La loca de amor
(Mi querida)
Por Carmen Garrido
Texto: Griselda Gambaro (basado en el cuento Un ángel, de Antón Chéjov)
Dirección: Carla Gorban
Intérprete: Imán Velasco
Lugar: Plot Point (Escuela de Teatro)
Fechas: Jueves 8 y 15 de marzo, a las 21:00 horas.
No está loca ni es vieja esta señorita. No es una gran Matrioska que encierra a otras cuatro en su interior. Quizá, si esconde alguna, sus muñequitas cinceladas sean muy poco femeninas y se travistan de perfecto gentleman ruso: educado, noble, sensato, con firmes opiniones y convicciones acerca del trabajo duro, del hogar y de la religión. La querida Olga unta jabonosamente su piel de los criterios varoniles y se embebe en ellos, como si la opinión del hombre (padre, esposo, amante o hijo) fuera la que crea su corpus vital, la que contextualizara su existencia, la que diera empaque a su hoja de identidad y creara su timeline, un DNI hecho a la medida de la que sabe su única capacidad: la de amar y entregarse por completo. Una entrega no sólo al amado, sino también a todo el universo de éste. Olga es una perfecta costurera, creando un traje nuevo a la medida del nuevo hombre que llega a su vida.
La actriz Imán Velasco se vuelve a subir a un escenario con esta obra, en esta ocasión, en la sala Plot Point, transformándose en una Olga delicada, idealista, dotada de una alegría casi primitiva e infantil; mujer que vive en su mundo de misticismos y encajes, con la sonrisa siempre en los rojos labios, la elegancia en el vestir, la perfección en cada uno de sus actos. Acogedora es la casita de la querida Olga, limpia, pequeña, pero agradable. Muy buen trabajo el de la escenografía de Sintelon, que tanto me recuerda a aquel pisito de la viuda Piatkowska de ”Malos presagios” de Günter Grass. También el atrezzo de Olga es una proyección de ella: cada detalle imprescindible para hacer la vida agradable a los habitantes del piso; los muebles, barnizados; la vajilla para el té, de loza; el sillón parecido a aquel trono del zar Nicolás, en versión modesta pero de buena tela. En ese ambiente, la querida Olga nos cuenta su vida, casi en un tête-à-tête con el espectador que queda seducido por la actuación de Imán Velasco. Imposible no sentir una gran ternura hacia la candorosa protagonista, a veces cursi, otras casi una réplica de la señora Dalloway: perfecta compañera de sus maridos, excelente gestora de los negocios de éstos, virtuosa esposa cuya máxima felicidad recae en tener una opinión precisa y minuciosa de las profesiones del compañero, bien sea director de un circo, comerciante de maderas o veterinario. Al contrario que en Mrs Dalloway, los maridos de Olga parecen no tener nada que ver con aquel Septimus Warren Steven, traumatizado y maltratador. O tal vez sí. Es mucho lo que oculta la protagonista por amor a los hombres y, sobre todo, por amor a lo que esos hombres le proporcionan: una opinión frente al mundo. A través de ellos, “la querida” absorbe sus universos ajenos para convertirlos en propios y ver unidimensionalmente la vida a través de ellos. El nudo de la obra se planteará cuando el marido falte o desaparezca.
Es un lujo poder contar en una sala con un texto de una de las dramaturgas argentinas por antonomasia. Griselda Gambaro, quien ha realizado una magistral obra a partir del cuento “Un Ángel”, de Chéjov, escrito también publicado en su tiempo como “Amorcito” y “Dushechka”. Es un lujo poder contar en una sala con un texto de una de las dramaturgas argentinas por antonomasia. Velasco se amolda a la perfección al escrito: Olga nos irá recordando su vida y el monólogo irá variando dando continuas vueltas de tuerca hasta llegar a una mujer que, al final, es completamente distinta de la dama sonrosada, ágil, vivaracha y eficiente del principio.
Invariablemente, uno sale totalmente prendido del personaje. Y es imposible no preguntarse por su personalidad. ¿Sabe Olga de lo hueca que es su vida sin en ella no existe el amor? ¿Se da cuenta de que es patológico el adoptar costumbres y opiniones extrañas para construir la propia conciencia? ¿Ama realmente o simplemente necesita de la presencia de alguien para encauzar sus intereses o sus juicios ya que no es capaz de tenerlos por sí misma?
Es, desde luego, un buen síntoma el que una obra como ésta aparezca entre las propuestas de la cartelera. No sólo porque cuenta con una actriz espléndida y un texto de una de las grandes del teatro hispanoamericano, sino porque es necesario que en los circuitos más alejados de los grandes teatros, también emerjan productos de una calidad indudable. Que en Madrid florezcan los teatros alternativos, las salas pequeñas donde se respiran la honestidad y el amor al arte es un alivio para los que amamos el teatro. Chéjov siempre será el “gran clásico”. Que cunda el ejemplo.