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La que nos espera (16)

 

Por Javier Lorenzo. 

 

– Roger, ¿hacemos un trato?

 

– Usted dirá, señor.

 

– Dejémos de pelearnos, por favor.

 

– Como usted mande, pero justo ahora que le estaba pillando el tranquillo…

 

La manera tan graciosa que tiene de decir “tranquillo” casi me provoca una carcajada, pero si lo hago volveremos a las andadas, así que me sujeto, aprieto los labios hacia dentro y tras una intensa inspiración, insisto:

 

– Perdemos el norte con estas trifulcas, Roger. Lo perdemos.

 

– Soy todo orejas.

 

A veces no se ajusta con precisión a nuestras expresiones más facundas. Y si a eso añadimos que visto de espaldas podría confundírsele con su príncipe heredero, comprenderán mis esfuerzos para, como se dice coloquialmente, no partirme la caja torácica.

 

– Sabes, Roger, que uno de los objetivos que me propuse al acometer esta columna fue el de despertar una sonrisa en quien nos leyera. Pero hay ocasiones en las que el humor puede ocultar o banalizar los asuntos que se tratan.

 

– También puede realzarlos, si me permite señalárselo.

 

– Sin duda, querido fámulo, pero no siempre es posible tomárselo todo a broma.

 

– Lo cierto es que le veo preocupado últimamente, señor. Ni aun doblando la dosis de whisky que le pongo en el café del desayuno he logrado quitarle ese gesto sombrío.

 

– No es para menos, Roger, porque, tal como yo lo veo, cada día está más amenazado uno de nuestros derechos más fundamentales: el derecho a la información.  A una información veraz (Constitución Española, artículo 20.1.d) y, en lo que cabe, independiente.

 

– ¿Así de rotundo, señor?

 

– Bueno, lo de “en lo que cabe” no es que fuera muy bizarro, pero sí, Roger. La pésima situación económica de los medios de comunicación, que en nada tiene que envidiar a la del ladrillo, va a tener unas consecuencias funestas. Las está teniendo ya, aunque no se noten.

 

– Yo sigo viendo los mismos programas, leyendo los mismos periódicos, oyendo las mismas radios.

 

– Sí, pero no, Roger. La crisis, además de dejar en el paro a miles de profesionales y llevarse por delante alguna cabecera, ha exacerbado la autocensura del periodista y también ha sido el pretexto para librarse de quienes disintieran de una línea editorial. Ahora –sí, ahora- hay menos libertad, menos pluralidad dentro de televisiones, periódicos y radios. Ahí tienes ABC Punto Radio, creada con los rescoldos del imperio de Luis del Olmo. Poco después de adquirir las emisoras, los nuevos propietarios decidieron hacer una programación única desde Madrid y cerrar absolutamente todas las emisoras de provincias y su respectivos espacios locales, convirtiéndolas en meros repetidores de su señal. ¿Sabes el coste humano y profesional que tuvo esa medida? Eso sí, desde las marquesinas de los autobuses madrileños un conjunto de profesionales nos quiere convencer hoy de que la nueva cadena es el paradigma de la información rigurosa, libre e independiente. El no va más.

 

– ¿No tiene usted acciones del grupo Vocento, señor?

 

– ¡Y qué tendrá que ver, marrullero! He puesto este ejemplo, pero podría poner otros muchos similares e incluso peores.

 

– Ahora me saldrá con el caso de un amigo suyo, recluido en una institución mental.

 

– ¡Y dale! De lo que hablo va más allá de particularismos. Hablo de que ahora los políticos no responden a preguntas en las ruedas de prensa. Hablo de que cada vez hay más medios que trabajan al dictado. De que las “majors” estadounidenses dominan nuestro gusto a golpe de talonario. De que las imágenes que nos llegan a la pantalla han sido grabadas y luego cribadas por los partidos. De que hay una Junta Electoral Central para la que el criterio periodístico es inexistente, aunque lo que quieren decir es peligroso. Hablo, Roger, de amenazas más o menos veladas a los periodistas y también de su miedo. Hablo de los proyectos para liquidar la televisión pública (hasta Saber y ganar está en el alambre). Hablo del creciente deterioro de la calidad en los medios. Hablo, en definitiva, de una catástrofe de proporciones que todavía no somos capaces de calcular.

 

– ¿Tan grave es, señor?

 

– Reflexiona, Roger. Hay menos canales para divulgar la información. Al tiempo, esa información se polariza en dos grandes grupos, asfixiando cualquier otra alternativa. Todo cuanto recibimos ya está previamente mascado, reciclado y sujeto a determinados cánones. Y también hay menos voces rebeldes, inconformistas, imprescindibles. ¿Qué puede salir de ahí sino más abulia ciudadana, más ignorancia, más desinterés por cuanto nos rodea? Terreno abonado para cualquier clase de totalitarismo futuro.

 

– Qué paradoja, señor.

 

– Sí, Roger, lo sé. Justo en el momento en el que el mundo vive una revolución mediática universal, en el que la información se distribuye con una inmediatez nunca antes vista y alcanza o surge de los más recónditos y secretos rincones, es cuando el edificio de los medios de masas se resquebraja y amenaza con derrumbarse y colapsar.

 

– ¿Intuye el señor como se resolverá?

 

– No tengo ni la más remota idea, Roger; y aunque no creo que la responsabilidad de proporcionar la información y de formar criterios vaya a recaer en la turba anónima/anonymus, sólo puedo decirte una cosa.

 

– ¿El qué, señor?

 

– La que nos espera, Roger. La que nos espera. 

 

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