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Luces de un Beckett imposible

 

Por Nabor Raposo

 

Sueño con mujeres que ni fu ni fa. Samuel Beckett. Tusquets, 2011. 302 págs.

 

Todos los escritores escriben, de algún modo u otro, para ser leídos. Los que en algún momento de su vida literaria renegaron de este axioma, sencillamente, mienten. Sin embargo, existen ejemplos que demuestran que también hubo algunos que decidieron no tomarse esto demasiado en serio: aquellos que tenían claro que la materia prima de la Literatura es el lenguaje y, por tanto, se dedicaron a experimentar con él, exprimiendo sus posibilidades hasta los límites del paroxismo y dejándose de paso en el camino cualquier espejismo de reconocimiento comercial. Digámoslo sin rodeos: hubo escritores, y tal vez todavía quede alguna rara avis por ahí, quienes únicamente suscribieron su compromiso con lo que cada uno entendía por el concepto de ‘escritura de valor’, que desatendieron y se desentendieron de ese derecho que, de manera legítima aunque tal vez equivocada, cree tener el lector: el derecho a que todo aquello susceptible de ser leído sea asimismo comprensible. Porque sí, hubo escritores que sacrificaron cualquier ambición o esperanza de ser comprendidos –acotando, de paso, sus opciones de ser leídos– en pos no tanto de aumentar su prestigio personal como de dejar su huella en la Historia de la Literatura y quedar para la posteridad con una obra inmortal.

 

Habrá quien entienda, no sin razón, que esta tendencia a las lecturas indescifrables responda a propósitos cercanos al esnobismo; del mismo modo que habrá lectores esnobs que defiendan a capa y espada este tipo de textos no ya por su valor literario –en algunos casos, incuestionable–, sino atendiendo a criterios de autoridad –“es que lo ha escrito Thomas Pynchon”– o al hecho de que hayan sido catalogados como obras maestras por la crítica. La realidad es que, más para bien que para mal, existen este tipo de escritos, que desde el momento de su aparición hasta hoy continúan incluso transgrediendo lo que podría llamarse cierto tipo de literatura experimental para indagar en las posibilidades del lenguaje y de los procesos mentales y cognitivos del ser humano, más allá del lenguaje articulado o del lenguaje puro y duro y de sus posibilidades, por decirlo de alguna manera. Textos, en definitiva, cuyo valor literario, decíamos, se halla fuera de toda sospecha, y cuya lectura y posterior análisis susciten cierta controversia quizá precisamente por esa supuesta inmunidad.

 

‘Sueño con mujeres que ni fu ni fa’, primera novela del escritor y publicada post mortem, nos rescata a un Beckett primigenio terriblemente influenciado por la literatura de Joyce; un Beckett que aún tendrá continuidad en ‘Murphy’ (Lumen, 2000) y que sólo a partir de entonces se irá despojando del influjo narrativo de su maestro. En efecto, y como aclaran los traductores en el luminoso Posfacio a esta edición (José Francisco Fernández y el impagable Miguel Martínez-Lage, fallecido en 2011, Premio Nacional de Traducción en 2008 por ‘Vida de Samuel Johnson’, de J. Boswell, y al que la literatura en castellano le debe traducciones como ‘¡Absalón, Absalón!’, de William Faulkner), “lo primero que hay que tener en cuenta para entender esta obra es que Beckett no sabía aún qué tipo de escritor quería ser”. En efecto, “el brillante ejemplo del Joyce más radical era su experiencia más reciente”; sin embargo, y pese a la evidente autoridad que su mentor ejercía en su prosa, ya desde su primera novela empezaban a vislumbrarse algunos elementos narrativos que más tarde, en la trilogía (‘Molloy’, ‘Malone muere’ y ‘El Innombrable’, Alianza Editorial) y especialmente en su cénit creativo de ‘Fin de partida’ (Tusquets), encumbrarían a Beckett como uno de los escritores imprescindibles en la Historia de la Literatura.

 

El poeta Belacqua, protagonista de ‘Sueño con mujeres…’, alter ego del autor (o alter mente, como diría Philiph Roth sobre Nathan Zuckerman), se presenta como un confuso solipsista, vagabundo errante, tímidamente arrogante y las más de las veces alcoholizado, apesadumbrado ante la imposibilidad de ir más allá en sus relaciones con todas aquellas mujeres que marcan su juventud pero tristemente feliz ante la peripecia de habitar en sí mismo, en lo que él llama su ‘uterotumba’, una especie de realidad interior inalcanzable que constituye tal vez el eje de la tesis narrativa del autor y que él mismo levanta a través de los correlatos objetivos de una habitación en ruinas, un tablero de ajedrez o un cenagoso pantano lleno de lodo. A partir de ahí, Beckett construye una realidad paralela muy cercana a la realidad en sí misma, donde las confrontaciones con el resto de personajes, condenados a decir y a interpretar la misma historia una y otra vez, sirven para alumbrar esa conciencia que el crítico Harold Bloom distingue como “la idea que tiene Beckett de nuestro malestar: la conciencia de uno mismo es uno de los elementos de la visión que tiene Beckett de nuestro vértigo”. Puede decirse que el autor aprendió a desconfiar de la voluntad de vivir, pero no a huir de su intenso énfasis en la luz interior; la conciencia de sí mismo no es la carga: “la voluntad de vivir, en una forma horriblemente deteriorada, permanece, y ese es siempre el demonio de Beckett”, quien siempre defendió que “la única investigación fértil es la excavatoria, una contracción del espíritu, un descenso”.

 

En efecto, nos encontramos ante un texto extrañamente difícil, que el propio Bloom acierta a calificar como una lectura errónea pero enormemente creativa de Joyce; una novela fragmentaria, parcialmente incomprensible, con un lenguaje propio, exuberante y renovado (Beckett tradujo al francés una parte del ‘Finnegan’s Wake’, de ahí la técnica de los neologismos inventados en varios idiomas) que obliga al lector a un desasosiego constante al enfrentarse continuamente a una tensión lingüística asfixiante. No obstante, ‘Sueño con mujeres…’ posee una sorprendente continuidad narrativa que en ocasiones deriva en una interiorización radical de la obra, cuando el propio autor se pregunta qué es lo que le toca hacer con los personajes en las sucesivas acciones que tienen lugar en el desarrollo de la novela.

 

Leer a Beckett constituye, en efecto, ejercicio intelectual de primer orden, un reto al que todo aquel que quiera comprender a fondo los entresijos de la Literatura tendrá que enfrentarse tarde o temprano. La dignidad estética de su obra seguirá siendo absoluta conforme pase el tiempo, con el valor añadido de que su narrativa en prosa es, además, un fin de partida que empieza y acaba en ese mismo estilo. Leer a Beckett es quizá sucumbir en el intento, fracasar otra vez, fracasar mejor; leer a Beckett es como reptar antes de Pim entre el temblor de nuestra propia condición humana, entre las sombras de una obra cuya luz son los destellos que alumbran el resplandor velado de un genio total.

 


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