El legado de Mr. Bellow (3)

Por Coradino Vega.

 

Cuando digo bolchevique hablo de cierta clase de destructividad de la que he tenido cierta experiencia personal y sobre la que también he leído abundantemente en la literatura polémica de Lenin, Trotski y los estalinistas.

 

Carta dirigida a David Bazelon. París, 3 de diciembre de 1949

 

En plena efervescencia estudiantil de 1968, Saul Bellow fue invitado a dar una charla en la Universidad Estatal de San Francisco. Cuando terminó, el boxeador convertido en escritor Floyd Salas le increpó: “Eres un puto rollo. Eres un mentiroso de mierda. Eres un viejo”. Los jóvenes del auditorio le aplaudieron hasta reventarse las manos. Bellow ficcionalizaría esa escena en El planeta de Mr. Sammler. Aunque sólo tenía cincuenta y dos años, las nuevas generaciones querían jubilarle con el mismo ímpetu mostrado por el sector más ideologizado de la crítica literaria que comenzaba a tacharlo de neoconservador, esquirol e incluso de “ogro reaccionario”. Es de suponer que pocos sabían que, en 1940, Bellow había viajado expresamente a Ciudad de México, acompañado por su amigo Herbert Passin, para ver en persona a su jefe de filas: “Teníamos una cita con Trotski y llegamos a la puerta de la casa: una inusual cantidad de excitación. Preguntamos por Trotski y dijeron quiénes sois, y dijimos que éramos periodistas. Dijeron Trotski está en el hospital. Así que fuimos al hospital y pedimos ver a Trotski y abrieron la puerta y dijeron: está ahí, así que entramos y ahí estaba Trotski. Acababa de morir. Lo habían asesinado esa mañana. Estaba cubierto de sangre y vendas ensangrentadas y su barba blanca estaba llena de sangre”. Lejos quedaba también su militante participación en la marxista Partisan Review. Casi tanto como su primera manifestación de disidencia: “El momento revolucionario no puede ayudar porque no es asiento para la cordura, no tiene una ética que respetar, es dañino para la razón porque es totalmente determinista”, le escribe a Bazelon en noviembre de 1944. A partir de ese momento, Bellow —que nunca fue un moralista en sus novelas— no dejará de recordar su juventud revolucionaria (“no soy en absoluto un socialista, pero poseo una cierta percepción de la realidad que probablemente tiene una deuda con el radicalismo”), al tiempo que tampoco escatimará chascarrillos relacionados con la autodenominada verdadera izquierda: “Espero que a ti y a Marie os encantara Rusia. (El país en sí, por supuesto, ¿a quién le podría encantar la superestructura?)”, o comentando el aumento de la criminalidad urbana: “Esta es (…) la tensa vigilancia que desde hace años les toca en suerte a los habitantes de Nueva York, Chicago, [y] hasta Londres, supongo. No a los moscovitas. El suyo es un sistema diferente: el crimen es un monopolio estatal”. La carta enviada al director de The New York Times en 1974 para apoyar a Solzhenitsyn será uno de sus pocos actos públicos de explícito compromiso político. Y es que, incapaz de no ir por libre, de plegarse a cualquier tipo de opinión organizada y de no decir lo que pensaba en cada momento, Bellow descubrió pronto que “hay muchos amantes de la humanidad en masa que no sienten nada por las personas”, y que “la ortodoxia materialista no podía satisfacer [las] preguntas sobre la naturaleza de la conciencia humana”.

 

En una de sus más tempranas cartas, mientras espera a ser reclutado por el ejército, Bellow escribe: “Yo, que odio y temo tanto todo lo que tiene una conexión con ‘matar’…”. Y uno deduce que ya entonces se estaba refiriendo a “matar” no solamente como acto físico, sino también como instigación por medio de la palabra. Pues cuarenta y siete años después, relaciona: “Sartre trataba de hacer en la izquierda lo que Céline había hecho en la derecha: ¡Mata! ¡Mata! ¡Mata!”[1]. Que otros chapoteen en el nihilismo si les agrada; para Herzog, la vida sigue siendo lo que era para Keats: el valor de fabricar un alma. A Bellow no le interesaba sumergirse en el elemento destructivo. Prefirió apartar de la oscuridad cosas que no debían hundirse más en ella. O como le escribe en 1959 a Richard Stern: “Si lo único que tenemos que decir es que ‘la humanidad apesta en nuestras narices’, entonces el silencio es mejor, porque ya hemos oído esa noticia”.             

 

Continuará…

 

 Saul Bellow: Cartas, Alfabia, Barcelona, 2011. Trad. Daniel Gascón. 719 págs.

 


[1] Todo cuenta. p.399.

 

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