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El legado de Mr. Bellow (7)

 

Por Coradino Vega.

 

No sé nada de prudencia. Tengo que admirarla desde la distancia.

 

Carta dirigida a John Berryman. Tivoli, 14 de diciembre de 1956

 

En sus cartas, Saul Bellow suele mostrarse tan irónico como terriblemente sincero. Durante los dos tercios primeros de su vida además, la franqueza con la que escribe a sus amigos es tan rotunda que a veces se torna en sarcasmo hiriente. Sólo después del Nobel, empezará a arrepentirse de haber gestionado mal la celebridad y maltratado algunas de las amistades que más le importaban. Sus desencuentros son especialmente dolorosos con amigos de juventud que, como Isaac Rosenfeld, morirían pronto, porque dejaron en Bellow el sentimiento de impotencia de no haber tenido tiempo para aclarar los malentendidos[1]. Con quien puede, acaba reconciliándose. Pero más allá del territorio de los afectos, Bellow no se inhibe a la hora  de mostrar su opinión sobre sus colegas de oficio. Así, por ejemplo, tacha a Faulkner de “maldito idiota” por pretender la puesta en libertad de Ezra Pound. Reprocha a T.S. Eliot sus detalles antisemitas. No escatima pullas a la frialdad del carácter de Mary McCarthy y del intelectualismo de Hannah Arendt. Aunque le felicita por el Nobel, rechaza escribir una necrológica sobre I.B. Singer porque no se caían bien. Parecida falta de sintonía encuentra con V.S. Naipaul. Más corrosivo se muestra con Updike, cuando parafrasea la definición de un amigo que hizo de él: “ese pornógrafo antisemita”; con Norman Mailer: “la vida para él sólo es un gran acontecimiento mediático”; con Nabokov: “uno de los grandes molestadores de todos los tiempos”; con Gore Vidal: “un especialista en el escándalo seguro”; o con George Steiner: “de todos los granos en el culo que existen, el más insoportable, por su elevado lustre y esnobismo”. Detestaba acudir a las reuniones de la Academia o del PEN Internacional. Cada vez que aparecía por allí, se peleaba con alguien. Con Günter Grass, por ejemplo, tuvo un áspero desencuentro a cuenta de las relaciones de la literatura con la militancia política. De esa misma sesión del PEN, dice Bellow: “Me dejó pasmado ver las ganas de emoción ‘al estilo radical’ de los radicales. Hablo de grandes subversivos como Ginsberg, Nadine Gordimer, Doctorow y otros representantes de la revolución opulenta (…) Nunca me ha gustado la misantropía, pero me obligan a ella”. A William Burroughs sin embargo lo critica por su literatura: “No tiene mucho contenido humano, y creo que es sólo el otro lado de lo ‘agradable’, ‘limpio’ y ‘bueno’ del país. En un lado los estropajos y los compradores de detergente, y en otro lado los sucios, igualmente anales. El blanco y el negro son los colores de la paranoia, no hay nada en medio. Es clínico”.     

 

Pero no todo fue mordacidad. A su amigo John Berryman lo quiso y admiró su poesía, como también la de Robert Penn Warren. En las Cartas aparecen continuas recomendaciones a favor de colegas dirigidas a la Fundación Guggenheim, la directora de Yaddo o incluso a la Academia Sueca, como cuando en el año 2000 propone a Philip Roth para el Nobel. De Orwell dice: “Uno casi no se da cuenta de lo profundo que es, por la claridad con que explica lo que hace”. Siempre dio la cara por Malamud, aunque no le gustara alguna novela: “En sus palabras siempre se oye el acento de una verdad emocional individual y duramente conquistada”. Fue íntimo amigo de Ralph Ellison, de quien elogió su Invisible Man. Sintió un conmovedor y sincero afecto por John Cheever, así como una profunda admiración por su obra. Las cartas dirigidas al autor de Falconer son de una camaradería obsequiosa[2] e incluso inusualmente tiernas. Cuando Cheever le pide nombres de escritores y críticos que pudiera distinguir la Academia Estadounidense de Artes y Letras, Bellow responde: “Me muero de avaricia y envidia al ver todos esos premios que no existían cuando éramos jóvenes y vagábamos por Nueva York. [En cuanto a tu explícita petición de nombres de críticos], no hay críticos que pueda nominar para nada salvo la crucifixión”. A Philp Roth siempre le agradecería la nota que le escribió sobre El planeta de Mr. Sammler cuando más lo necesitó. La correspondencia entre ambos data de finales de los cincuenta, cuando Roth era aún un escritor inédito que se atrevió a mandar a Bellow unos manuscritos, y dura hasta la muerte de éste. El tono también es amistoso, aunque Bellow no duda en decirle: “Tú pareces aceptar la explicación freudiana: la motivación de un escritor es su deseo de fama, dinero y oportunidades sexuales. Mientras que yo nunca me he tomado en serio esa trinidad de motivos”. En sus últimos años “apadrinó” a Martin Amis y compartió seminarios con James Wood, que prologó la recopilación de sus relatos.

 

Continuará…

 

 

Saul Bellow: Cartas, Alfabia, Barcelona, 2011. Trad. Daniel Gascón. 719 págs.


[1] Cuando muere Oscar Tarcov le escribe a su hijo una emocionada carta en la que lamenta haber sido a veces “precipitado y malhumorado” con su viejo amigo. Y añade: “Un hombre se da cuenta tarde o temprano de que amar a los demás es su respuesta a la muerte inevitable. Otras respuestas que a menudo oímos son la ira, la rebelión, la amargura. Tu padre, por temperamento, no podía elegir otra cosa”. 

 

[2] “Me encantó que en la Paris Review mencionaras a la gente agradable e inteligente que lee libros y escribe cartas reflexivas sobre ellos y no tiene conexión visible con la publicidad, el periodismo o el mundo académico. Amo a esa gente. También me sostienen a mí”, 23 de noviembre de 1976.

 

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