Entre dos lunas
Entre dos lunas. María Flavia Catella. Editorial Vértice. 350 pp. 19 €.
“…Hoy podría ser un buen día para escribir.
No siempre tengo sucesos significativos para contar ni la seguridad de que puedan interesarle a alguien. Tampoco me siento, a veces, capaz de dibujar con giros agradables y descriptivos momentos simples de la vida, darles forma y disfrazarlos hasta convertirlos en irrepetibles y mágicos y sobretodo no puedo cuando, como desde hace unos días, mis musas inspiradoras se adormecen en un aburrido letargo silencioso.
No es que no suceda nada, la vida sigue y sigo despertándome entre las sábanas y el tímido calor de estas mañanas invernales, estimulada por el maullido persistente del gato que me arrastra de los sueños a la realidad de la habitación.
Sigo siendo la misma ama de casa a medias a la que nunca le alcanza el día y para quien los minutos son convenientes oportunidades para la desorganización y el amotinamiento de tareas sin hacer.
Sigo siendo la misma vendedora empecinada en ser la mejor en una exigencia personal intolerantemente productiva y satisfactoria.
Sigo amando a mi esposo con el corazón en las manos y una seguridad que se acrecienta con el tiempo y sigo educando a mi hijo, adorándolo cada día hasta que duele el alma y se humedecen los ojos perdidos en su imagen consagrada a los naturales cambios que lo están transformando en un adolescente enorme e independiente.
La vida sigue invariablemente sujeta a la simpleza de las oportunidades.
Sin embargo hoy es domingo y no habría nada que contar si no fuera por el exagerado colorido que se adueña de las calles entregadas a un desparpajo social que transforma la ciudad en un sonajero de música y tonalidades, acompañado por un turismo incansable que devora los ofrecimientos de sus tiendas, los vendedores ambulantes, los bares repletos hasta el amanecer y estas interminables avenidas de flores que se estremecen bajo el sol como duendes borrachos de gozos y de estímulos.
Vivo en la hermosa ciudad de Málaga con mi marido y mi hijo desde hace más de diez años. Muchos creen que he tenido suerte y no está mal, no está mal saberse afortunado ante los ojos de algunos pocos pero por mi parte creo que si a la suerte le debo esta satisfacción que nace después de tantos esfuerzos y empecinamientos en algo que no se abandona hasta que se consigue y esta pletórica saciedad que limpian innumerables lágrimas, perdidas en el permanente contoneo del tiempo durante años, sí, he tenido suerte. Soy despiadadamente afortunada.
Sin embargo prefiero pensar que esta suerte no me ha tocado arbitrariamente sino que he llegado a merecerla y ese razonamiento me resulta más reconfortante y enorgullecedor.
Soy, en realidad y sincerándome tímidamente, uno de los pocos híbridos que quedan en pie a los que las cosas no le han ido del todo mal: tengo una familia enorme y saludable que sigue reproduciéndose sin complejos ni límites, creciendo en paz y en una humilde abundancia obtenida de la simpleza del trabajo diario; trabajo en lo que me gusta e incluso he podido elegir el lugar en donde hacerlo y he aprendido, sobretodo y a costa de los devenires de la experiencia, a rodearme de la gente que me hace sentir bien y ese es para mí el secreto de una vida al menos tranquila.
De eso tampoco habría mucho que contar si no fuera porque a medida que pasa el tiempo me voy dando cuenta de lo importante que son las personas que he elegido para que estén a mi lado y lo edificante que es tenerlas cada día.
Por todo esto que ahora se desnuda en mi cabeza y si lo intento podría encontrar algo que contar y alguien sobre quién escribir. Si me detengo, dejándome abstraer en mis propias observaciones y miro a mi alrededor buscando motivos para hacerlo seguramente no dejaré de asombrarme de lo que encuentre porque podría escribir durante años, podría regalarle mi tiempo eternamente a esta caprichosa costumbre de ordenar palabras para degustar entre amigos.
Podría quebrantar las leyes de la distancia, mitigar nostalgias y acrecentar sensibilidades tan sólo visualizando emociones que otros no perciben y en un día como hoy podría intentarlo y podría escribir cosas que conseguirían interesarte de alguna manera.
Contarte, por ejemplo, que en casa el sol sale todas las mañanas en los ojos de quienes me saben tan bien y amanecer y anochecer junto a mi familia es el mayor logro al que pueda pretender y se articula a la perfección y con esmerado celo desde el amor y un generoso respeto, cada minuto que vivimos juntos.
Mi marido es la parte de mi cuerpo y de mi alma que sostiene las raíces de quien soy o intento ser, sabiendo que sin él no sería ni los vestigios de la persona que algún día fui o intenté encontrar dentro de mí. Él es todo cuanto necesito y nunca seré tan buena como él, ni tan querida como él y lo sé bien porque descanso oculta bajo su enorme y generosa sombra protectora.
Nos conocemos hasta la vergüenza, memorizando cada actitud, cada palabra y cada revés sabiendo que hayamos empezado cuando hayamos empezado, tantos años atrás, donde la memoria se enternece y se colma de dicha, terminaremos inexorablemente juntos.
Nuestro hijo es el resultado de esa profunda compenetración y desde el mismo momento en que compartimos nuestras vidas se ha convertido en el alimento indispensable de nuestras almas.
Es muy especial, como le gustaba decir a Fernanda, tiene rasgos de los dos y las comparaciones son inevitables pero sin embargo acarrea una fuerte y particular personalidad, fruto de una prematura madurez nacida a raíz de tantos cambios y vivencias que ha sabido canalizar en un carácter determinante pero afable, responsable y apasionante que lo colma de amigos, elogios y buenas intenciones…
…Hoy, ya ves, puede ser un buen día para escribir porque al pensar en tantas cosas que me han sucedido y en tantas otras que he buscado que me sucedan las letras se vuelcan solas al papel como muecas fáciles y alborotadas que consumen mi tiempo y el de aquel que quiera compenetrarse en ellas.
Yo escribo y lo hago con una sincera humildad que prefiere elegir a sus receptores, en un idioma falto de estudiadas técnicas pero colmado de sentimientos. Escribo porque es eso lo que creo que la vida espera de mí.
(…)