CríticasPoesía

Es brizna, Marcos Canteli

Es brizna

Marcos Canteli

Pre-Textos, Valencia, 2011

56 páginas

 

Por Juan Soros

  

“La brizna contra esa plomada que todo se lo pule” es un verso del penúltimo poema de Catálogo de incesantes (Bartleby, Madrid, 2008), el libro que precede a Es brizna. Aunque Marcos Canteli (Bimenes, Asturias, 1974) ha hecho de la constante búsqueda formal una de las características de su obra, conserva ciertas señales de ruta. De este modo, podemos pensar que algo de esa escritura, no la forma ni la prosodia, sin duda, continúa en Es brizna y nos preguntamos por un sujeto ausente. El que indica la cópula “Es”. La brizna nos hace pensar en liviandad, transparencia, algo que tiene forma y peso pero que aparenta no tenerlo o está en los límites de lo material. Este “atributo” liviano no es banal, como se desprende de la lectura y como podemos entender por la manera en que Canteli opone la brizna a “la plomada”, como responde a esa plomada en el texto que tenemos entre manos. Sin embargo, el dispositivo gramatical desplegado en el título, con tanta sutileza como eficacia, coordina toda la lectura. Invocando a Genette y sus paratextos, sabemos que su función de umbral es decisiva. Si el título fuera simplemente “Brizna” podríamos entenderlo como simple topónimo para el espacio textual del libro. “Es brizna”, por el contrario, provoca una incertidumbre. Algo está ausente. El sujeto. Entramos en el texto preguntándonos si la brizna es el libro, el mundo o nosotros mismos, lectores.

 

Comenzando por el final, Es brizna está  fechado en dos lugares. “Durham-Madrid, 2008-2010”. Es decir, el libro que acabamos de leer tiene algo de puente entre las dos orillas del océano. No es un regreso a casa. Es un regreso al idioma. Canteli ha dicho en una entrevista que escribió los poemas en Estados Unidos y los corrigió en España. Este lugar –inestable– de la enunciación, esta enunciación en el camino, pueden ser uno de los ejes de lectura de un libro que destaca entre los poemarios en lengua española de tiempos recientes. Quizás lo más evidente sea decir que destaca justamente por su extraterritorialidad, por su atención a poéticas extranjeras (sobre todo americanas, de ambas orillas del Río Grande) y por no dar nada por sentado, no acomodarse en una estética o en una posición cómoda, por no buscar agradar. Y, sin embargo, es brizna. Este es un poemario que sin hacer la más mínima concesión a una supuesta facilidad de lectura o disponibilidad ante un hipotético “lector medio”, se puede leer desde lo que Barthes llamaba el placer del texto. Un placer complejo, en varios estratos o niveles. Constituido de fragmentos, donde los destellos verbales se acompasan con periodos más ligeros, sin estridencias, donde un universo no exento de crisis y caos parece fluir en una respiración intensa y vital. Quizás ese sujeto ausente y la humilde aceptación de su ausencia, de su carencia, den el tono al texto. Los dos primeros versos del libro son “lo que no poseemos / va a durar”. El último “porque carezco no siempre necesitaré”. Incluso el final y comienzo de las dos secciones que componen el libro hablan de escasez y carencia. Es muy distinta la ausencia dolorosa del luto no resuelto o la necesidad de justicia del indignado y humillado, de una postura en la que podemos reconciliarnos con ese sujeto ausente o al menos decir la ausencia sin una nota de dolor. Dice Canteli casi al final del libro (y en una de las pocas apariciones de un sujeto pronominado) “yo sólo hablo de otra forma / de melancolía”. Es una brizna cargada de sentido, entre nostalgia y esperanza.

 

Volviendo al lugar de la enunciación, Canteli, no regresa a casa al firmar en Madrid. Aunque siempre interpretamos, siempre traducimos (y Canteli es traductor), dejar de escribir viviendo fuera del lenguaje no se evidencia en Es brizna como un regreso conservador. Tampoco es la de Madrid su habla originaria. Esa quizás nunca se puede recuperar (dicho sin asomo de metafísica subyacente), tampoco hay una nostalgia del “origen” en cuanto emanación. Sí aparece, y no sólo en este libro, una nostalgia de los espacios habitados y hablados. Aparece en espacios más insinuados o connotados que localizados. Sobre todo el agua, la pesca, el río. Como dice uno de los epígrafes de la primera parte “Escribir no tiene nada que ver con significar sino con deslindar, cartografiar, incluso futuros parajes.” (Deleuze y Guattari). Espacios habitados que son espacios de la comunidad, espacios hablados. De la familia, presente y recordada “de mi padre / disfruto de la sabiduría // que pudieran ser peces”, pero sobre todo aparece una suave, sutil pero no por ello menos profunda, presencia femenina. “mi abuela / rodilla contra rodilla tobillos sin tobillos, esa escritura / de mujeres”. Donde la constante interrogación sobre la escritura misma busca su raíz en una matriz femenina, esa escritura sutil dejada en la memoria del autor.

 

También el oficio de traductor, otra forma de la escritura, aparece y nos hace pensar en ese sujeto ausente cuando dice “traduces como eres / el daño que soy”. Traducir, interpretar, decir. El verso anterior dice “cerebro de mamá memoria de papá”. Es decir, se une aquí la escritura de familia con la escritura de la traducción para decir un sujeto inestable, marcado por el paso del tiempo y su dolor, por una mirada que podríamos llamar “madura” si no fuera una palabra demasiado connotada. Quizás una mirada que conservando su frescura y su “ser don”, estar expuesta (don de la palabra), que observa con distancia los efectos fáciles o los gestos a la grada, ajenos a la escritura misma. Cuando sigue siendo correcto declararse “irónico” (la ironía aparece, no se proclama) y los autores declaran “no seguir las reglas” (porque saben que es su manera de complacer a la crítica complaciente) es difícil encontrar poéticas que conjuguen riesgo y rigor y que, al mismo tiempo, sean “don”. Quizás esa disposición del texto al lector, del sujeto ausente, quede sintetizada en este verso “no escribe otra cosa que elegías, la seriedad del agua”. Y no cualquiera escribe elegías hoy sin caer en repeticiones reaccionarias o simples parodias.

 

En sus aspecto formal, en una primera lectura Es brizna parece renunciar a los despliegues espaciales del texto en la página que pudimos ver en entregas anteriores como por ejemplo la espacialización mallarmeana (y cercana a la que en un momento usara José-Miguel Ullán) de su sombrío (DVD, Barcelona, 2005) o el texto corrido de Catálogo de incesantes signado por “teselas”. Sin embargo, es brizna otra vez. El texto está cuajado de sutiles usos del espacio de la página. Desde la puntuación a la división de versos por barras pasando por los poemas “bimembres”, la escritura de Canteli se presenta como un esfuerzo totalmente consciente y en dominio de las virtualidades del campo textual. Quizás, como esos poemas articulados en dos partes podemos decir de él que tiene la curiosa y excepcional virtud de ser uno de los pocos poetas “bimembres” en la lengua en este momento. Es decir un poeta que no sólo lee y conoce como pocos la poesía de ambas orillas sino que ha bebido y destilado de las poéticas más críticas y depuradas de la lengua, sin fronteras ni orillas que valgan, para darnos una poesía necesaria y perdurable, para conseguir una poesía donde la gracia no es una virtud menor.

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