El amor y el deseo, de mujer a mujer
Mujeres que aman a mujeres (Antología de poesía lésbica), por Carmen Moreno
Editorial Vitruvio www.edicionesvitruvio.com
Por Carmen Garrido
Hace mucho tiempo que algunas de las poetas que ha tenido a bien antologar Carmen Moreno han sido una referencia para mí como escritora. Sus puntos de vista femeninos han otorgado a aquéllos que las seguimos una nueva dimensión sobre la literarura de mujeres, puesto que sus poéticas son de las más insignes del panorama español del momento.
Bien podría llamarse esta antología El origen del mundo (tomando el título homónimo del poema de Ana Tapia inspirado en el cuadro del mismo nombre de Courbet), ya que con ella nace un nuevo universo, hasta ahora, estrictamente privado y que las autoras han tenido la generosidad de mostrarnos, haciéndonos partícipes de él.
Conozco, admiro y quiero a buena parte de estas “mujeres que aman a mujeres” pero, objetivamente, creo que, como lectora, Carmen Moreno y las once poetas antologadas han creado un delicioso corpus del “bien querer” en estas páginas.
Leyéndolo y releyéndolo, tengo la certeza de que ha sido una condición indispensable para formar parte de él el haber deseado a alguien con tanta fuerza que tu única forma de escritura sea su cuerpo. Es necesario para escribir como ellas lo hacen el haber amado tanto y tan bien que, aun estando en medio del infierno, lo que les ha sacado de él es el saberse parte de la otra persona, como un órgano, como su mismo plasma, habiendo creado todo un ars amandi secreto y celoso. Ése que sólo nace en el universo estrictamente privado de dos que saben de las artes y las mañas del que lo habita.
Me quedó claro desde el principio que todas las poetas que forman parte de esta antología habían saboreado el placer de ser amable en cualquiera de sus formas. Y que ellas, sutilmente y sin saberlo, habían creado en estas páginas un verdadero arte de la amatoria femenina, transformando el cuerpo de la mujer en un luminoso objeto de deseo.
Qué bien ha seleccionado Carmen Moreno a estas once versificadoras porque, entre todas, nos regalan un descubrimiento, un enredo eficaz y taimado, creando una suerte de tela de araña que atrapa al lector, un bodegón de todas las formas posibles en que una mujer se entrega a otra.
Como prólogo, qué hubo antes de que estas once damas llegaran, un nudo gordiano desecho hábilmente por nuestra poeta gaditana para decirnos aquello que ya sabemos: que la pasión no ha tenido nunca ni paredes ni cronología, que no todo comenzó con Safo, que no todo es Lesbos. Que también fueron Diana de Éfeso, Wallada de Corduba, la deliciosa Madame de Sevigné, Charlotte Brönte, la querida Yourcenar o aquella viajera de Bloomsbury que fue Vita Sackville-West.
Las que aquí aparecen son mujeres que aman a otras mujeres. Simplemente eso. Nada más y nada menos que una forma particular para cada una de ellas de amar a otro ser humano. Por lo tanto destierro las detestables etiquetas. No hay clubs privadamente restringidos para los sentimientos. Y me parece de gran valentía lo que hacen: exponer su intimidad para que otros seamos capaces de ubicarnos en ella. La intimidad… Esas habitaciones donde habita el mundo, donde las bocas hablan mediante los besos, las demandas, los agravios, las penas o las diatribas, son, señores, universales. Qué bien retratado el cuarto propio donde ha crecido la pasión o el dulce enredo de cada una de ellas.
¿Y es que acaso cuando Ana Tapia dice No te preocupes porque ya estás salvada, te salvaron, recuerda, fue el amor… no podemos aplicárnoslo a todos nosotros, independientemente del sexo amado?
La química o la sexualidad nos pueden llevar hacia el cuerpo masculino o el femenino. Pero si tengo que elegir uno de los dos al que adjetivar con la palabra belleza ése es el de la mujer. Mi primer símil de la belleza tuvo lugar en el Louvre. De frente, al final de las escaleras, la terribilità de la Victoria de Samotracia, impactante, desafiante, oteando a los que miramos su anatomía perfecta, reprobando nuestros deseos de tocarla. Un cuerpo de mármol que pareciera carne. Los cuerpos femeninos, cualquiera que sea su fisonomía, están recubiertos de las epidermis que reconstruyen nuestra historia personal. ¿O acaso hay algo más inolvidable que el mapamundi del cuerpo querido? La piel como olor, como exotismo, como territorio especiado en palabras de Verónica Aranda Nada más que la piel en un ardor de abril y tamarindos. Nada más que la piel y su liturgia de helechos. O en versos de Ruth Llana: El color de mis sueños está en el cuerpo de una mujer. En el secreto de las nueve puertas que conducen a la libertad de un pájaro.
Otro rasgo común a todas estas poetas: su pertinaz defensa de lo que sienten frente a lo establecido. Ésa es la valentía en estado puro, el asesinato del prejuicio, el escupirle a los perfectos burgueses que lo que ellos lo obsceno, lo impuro, lo podrido son sus existencias. En estas páginas se huye de los estereotipos femeninos tanto de un siglo XVI (la mujer prostituta, la monja, la casadera) como de los actuales (la mujer trabajadora, la madre, la independiente). Estereotipos intercambiables cual cromos. Imprecaciones a los biempensantes: Te explicaré este amor paranormal, el raro equilibrio que nos tiene aferradas a sucias necesidades que escandalizan a educados caballeros y avergüenzan a señoras de bien, dice Txus García. Otro escudo alternativo que utilizan, el defender lo sensual: era cosa de locos, desvarío extremado (aunque delicioso) y era necesario extirparlo de golpe para que no saliese a la luz y mostrase su inocencia perfecta que no iba a entender nadie. (Josefa Parra)
Y como en todo buen poemario de amor, éste aparece con sus dos caras, la de la pasión correspondida y la del olvido. Desgarros tremendos que producen un dolor que nada cura excepto la maldita maquinaria del Tiempo a cambio del goce de un instante que luego persiste y se repite en la memoria como una mala canción…O como el momento en el que el reloj de nuestras vidas se paró. Llegaste justo en el momento en que había conocido el deseo del placer extremo desconocido y no pude amarte ni tenerte. (Laura Cancho).
No cabe tu nombre entre tanto silencio, no debiste jamás llevar un nombre, sino acoger en ti la verdosa lejanía (Laia López),
Ante tu voluntad bajo los brazos clavando las rodillas en el suelo (Ana Rodríguez).
Hoy deberíamos cantar amada mía. Sollozar de alegría. Perfumar la alcoba. Pero hoy, amor, los espasmos de nieve se sienten cercanos. (Begoña Callejón)
Quizá es común a todos los que escribimos poesía el saber diseccionar los sentimientos más duros, el atomizar cada momento de locura y ponerlo por escrito. Es nuestra salvación. Por eso, describir la felicidad del encuentro amoroso me ha parecido siempre algo complicado que, en cambio, poetas como Mado Martínez u Odette Alonso resuelven con sabiduría: Rómpete, Sé río que quiere desembocar en el mar de mi calma, dice la primera.
Moriremos de amor, amiga mía, todos los vientos llegan como una manotada y yo cubro tu cuerpo, lo incorporo, quiero aliviarme en ti, salmodia la segunda.
Cuando a veces lees antologías tienes la sensación de que están despiezadas como un patchwork, de que los poemas figuran en las páginas por un canon inventado, en un puzzle mal puesto. Y eso constituye todo un desafío. En cambio, Carmen Moreno y sus once antologadas han creado una Torre de Babel perfectamente aprehendible. Cada una hablando su propio lenguaje desde su propia poética y, a la vez, todas participando como arquitectas de un mismo afán: dar a conocer cómo aman, cómo recorren la existencia cuando a ellas llega el sentimiento amoroso. Les invito, pues, a que participen en este ágora de peplos suaves que ocultan dagas, esencias o alheña para pintarnos el alma poética con estos versos imposibles de olvidar. Recorran el ágora de estas grandes damas y aprenderán por qué dicen que las mujeres soportamos mejor cualquier dolor o por qué nos entregamos al querer hasta el final. Toda substancia femenina, se halla aquí, versificada en esta exquisita plaza pública.