La cartografía del escritor
Por Rebeca García Nieto
El mapa del mundo de un novelista no coincide necesariamente con el que nos enseñan en la escuela. Por regla general, en el atlas que el escritor va trazando en su cabeza a lo largo de su vida, un lugar cobra mayor relevancia que cualquier otro: la región en que creció. En ella se asientan los pilares sobre los que se sostienen sus narraciones, los pequeños detalles que pueblan el mundo donde habitarán los personajes de sus novelas. Aunque el escritor no vuelva a poner un pie en su tierra natal, ésta le acompañará hasta el final de sus días. A algunos escritores, como a Joyce, no les hace ninguna falta volver, puesto que, en cierto modo, nunca partieron.
Todo el mundo asocia Londres con Dickens o San Petersburgo con Dostoievski. En cambio, no sabemos gran cosa de Lockport, Milledgeville o Columbus, lugares donde Joyce Carol Oates, Flannery O´Connor y Carson McCullers, respectivamente, pasaron su infancia. No se puede entender del todo su literatura sin darse un paseo por esas tierras. Por eso, siguiendo la estela de los viajes de Claudio Magris por Europa, esta semana vamos a dedicar esta sección a hacer un poco de turismo literario por los Estados Unidos.
Lockport, New York: la tierra de la hija del sepulturero
Lockport es un cruce entre un cuadro de Edward Hopper y un mal sueño lyncheano. Tal y como dice Joyce Carol Oates, Lockport se caracteriza por “la atmósfera ligeramente siniestra, surrealista pero, a la vez, extrañamente ‘normal’ de una ciudad americana típica atrapada en una suerte de embrujo o encantamiento”. Por si la comparación con el cine de David Lynch no bastara para crear desasosiego, Oates añade que el producto autóctono más conocido que dio aquella tierra fue Timothy McVeigh, responsable del atentado de Oklahoma en que murieron casi ciento setenta personas.
Con respecto al terrorista, escribió: “Como yo, McVeigh creció en el campo cerca de Lockport… Como de mí, de él habrán dicho que es de pueblo y probablemente, le habrán hecho sentir marginal, invisible. Lo más seguro es que le hicieran sentir indefenso, de niño. Y que él haya estado a la espera, fantaseando. Es posible que un día se dijera: ‘Espera, tu turno llegará’”. De estas palabras se desprende que también Joyce Carol Oates tenía motivos de sobra para querer matar a alguien, a cientos tal vez… Que a ella también le hicieron sentir invisible, vulnerable, y que, como McVeigh, permaneció durante años a la espera, esperando su turno. Al igual que el terrorista, la escritora acumula un gran número de asesinatos a sus espaldas. Afortunadamente, los cientos de crímenes cometidos por Oates nunca salieron de las páginas de sus libros.
Sin duda, la fascinación de Oates por la violencia es una constante en toda su obra. Quizá lo más mórbido no sea el número de actos violentos que aparecen en ella, sino que esta violencia sea a menudo rayana con la lascivia. Con frecuencia, los personajes, y por extensión los lectores, se encuentran atrapados en un círculo vicioso: la violencia está inextricablemente unida a la pasión y la pasión lleva irremediablemente a la violencia. Por citar solo un ejemplo, el título de su novela corta Violación: una historia de amor alude explícitamente a este hecho aparentemente incongruente. No obstante, pese a las escenas de la violación grupal, la violencia no es gratuita y el propósito de la autora es retratar los puntos de vista de todos los implicados y, de paso, desafiar nuestras ideas preconcebidas sobre el bien y el mal.
Dejemos ahora el Estado de Nueva York y tomemos rumbo al sur hasta llegar a Georgia. Allí nos adentraremos en el territorio de Flannery O´Connor.
Milledgeville, Georgia: la tierra donde los hombres buenos son difíciles de encontrar
Si la Biblia se hubiera escrito en América, probablemente se parecería a la obra de Flannery O´Connor. Sus historias versan sobre el pecado y la redención, y sus personajes (un militar retirado que predica en la Iglesia de Cristo Sin Cristo, “donde los ciegos no ven, los cojos no andan y lo que está muerto sigue muerto”; un vendedor de Biblias que le roba a una mujer su pata de palo; una mujer que da gracias a Dios cada día por no ser negra o fea…) parecen salidos de una especie de Antiguo Testamento escrito en la Edad Contemporánea.
Es probable que, para perfilar su elenco de falsos profetas, O´Connor se basara en sus vecinos protestantes (ella era una católica convencida criada en una zona de mayoría protestante). Tampoco hay que olvidar que Milledgeville es famosa por su gigantesco hospital psiquiátrico, así que no sería de extrañar que todo tipo de personas inverosímiles deambulasen por las calles de la ciudad. No obstante, aunque O´Connor era muy devota, sus escrituras apócrifas interpelan más a los ateos que a los creyentes. Al igual que sucede con Oates, los textos de Flannery O´Connor rezuman violencia. Debido a su enfermedad –lupus-, O´Connor sufrió terribles dolores. Tal vez por ello, antes de conceder la redención a sus personajes, les hiciera pasar por un auténtico viacrucis.
Siguiendo con nuestro viaje… Si nos dirigimos hacia el suroeste, no muy lejos de Milledgeville, llegaremos a la tierra de Carson McCullers…
Columbus, Georgia: la industria algodonera
Aunque en el pasado Columbus fue un importante enclave de la industria algodonera, en la actualidad no se ajusta a la idea que el lector pueda tener de una típica ciudad sureña. Si bien la industria textil sigue teniendo una gran importancia en la economía de la zona, lejos han quedado los tiempos de las plantaciones de algodón. Tampoco hay nada que recuerde a la Guerra de Secesión… Aunque la proximidad de una base de las fuerzas aéreas y una escuela de infantería den a la ciudad un aire marcial. Seguramente, el Columbus que McCullers conoció era muy distinto. Afortunadamente, los tiempos han cambiado.
Cuando la gente le preguntaba por qué no volvía al Sur más a menudo, Carson McCullers respondía que volver era una experiencia muy intensa y ambigua, cargada de agridulces recuerdos de la infancia. Sin embargo, en su ficción, volvía allí con frecuencia. Lo cierto es que, para McCullers, era difícil escribir sobre otros lugares. Solía decir que no dejaba hablar a sus personajes a menos que fueran del Sur: “Las voces oídas en la infancia tienen un tono más auténtico. Y las hojas de los árboles de la infancia se recuerdan con mayor exactitud”. Pero, además de la forma de hablar de los sureños, en su mayoría negros, y la vegetación, en el Sur podía encontrar todos los ingredientes para una buena novela: el conflicto racial, las fricciones que se derivan de una sociedad feudal… Estos ingredientes pueden encontrarse también en el condado de Yoknapatawpha de William Faulkner, que visitaremos próximamente en esta misma sección.