Arde Mississippi… ¿todavía?
Por Rebeca García Nieto
No tengo por costumbre incitar a los lectores a hacer algo ilegal, pero esta vez la ocasión lo merece. Sé que hacer una incursión en el Yoknapatawpha County, cuyo único y exclusivo propietario es William Faulkner, implica cometer un delito contra la propiedad privada; sin embargo, les voy a pedir que sean mis cómplices y me acompañen. Eso sí, si se deciden a hacerlo, les recomiendo que tomen nota del famoso chiste del personaje interpretado por Gene Hackmann en Arde Mississippi: para estar en la misma franja horaria que los habitantes de esta región, deberían retrasar los relojes nada menos que un siglo…
Para contrarrestar los posibles remordimientos de conciencia que puedan tener, les diré que Yoknapatawpha nunca existió fuera de la imaginación de William Faulkner. Es más, puede que incluso el Viejo Sur sobre el que escribía en sus novelas no fuese más que un mito. El propio Faulkner tenía sus dudas a este respecto: el escritor del Sur empuña la pluma “para perfilar una crítica salvaje de la situación contemporánea o para escapar de ella a una región fantaseada de espadas y magnolias y ruiseñores que quizá nunca existió en parte alguna”.
Pero Faulkner no fue el único en mostrarse escéptico con respecto al legendario Viejo Sur. Éste era ya un lugar mítico desde antes de que él lo convirtiera en un territorio apócrifo. Salvando las distancias (siderales) que existen entre ambos escritores, Margaret Mitchell se lamentaba de que su novela Lo que el viento se llevó fuese incluida en la lista de novelas que dibujan el Sur como una tierra de mansiones de columnas blancas cuyos ricos propietarios tenían miles de esclavos. En su opinión, esa descripción no se ajustaba en absoluto a la Georgia que ella había retratado en su novela. En palabras de Mitchell, “La gente cree en lo que quiere creer y el mítico Viejo Sur está demasiado arraigado en la imaginación de la gente como para ser modificado por un libro de mil páginas”.
Dejando a un lado esa pátina mítica que recubre esta parte de Estados Unidos, se sabe que, para dar cuerpo a su Yoknapatawpha, Faulkner tomó prestado muchos aspectos de Lafayette, Mississippi, la región donde creció. Por citar solo un ejemplo, parte del argumento de Luz de agosto se basa en el asesinato de Nelse Patton, uno de los sucesos famosos más truculentos de su época. En 1908, Nelse Patton, un hombre de raza negra, degolló a Mattie McMullen, una mujer blanca. Una muchedumbre consiguió entrar por la fuerza en la celda donde estaba encerrado para lincharlo. Tras matarlo, le cortaron las orejas y los testículos, le arrancaron la cabellera y arrastraron su cadáver por las calles de la ciudad. No contentos con eso, finalmente lo colgaron. Curiosamente, Faulkner no solo omitió todos los detalles escabrosos de este asesinato, sino que lo embelleció considerablemente. Quizá más llamativo sea que el protagonista de estos hechos en la novela –Joe Christmas- no fuese negro, sino mestizo. En este punto cabe recordar que por las venas de Faulkner corría sangre negra, ya que varios de sus antepasados eran mestizos. Da la impresión de que lo que más interesaba a Faulkner era subir al mestizaje al estrado. Al analizar el crimen en el juicio que se celebra en la novela, el abogado (para muchos críticos, portavoz del escritor) echa la culpa de todo a la sangre negra que corría por las venas de Joe Christmas: “era la sangre negra la que le hizo empuñar la pistola y la sangre blanca la que no le permitía dispararla (…) Luego supongo que la sangre blanca le abandonó por un momento”.
¿Era Faulkner racista? Quienes opinan que sí se aferran, por ejemplo, al retrato que hizo de los Strother, una familia negra, en Banderas sobre el polvo. Los Strother son retratados como estafadores (el padre de familia se dedica a apostar los ahorros de los feligreses de su parroquia), pecadores (cuando la señora Strother entona en misa canciones sobre la redención y el pecado, canta sobre sí misma, ya que el hijo bastardo que ha engendrado con el Coronel Sartoris es fruto del pecado) e impostores (el hijo legítimo de los Strother era un falso héroe de la Primera Guerra Mundial). En esa misma novela, Faulkner utiliza una metáfora que aún hoy levanta ampollas. En ella compara la servidumbre de la mula, “un animal perverso”, con la de los negros, “cuyos impulsos y procesos mentales” se parecen mucho a los de los asnos. A favor de Faulkner hay que decir que algunos personajes negros, como Dilsey en El ruido y la furia –basado en la mammy que le crió de niño-, fueron tratados con dignidad. También cabe recordar el sermón del Reverendo Shegog en El ruido y la furia, en el que asemeja el sufrimiento de Cristo con los padecimientos de hombres y mujeres de raza negra.
Aunque la esclavitud jamás se abolió en Yoknapatawpha, no tiene mucho sentido juzgar a Faulkner según nuestros parámetros actuales. Está claro que su obra está muy determinada por el lugar y momento que le tocó vivir. Los Falkner, como los Sutpens, los Compsons o los Sartoris, eran una familia venida a menos que también tenía esclavos. Y también, como los Sutpens o los McCaslins, los Falkner eran “culpables” de mestizaje. En la época de Faulkner, el racismo se había hecho, por así decirlo, más sutil, y los mestizos estaban en el punto de mira de los racistas. A través de sus novelas, Faulkner se enfrentó con sus propias contradicciones, y se dio cuenta de algo terrible: era un descendiente de mestizos con prejuicios raciales.
Pero, ¿qué queda hoy del Lafayette de Faulkner? Las estatuas de soldados confederados apostadas en las plazas de las ciudades remiten a las sangrientas batallas, como Shiloh, que se libraron en las inmediaciones. Aparte de eso, pocas cosas nos recuerdan el telón de fondo de novelas como ¡Absalón, Absalón! En la actualidad, muchos sureños parecen salidos de una novela de Richard Ford (nacido también en Mississippi): rednecks con botas de cowboy, gorra de baseball, que conducen furgonetas y viven en caravanas… ¿Y los negros? Es cierto que algunos han hecho realidad el sueño americano: en Atlanta hay alcaldes, aristócratas y millonarios negros. Sin embargo, no nos engañemos, la segregación continúa hasta el punto de que, como constató V.S. Naipaul en A turn in the South, el cielo de los afroamericanos “es una réplica de América, con blancos y negros, Norte y Sur, republicanos y demócratas”. Además, pese a los grandes avances sociales, las autoridades alertan de que los adeptos del Ku Klux Klan han aumentado considerablemente desde la elección de Barack Obama. En junio de 2011, un grupo de adolescentes (blancos) salieron a las calles de Jackson, Mississippi, con intención de “cazar” a algún negro. En su cacería, un afroamericano, James Craig Anderson, fue brutalmente asesinado. Puede que se trate de un “incidente” aislado, como aseguran las autoridades locales, pero es obvio que en Mississippi no han conseguido erradicar del todo a los pirómanos. Por desgracia, sucesos como éste indican que el incendio que se inició siglos atrás aún no ha sido completamente sofocado.
Martin Luther King seguramente fue asesinado más por sospechoso de comunismo que por líder negro, pero todo sumó en la cuenta que alguién (o varios) trazaron en su mente. Y, aunque ese no sea exactamente el tema, cabe recordar lo mucho que el boom sudamericano debe a Faulkner, también en la invención de regiones imaginarias -o Juan Benet, en España.