El Sunset Limited
Por Ariadna G. García.
El Sunset Limited, Cormac McCarthy, Mondadori, Barcelona, 2012, 112 páginas.
La trayectoria literaria del novelista americano Cormac McCarthy está ligada al espacio. Las distintas regiones donde ha vivido han pegado un sello a su obra, que cruza los EEUU en vertical; la han marcado igual que a una res: con una barra de hierro incandescente.
McCarthy nació en el estado más pequeño de su país, Rhode Island, en la costa noreste, frente al Atlántico; pero pronto se trasladó con su familia a Tennessee. Las montañas rocosas de los Apalaches son el escenario de sus primeros libros, de acogida modesta, publicados por Ramdom House (La oscuridad exterior, 1968; Hijo de Dios, 1973). Allí escribió otro manuscrito, Suttree, que, con el tiempo, fue el primero que editó en su nueva ciudad: El Paso, Texas. En este territorio límite, enigmático y hostil, creó las novelas que le han dado fama mundial, de cuya edición se hizo cargo la firma Alfred A. Knopf. Estos libros reflejan el mundo despiadado en que se mueven los últimos cowboys, cuyos sentimientos de desazón y soledad encuentran su caja de resonancia en el desierto. Son las obras: Meridiano de sangre (1985) y la trilogía formada por Todos los hermosos caballos (1992), En la frontera (1994) y Ciudades de la llanura (1998). Con la demoledora No es país para viejos (2005) dio un giro a sus tramas para describir el sanguinario pulso que entablan el bien y el mal, la Ley y el narcotráfico, la esperanza y la destrucción en la frontera de Méjico.
En el año 2006, sin embargo, un Cormac McCarthy más apocalíptico de lo acostumbrado publicó dos obras situadas en otros escenarios. Una, en Nueva York. La otra, deslocalizada. Ambas suponen la cima de su amarga visión de la existencia. Y aunque las historias que relatan no son equiparables, sí comparten un vínculo: la angustia por la aniquilación de toda forma de cultura.
La primera de ellas es la breve pieza teatral El Sunset Limited. Encerrados en el salón de un piso humilde, dos personajes se miden, discuten, tratan de expresar sus posturas enfrentadas sobre la vida. La tensión del drama recae no ya sólo en la dialéctica, sino en las terribles consecuencias que la derrota de una, la redentora, pueda provocar en el sujeto que la combate. Para evitarlo, el personaje encargado de su defensa, Negro, recurrirá a toda clase de estrategias de la argumentación. Y por esa razón, será él, y no su contrincante, Blanco (un “profesor” en horas bajas), quien lleve el peso del diálogo. No sabe de cuánto tiempo dispone. Pero intuye que es poco. Y parte en desventaja.
De la prehistoria de Negro sólo se sabe que fue presidiario. Un asesino. Su conversión a la “senda estrecha” viene marcada por un milagro no muy diferente del que salvó a Jules en Pulp Fiction (Tarantino, 1994). De Blanco apenas se informa de su pesimismo en la supervivencia de la raza humana. Ni la familia ni el trabajo constituyen troncos a los que uno pueda agarrarse en caso de frustración. Al contrario, son su causa. “Las cosas en las que yo creía ya no existen. Es estúpido fingir lo contrario. La civilización occidental se esfumó” (p. 22). La toma de conciencia de esta verdad, como el buitre de Prometeo, atormenta a su mente sin descanso. Los valores de la Cultura y la Educación cotizan a la baja. Los hombres y mujeres padecen una “bancarrota espiritual” irreversible.
El Sunset Limited presagia la célebre distopía de McCarthy: La carretera (Premio Pulitzer 2007); y es una pieza clave para comprender esa fiera mirada que lanza al futuro. Para lectores a prueba de ideas-mortero.