La dualidad del progreso
Para comenzar con esta breve reflexión me gustaría invitar al lector a pensar sobre la siguiente definición del diccionario de la RAE:
– Progreso:
(Del lat. progressus).
1. Acción de ir hacia adelante.
2. Avance, adelanto, perfeccionamiento.
Mucho se habla hoy del progreso de la civilización para justificar unos ya innegables recortes que han suprimido derechos conseguidos tras décadas de lucha social. El poder establecido (me refiero aquí a las instituciones de todos los países, ya sean nacionales o internacionales, y a todos los ámbitos de poder, sean públicos o no) lleva bombardeando a la población mundial con la idea de que no hay ni existe otro modo de obrar en cuanto a la superación de la llamada «crisis». Este discurso puede enmarcarse dentro de una determinada concepción del progreso, que fundamenta las «obligadas» reformas políticas.
Si reflexionamos pausadamente, se nos presentan dos maneras de abordar este término, como leemos arriba, que esa retórica dominante tiende a hacernos confundir. Los significados 1 y 2 no sólo no son similares entre sí, sino que pueden resultar muy incompatibles. Hay una gran diferencia entre entender el progreso como perfeccionamiento y entenderlo como acción de ir hacia adelante o avanzar. Perfectamente todos nos damos cuenta de que un avance puede ir a cualquier parte y en cualquier dirección, y por supuesto, en un camino equivocado. No es lo mismo avanzar hacia el desastre que avanzar hacia un estado justo (el debate sobre qué es lo justo es, por supuesto, fundamental, mas no relevante para el caso que nos ocupa).
Ahora fijémonos en el segundo significado de progreso, el de perfeccionamiento o «acto de hacer algo más perfecto». No podremos profundizar más en la cuestión del progreso si no nos preguntamos qué significa eso de «más perfecto». Acudamos a la RAE :
– Perfecto, ta.
(Del lat. perfectus).
1. Que tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia en su línea.
2. Que posee el grado máximo de una determinada cualidad o defecto.
De nuevo nos encontramos con la misma dicotomía de la definición anterior y una similar irreductibilidad entre sus dos acepciones: El mayor grado posible de bondad en un elemento puede ser perfectamente incompatible con el grado máximo de una de sus cualidades.
Por ello, cuando las instituciones que ostentan el poder nos hablan de un progreso, debemos estar advertidos de que puede jugarse en muy diferentes sentidos y, claro está, con muy diversas consecuencias, porque podemos acabar aceptando como “progreso” los recortes, la destrucción de empleo, los desahucios, las primas millonarias y el resto de implicaciones que el discurso del poder quiere convertir en normal. Es más, debemos reflexionar acerca de si realmente la intención de esta clase de señores, que a diario escuchamos en los medios de masas, no es sino la de de convertir lo excepcional en normal, a saber: la de hacer entender que los significados nº 1 de las definiciones que hemos contemplado se identifican completamente con los significados nº 2. Puede, y debemos considerar, que quizás millones de ciudadanos del mundo hayan asimilado ya esta idea. Y es así porque ante la posibilidad de un tipo de progreso (que nos puede resultar más o menos ingenuo, pero esto no nos atañe aquí), a saber, de un perfeccionamiento de la sociedad y, por tanto, de la búsqueda del mayor grado posible de bondad , que podría ejemplificarse en una educación o sanidad de calidad para todas y todos, muchos entienden justificable el progreso sólo como avance o grado máximo de una cualidad o defecto , esto es, como la búsqueda del máximo beneficio económico, el más rentable contrato o el número mínimo de trabajadores con los que puede funcionar una empresa, mientras, al mismo tiempo, alcanzamos un número máximo de ciudadanos sin trabajo.
Por todo esto, nuestra comprensión del problema pasa por no confundir en las definiciones los aspectos cualitativos (el «perfeccionamiento», «lo mejor» o «lo excelente») y los aspectos cuantitativos (el «ir hacia delante»,»lo máximo»). Invito entonces, a todos, a reflexionar cuál es la manera de entender el progreso que elegimos. No olvidemos que si esta comulga con el principio de «más/menos es mejor», estaremos aceptando, quizás involuntariamente, el mundo de «recortes» y «sacrificios» al que estamos sometidos.
Delimitar la perspectiva desde la que se trata un asunto y, a continuación, ir al grano de manera directa y sincera… Artículos como éste mantienen viva la filosofía, sacándola de sí misma, haciéndola servidora del cambio social BIENintencionado.
«La Tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad» con estas palabras agoreras M. Horkheimer abría el melón de la historia (allá por el 1947) para destripar el concepto de ilustración
Del feliz amancebamiento entre la Ilustración y la revolución industrial nace el moderno concepto de progreso
El progreso tiene su sujeto, también moderno, la sociedad de masas, el conjunto de los ciudadanos
El progreso tiene su verbo bien definido: dominar
Y también tiene su objeto: la naturaleza entendida como seres o fenómenos que nos rodean
Por tanto al progreso sólo le queda una definición moderna posible: ser el cumplimiento de la frase completa «la sociedad dominando su entorno»
Actualmente las élites de poder, los dominadores, se enfrentan a un bicho desconocido: la economía cuasi-liberal en un entorno globalizado (inédito en la historia del ser humano)
El progreso consiste en dominar al bicho, en particular con acciones coordinadas a nivel mundial
El progreso siempre fue dialectico, frente a sus ventajas tiene sus peajes de esfuerzo y sufrimiento
En principio vamos por el buen camino: el bicho es global y las respuestas se están pariendo cerrando filas unos con otros. A estas alturas del partido cualquier protagonismo individual va en contra del progreso. Dominar al bicho-naturaleza siempre significó esfuerzo y sacrificio y eso es lo que trasmite una clase dominante que se está tomando en serio el progreso