El legado de Mr. Bellow (5)
Por Coradino Vega.
Estoy cansado de toda esa melancolía y aburrimiento. Francia me ha llenado la tripa de ello, solo Francia, sin contar con Chicago y Nueva York. Estoy a favor de levantar el corazón.
Carta dirigida a Oscar Tarcov. París, 5 de diciembre de 1949
El “Yo soy estadounidense, nacido en Chicago” con el que se inicia Las aventuras de Augie March fue escrito en París, ciudad por la que Bellow desarrolló un fuerte desagrado: “Echo mucho de menos la energía americana, incluso la de Mineápolis, donde casi nadie es culto”. La ciudad de la luz le parecía un lugar deprimente, el único sitio donde los burguesitos de su país podrían sentirse como en casa[1]. Porque si hay un lugar que pueda rivalizar en antipatía con París dentro del planeta Bellow, ése es el Village de Nueva York[2]. En la capital francesa conoció a gente como Bataille, Merleau-Ponty, Camus o Koestler. Pero casi todo el tiempo lo pasó encerrado escribiendo su torrencial libro. No soportaba el aura intelectual de Saint-Germain: “Detesto a los esnobs. He conocido a una buena cantidad de ellos aquí: los mejores se redimen a través de la disolución. Muestran que tienen un lado bastante generoso”. Y sentía un instintivo rechazo por el círculo de Sartre: “Les Temps Modernes comprendía menos el marxismo que yo cuando iba al instituto”[3]; o como le describe a Alfred Kazin, esto es lo que se le ocurría hacer con esa revista: “Escrutar las últimas sottises, observar con un desprecio brutal el último gesto de angustia, y después alimentar a la gata con los artículos sobre sexo de Simone, para que se le pase el celo, y darle lo que quede a mi hijo Gregory, para que recorte muñecas: aún no sabe leer y vive felizmente en la naturaleza”. A Bellow sólo le interesaba su literatura y, en ésta, las ideas debían ser absorbidas por la comedia: “Tengo algo contra las Ideas en los relatos. La peste de Camus era una IDEA. ¿Buena o mala? No tan buena, en mi opinión”[4].
Más a gusto se encontraría en Roma, “un lugar mucho más amable, abierto, accesible y humano que París”, en donde conocería a Alberto Moravia y Elsa Morante[5]; en Londres, donde le presentaron a Cyril Connolly; o en España, especialmente en Carboneras, adonde regresaría de vez en cuando. Y es que Bellow siempre fue culo de mal asiento. Con Chicago tuvo una relación de amor-odio. Detestaba Nueva York por su falta de “calor humano”. Adoraba Yaddo, la colonia de artistas de Saratoga Springs. Impartió clases en las universidades de Mineápolis y Boston, entre otras. Vivió en Queens, y tuvo una casa en Tivoli y otra en Vermont, donde está enterrado. Se recorrió todo el país, impartiendo conferencias con las que sufragar sus divorcios, y buena parte del mundo. Cada vez que publicaba una novela, salía pitando para huir de las reseñas. Fue tarde a Israel y allí hizo buenos amigos mientras escribía su único libro de no ficción: Jerusalén, ida y vuelta. Viajó por África como uno de sus personajes. Enseñó en Puerto Rico. En 1994, mientras se tomaba unos días para trabajar en la isla caribeña de San Martín, cayó gravemente enfermo a causa de la ciguatera tras comer pescado contaminado. Casi no lo cuenta.
Continuará…
Saul Bellow: Cartas, Alfabia, Barcelona, 2011. Trad. Daniel Gascón. 719 págs.
[1] Respecto a la mitología que los escritores americanos se montaron en torno a París, no perderse la larga carta dirigida a Henry Volkening (p.121) que se acaba convirtiendo en un desopilante relato de fantasmas en el que Bellow satiriza sus encuentros con el fallecido Scott Fitzgerald.
[2] “Los del Village son teóricos poéticos de la psicología y consideran que la visión del carácter es naïve cuando no satisface su hambre de extremos.”
[3] Todo cuenta, p.387. En esa misma entrevista, declara: “Hoy utilizo la palabra ‘intelectual’ en sentido peyorativo. Nunca me gustó la idea de ser un intelectual, porque pensaba que los intelectuales no podían resistirse a las grandes ortodoxias” (p.386).
[4] Años más tarde, mientras trabajaba en Herzog, le escribe a Pascal Covici: “Necesita adelgazar un poco en los lugares donde se concentra el pensamiento. Quizá ahora me saque toda la filosofía del cuerpo, para siempre”.
[5] Sobrecoge la carta dirigida a Allan Bloom el 6 de junio de 1981 en la que le cuenta cómo no reconoció a Elsa Morante en la “anciana descuidada con mala dentadura” que se le acercó tras la presentación de uno de sus libros, tantos años después, en Roma.
Es una pena que parezca que a Below le disgusta el pensamiento y la filosofía… no debe haberse leído su propio libro, «Herzog» :-), por otro lado, una de las grandes novelas contemporáneas.