jóvenes, también policiaca, de aventuras, intriga, racial, costumbristas…, creo que es difícil de catalogar por cuanto tiene muchos ingredientes que la hacen atractiva. ¿De qué manera la catalogaría? ¿Cómo llegó a esa mezcla tan elaborada?

 

R. Sí, tiene todos esos ingredientes. Lo que no sé si he conseguido que el cóctel llegué a ser logrado. La vida es plural, jamás unidireccional y la novela, sin ser un saco, da posibilidad a que quepa todo. Como autor, en esta novela, pretendí que el amor, la amistad, el miedo, la naturaleza, los problemas sociales, la sinrazón del odio, la ciega estupidez de las ideas partidistas… entre otros temas, fueran visibles en la aventura de la vida que comienza a abrirse paso en la personalidad de protagonistas adolescentes. Quise que el cóctel tuviera sentido y busqué, con todas mis fuerzas, alejarme de fórmulas típicas y buscadas en la literatura juvenil.

 

En esta novela, como en otras ya publicadas, pretendo ser sincero; pretendo inyectar, con la aventura y el misterio como suelo, un golpetazo de realidad que pueda servir al lector. Lo que ya no tengo tan claro es que lo haya conseguido. Con el intento, me conformo. Además, el lector, al hacerse con la historia, ya rellenará, con sus vivencias, mis fallos. Es algo en lo creo firmemente: el valor de la recreación que aporta el lector a la historia que lee y que, por otra parte, así da el sentido último a quien escribe y a la historia que se le cuenta.

 

P. En Aragón, después de Buñuel los tambores son inevitables, ¿en honor a esa costumbre hace que los jóvenes protagonistas formen parte de una cofradía?

 

R. Por el admirado maestro Buñuel, cualquier cosa. Pero, el punto de arranque, ya lo he dicho, fue un joven a quien no le gustaba la lectura y sí la Semana Santa y aporrear un tambor que, por otra parte, en Aragón es costumbre arraigada. Y famosa. Esto último, sobre todo, porque Buñuel llenó con ella algunas de sus películas. Y, en especial, su vida como lo demuestran varias fotografías suyas dándole al bombo en Calanda, su pueblo natal.

 

P. ¿Por qué una joven extranjera? ¿Era necesario marcar la xenofobia con su presencia?

 

R. No, no era necesaria, pero me venía bien su uso en entramado narrativo. Detrás de esa joven extranjera hago aparecer la visión, cierta,  que  tiene cabida en una parte de la realidad española de nuestros días. Somos muy dados a mirarnos el ombligo y a creernos que sumos únicos, sin siquiera conocer la diferencia, al otro. Además, me permitía también tratar otro tema, bastante silenciado, que me preocupa: la existencia en nuestra sociedad y la permisividad de ciertos negocios como los relativos a la trata de blancas, donde España es puerta de entrada a Europa.

 

P. ¿Cuál es el secreto de una buena novela?

 

R. Si lo supiese a ciencia cierta, me guardaría el secreto. No obstante, en mi opinión, el secreto reside en que tú, mientras estás escribiendo, debes disfrutar y  sentirte a gusto con la historia. Creo que eso lo nota el lector. El escritor tiene que ser también lector, evitar engolamientos y demás estupideces teóricas.

 

P. ¿Desde cuándo se dedica a celebrar encuentros con autor?

 

R. Mi trabajo no me permite dedicarme a ellos con mayor asiduidad, pero creo que son básicos por lo que he dicho antes. Suelo hacer bastantes encuentros en Aragón. El horario de mañanas posibilita su realización a la tarde-noche en clubs de lectores, bibliotecas y otras instituciones. En cuanto a mis salidas a otras comunidades suelen ser más esporádicas: dos o tres por curso. Hay que cumplir con el trabajo y evitar cargar a los demás cuando te ausentas.

 

P. ¿Cree necesario llevar a cabo en los centros educativos actuaciones destinadas al fomento de la lectura? ¿Por qué?

 

R. En parte ya he contestado a ello en preguntas anteriores. No obstante, la aprovecho para hablar del trabajo en los centros educativos, cada vez más ninguneados desde todas partes, más obligados a rellenar papeles y al efecto “guardería”, circunstancias que, en parte, mellan e impiden llevar a fondo su función formativa y la transmisión de conocimientos.

Además de apoyar el hábito lector, estos encuentros, realizados siempre con el esfuerzo –suplementario para el profesorado, que no está obligado a ello- y la pasión del docente y la comprensión de los institutos, permiten adentrar en las aulas formas de comportamiento social que servirán, en el futuro, a los chicos que participan en ellas.

 

P. ¿Alguna anécdota curiosa que le haya ocurrido en estos encuentros?

 

R. Hay varias. Pero, sin duda, la más interesante desde mi visión como escritor fue la que ha dado lugar a una de mis novelas. En uno de los encuentros, un chico me confesó que no leía, que apenas le gustaba leer y que a él sólo le interesaba aquello que tenía que ver con el tambor y la Semana Santa. En ese mismo encuentro, le aseguré al chico que me comprometía a escribir una historia con tambores y con la Semana Santa. Y así nació El caso de la cofradía

 

P. ¿Cree que estos encuentros con autores son importantes para el alumnado y para el escritor?

 

R. Sí, y en doble dirección.  Para el escritor, estos encuentros sirven, al menos, para dos cosas. Una – quizá en apariencia la menos importante- porque pone cara a sus lectores. Algo que, en absoluto, es baladí. Al menos para mí.  Y dos, porque aprende de ello, descubriendo, por ejemplo, lecturas y direcciones de su historia que, al escribir, uno ni siquiera ha imaginado, sacando de ello conclusiones que puede utilizarse después en el proceso de creador de otras novelas.

 

Para los chicos por varias razones. En primer lugar, se desacraliza lo literario, acercándose emisor y receptor. Algo que da sentido a la literatura que, no en vano, viene de littera o sea carta y permite intuir o, incluso, observar, en estado puro, el proceso de recreación que contiene toda lectura y los comentarios sobre esa lectura. En segundo lugar, porque se apoya al hábito lector desde el punto de vista del entretenimiento, pero también desde su concepción como herramienta, cumpliendo con el docere y delectare clásicos. En tercer lugar por el diálogo y debate que estos encuentros conllevan, sirven, sin duda, para formar socialmente a los chicos. Y podríamos seguir con más, pero si se logran los mencionados, los profesores, verdaderos artífices de los encuentros, pueden darse por satisfechos con su labor.

 

P. ¿Piensa que leer y escribir son dos facetas unidas?

 

R. Soy de los que piensan: A la lectura por la escritura y a la escritura con la lectura. Esta claro ¿no?

 

P. ¿Le daría algún consejo a los jóvenes con ganas de contar historias?

 

R. Leer, leer, leer y escribir, escribir y escribir. Sin desanimo. Las musas si existen, deben cogerte trabajando. Y el trabajo es esfuerzo, práctica, hábito. El escritor debe convertir su esfuerzo en hábito placentero.

 

 

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