Los premios literarios y la novela española actual
Por Constantino Bértolo.
Cuando uno entra en estos monocultivos, parecen bosques muertos porque lo único que hay son eucaliptos. No se ven pájaros, mariposas, otros árboles, animales – nada más que ellos, porque no permiten que nada más crezca.” Wangari Maathai.
I.-Los premios como anécdota.
Aunque las relaciones entre premios y literatura cuentan con nobles y remotos precedentes pues al fin y al cabo es la injusticia de un honor mal concedido lo que enciende la cólera de Aquiles y es la tentación de una recompensa exagerada – ser como Dios- lo que expulsa a Eva y Adán del paraíso, cuando se plantea la cuestión de los premios literarios se tiende a considerar que tal asunto se inserta tan claramente en el ámbito de lo anecdótico que apenas merece ser elevado a categoría literaria merecedora de atención o interés. Quizá por eso los estudios sobre el tema no son muy abundantes y apenas traspasan el tono descriptivo, el talante propio del cotilleo o la denuncia ética más o menos escandalizada. Aún en nuestros ámbitos académicos más condescendientes su casuística y efectos se contemplan como flecos irrelevantes de una sociología de la literatura que, al menos hasta el éxito y el reconocimiento de las aportaciones de Bourdieu, carecía del prestigio que la tradición humanista y filológica otorga a las disciplinas consideradas como más puramente literarias. Una tradición humanista que de modo explícito o implícito considera que la Literatura descansa sobre una trinidad de elementos vertebradores: autor, texto, lector, dotada de una santa y perfecta autonomía y de la que se desprenderían a modo de satélites otras configuraciones de orden complementario aunque de rango cualitativamente menor: biografías, análisis de textos, gustos, que a su vez devendrían en objeto de estudio para la Psicología del creador, la Filología, la Teoría de la Literatura o la Estética. En consecuencia, pienso que hablar de premios literarios requiere apartarse de la Literatura como alta expresión del eterno y perenne espíritu humano para aproximarse a actitudes teóricas o ideológicas en las que lo simplemente humano, lo demasiado humano, deviene algo material, más concreto, menos inefable y acaso más turbio, sucio e inconfesable. Mejor por tanto abandonar el concepto de Literatura con mayúscula para hablar de “actividad literatura” porque el uso de conceptos más humildes nos permite incorporar a la reflexión elementos o instancias que a nuestro entender “son” también literatura aunque esa tradición humanista los haya venido calificando de extraliterarios otorgándoles un papel subsidiario. Instancias o elementos como el mundo editorial, la economía, la publicidad, la promoción, la distribución y venta de textos, la construcción de la identidad de escritor, la crítica mediática, los premios literarios o las relaciones de lo literario con los distintos planos de lo institucional, quedaban de este modo caracterizados como cuerpos extraños y en consecuencia, “expulsados” de los estudios literarios.
Partiendo de esta concepción de la Literatura como actividad trataré de hacer un acercamiento más tangencial que frontal al tema de los premios literarios en cuanto elementos presentes en el interior de esa actividad y como elementos constituyentes de ese territorio literario en donde la actividad tiene lugar y que ella misma con su acción genera. Para este acercamiento informal al tema me apoyaré, desde una punta metodológica de ironía, en una concepción del territorio literatura como un espacio ecológico en el que todos y cada de los elementos que lo constituyen están íntimamente interrelacionados.
La literatura como un ecosistema con su base mineral: palabras, ideas, tropos, montañas, colinas, cordilleras; su manto vegetal: plantas, jardines, revistas, suplementos literarios, bosques, humedales, cátedras, antologías, barbechos, huertos y su letrosfera animal: depredadores, mamíferos, rumiantes, carroñeros, tesinandos, twuiteros, infames turbas, profesores de escritura creativa, críticos, blogueros, colmenas, cátedros, doctorandos, bolos, conferencias, necrológicas, aniversarios. Una perspectiva paródica que nos permitiría hablar en caso necesario de conceptos en principio ajenos a la tradición literaria como clima literario, marejadillas, anticiclón editorial, suelo editorial, borrascas estéticas, terremotos comerciales, geología cultural, contaminación acústica, epidemias literarias, virus, plagas, epicentros, ingredientes narrativos, miasmas, metáforas tóxicas, sobresaturación de adjetivos, invasión de especies foráneas, subvenciones terapéuticas, etc.
Quizá para entrar en la cuestión de los premios literarios lo más fructífero, manteniendo el símil, sería plantearse el tema a modo de una intervención, en clave de hipótesis ecológica, aprovechando el ya tradicional lugar común que, al hablar de los premios literarios en España, plantea su origen desde una perspectiva absolutamente forestal interpretando su aparición como resultado de una voluntad cultural y comercial nacida de la conciencia, más privada que pública, de que la guerra civil había arrasado el tejido lector anterior al levantamiento militar y el espacio editorial preexistente, lo que obligaba a una necesaria “repoblación forestal” a fin de ver florecer, libres de cizañas bolcheviques y masónicas, montañas de nuevos lectores y escritores. Entiendo por tanto que no sería un disparate reiniciar y proseguir esta exposición bajo el nuevo rótulo que a continuación se propone:
II.- Los premios literarios o El eucalipto como metáfora literaria.
Caracterización epistemológica.
Nombre vulgar: Eucalipto Narrativo Chollos
Nombre científico: Eucalyptus premium Labile
Familia: Nadalis, Planetaries, Anagramis, Jienensis, Primaverales, Laras, Azorinis, Gijonensis et alter.
Hábitat: Aunque la especie actual dominante tiene su origen en el Nadal de 1944 y su consagración con el Planeta de 1952, los premios literarios se remontan a una antigüedad remota. En España la especie dominante – el premio que convoca, concede y comercializa una editorial privada – ha dado lugar desde su aparición en los años 40 a más de 1600 subespecies de plumaje más opaco que transparente. Por la rapidez de crecimiento de ventas que en general conlleva, el premio literario se puede encontrar cultivado en muchas y muy diversas editoriales e instituciones, habiendo sido especialmente utilizado para imponer especies comerciales, dominar los nichos más rentables y para corromper zonas literarias honestas al eliminar el mérito, la perseverancia y el esfuerzo en aras del cambalache, la conveniencia y el oportunismo, con la consiguiente proliferación de comportamientos corruptos que al recibir honores y prestigios han dado lugar a una podredumbre literaria observada como natural y necesaria.
Características morfológicas predominantes: Novelas de reproducción anual de la familia de la literaturae banalis que dan lugar a volúmenes de grosor medio, de ligero o nulo peso específico, generalmente editados en tapa dura y cuyas primeras tiradas pueden ir desde los 3000 ejemplares hasta los 300.000 con emolumentos que alcanzan en algún caso los 600.000 euros.
Casuística: El eucalipto narrativo constituye un competidor que esquilma la tierra y erosiona el medio ambiente. La plantación de eucalipto provoca la destrucción de la fauna y de la flora nativas (debido a sus degradantes compuestos estéticos que actúan sobre la inteligencia social desanimando oanulando el desarrollo de la imaginación lectora, asfixiando la creación de expectativas no predecibles, erradicando el inconformismo cultural y fomentando el servilismo comercial y la transformación del lector en mero consumidor o cliente). Su cultivo demanda una gran cantidad de recursos prefabricados narrativos estándar tanto para plantar el premio en el mercado como para la producción de marketing en las editoriales, lo que provoca el agotamiento de las fuentes más apreciables de literatura, sin hablar del uso extensivo de narrotóxicos que envenenan valores, criterios, gustos y sensibilidades disminuyendo el nivel de exigencia de la lectura. El eucalipto narrativo desactiva durante el proceso de lectura la intervención de la memoria textual, la inteligencia asociativa y el sostenimiento de expectativas que vayan más allá del suspense.
Como las empresas forestales y fábricas de maderas de conglomerado, las editoriales implicadas (muchas y muy relevantes) niegan todos los efectos negativos y alegan, por ejemplo, que plantar eucaliptos es mucho mejor para la salud semántica de la sociedad que tener bibliotecas escolares, pues tal política propicia el crecimiento rápido de lectores, no supone un gasto para el erario público y evita además la importación, vía traducción, de especies literarias foráneas. Sin embargo el impacto ambiental negativo de los premios no se puede negar ya que además de los daños señalados se deben sumar sus efectos negativos directos o colaterales.
III.- Efectos directos y colaterales de los premios sobre el campo literario.
Como es bien sabido la hoja del eucalipto al caer acidifica el suelo sobre el que su tronco se sustenta convirtiendo en infértil, hostil, agresivo, orgánicamente pobre y propensos a la erosión y degradación los terrenos que lo rodean. De modo semejante el premio literario erosiona y corrompe la composición moral de campo literario introduciendo por un lado el fraude, el cohecho, la prevaricación, la malversación de fondos públicos, el amaño sibilino y la trampa premeditada, y la codicia, la envidia, el robo, el contrabando o la falsedad, por otro. Y no deja de ser llamativo que escritores, intelectuales o instituciones que dicen estar en contra de la corrupción, la prevaricación o el cohecho participen, acepten y protagonicen la ceremonia fraudulenta que los acompaña. La corrupción que se encierra en los premios literarios más representativos – y que actúan como modelos a seguir en el sistema de premios- suele ser el aspecto más criticado (sin que mediáticamente tal crítica se acompañe de la coherente repulsa en su tratamiento informativo o literario) pero, más allá de las responsabilidades morales o políticas de los participantes en ese juego de estraperlistas, más grave parece el otro tipo de impacto negativo al que ese eucalipto literario da lugar al trastocar las condiciones económicas sobre las que la actividad literatura – escritura, edición, lectura- se levanta y desarrolla y cuyas consecuencias bien podemos resumir en la legitimación de una máxima de carácter empresarial: “la literatura puede ser muy rentable a corto plazo”, en la que subrayamos la presencia de los términos muy– muy rentable- y corto –corto plazo-, es decir y referido a los eucaliptos narrativos: árboles de rápido crecimiento, de fácil adaptación al terreno, de maderas blandas y poco densas muy convenientes para la fabricación de pastas celulosas, el bricolaje o la fabricación en serie de muebles de consumo masivo. Esta alteración de las condiciones económicas es en mi opinión el efecto colateral con mayor repercusión en el campo literario pues incide sobre aquella zona del espacio editorial que históricamente acompañaba al cultivo atento de las distintas especies literarias. Cultivo de unas literaturas que por su propia naturaleza parecían exigir o necesitar crecimientos lentos, inversiones a largo plazo, rentabilidades discretas y lectores con criterio propio. Un entendimiento de los quehaceres literarios que al socaire del descubrimiento de la rentabilidad que los premios propician, queda primero en evidencia : la inapreciable tiene precio, y luego en desventaja ya que los premios muestran y demuestran que desde el punto de vista empresarial la literatura puede ser un negocio altamente rentable siempre y cuando el producto sea el deseable – maderas blandas, de fácil y gratificante acceso- y vaya acompañado del marketing conveniente: el premio como noticia, el escritor como noticia, la novela como noticiable, lo noticiable como Poética.
Por si esta corrosión del campo literario no fuera lo suficientemente grave hay que añadir que las plantaciones masivas de tales eucaliptos narrativos no sólo han alterado el paisaje sino que han modificado de forma radical su percepción hasta el punto de crear la sensación de que eucalipto es el árbol climático de nuestra geografía, es decir, el que por naturaleza nos corresponde, el que está desde siempre, pues su “amontonada” y hegemónica presencia en los puntos de venta, en las listas de libros más vendidos, en los suplementos literarios, en las páginas de publicidad o en “la prensa del corazón cultural” , causa que, incapacitadas para adaptarse al nuevo hábitat, muchas especies literarias que por diversas circunstancias no se suman al sistema[1], han ido progresivamente desapareciendo o refugiándose en espacios editoriales y culturales poco frecuentados y de escasa visibilidad. Lo peor es que no estamos ante una mera transformación física o cuantitativa del territorio literario sino que la proliferación epidemiológica del virus premio literario ha terminado por afectar a la imaginación lectora – y en consecuencia a la imaginación autorial- haciendo difícil o casi imposible que la mayoría de ciudadanos puedan o podamos imaginar un paisaje que cuente con la presencia de castaños, robles, encinas, hayas, almendros, alerces o cerezos. Sólo el pino – los clásicos – parece poder tener cabida en la silueta de ese eucaliptal hegemónico que invade campos semánticos comunales o privados.
Los efectos sobre el territorio literario que esa invasión – recuerden: más de 1200 premios anuales- supone, ha transfigurado el suelo, el paisaje y la geología cultural sobre la que la literatura y la novela se desarrollan ocasionando desequilibrios y redimensionamientos que inevitablemente afectan a todos los elementos actuantes en ese campo: autores, textos, lectores, editoriales, puntos de ventas, crítica, medios de comunicación cultural, suplementos y revistas, etc…
Cierto que esta invasión o epidemia se ha visto favorecida por el debilitamiento de aquellas instituciones que deberían preocuparse y ocuparse de cuidar la salud semántica de la sociedad, evaluando riesgos y beneficios de aquellas producciones que el sistema editorial ofrece al mercado, al igual que en toda sociedad atenta al bien común de sus ciudadanos y ciudadanas las instituciones correspondientes vigilan la llegada a los puntos de venta en buenas condiciones de salubridad de alimentos y medicinas fomentando, y recomendando en determinados casos, la conveniencia de unos determinados consumos frente a otros. Y del mismo modo que la crítica ecológica pone de manifiesto el riesgo que supone para la biodiversidad ambiental el que las plantaciones forestales se realicen a través de la selección y clonación de un número muy reducido de genotipos, quizá la crítica literaria debería haber intervenido alertando sobre los peligros que para esa diversidad representa la política de premios al favorecer la creciente concentración de los latifundios editoriales, la proliferación de literaturas transgénicas, el monocultivo de novelas noticiables, la hipermercantilización ya no de los libros sino de la figura de los autores y autoras a quienes el mecanismo de los premios transforma – con su consentimiento en muchos casos- en marcas comerciales. La crítica actual, salvo excepciones contadas, al renunciar a esa función de vigilancia- que no de censura salvo que alguien quiera ver censura en aquella instancia que en su momento determinó los efectos no deseados de la talidomida- se expone a cumplir con el triste papel de publicidad consciente o inconsciente de un estado de cosas que como hemos tratado de argumentar tiene en los premios no sólo un espejo sino su fundamento, sin que falte, como parásito de ese sistema, una crítica cómplice por activa o por pasiva con esa pretendida modernidad agroliteraria y que, confundiendo higiene semántica con servilismo hacia las productividades hegemónicas, realiza las labores propias de esos herbicidas industriales[2] que cercan y despejan el terreno para que las nuevas plantaciones logren mayor productividad extirpando o anatemizando cualquier raíz literaria autóctona o discrepante que pueda poner en cuestión el bosque monocromático – narrador escéptico, estructuras de suspense, cursilería sentimental- que con su intervención los portavoces de esa crítica defienden con poca, mucha o ninguna gracia.
Sin duda no todos los premios literarios existentes responden a estas características. Hay premios públicos y premios privados y entre estos últimos, objeto de este artículo, hay premios que sirven para fidelizar catálogos, otros para arrebatar bazas a la competencia y otros para publicitar empresas. Evidentemente hay premios y premios pero tampoco conviene engañarse: unos premios son más premios que otros y son estos premios que no es necesario nombrar (porque cualquier lector sabe – y el que no sabe es porque no quiere saber[3]– que a mayor visibilidad mayor dotación económica y a mayor dotación mayor control del convocante del premio), los que por su agresiva incidencia dan peso, carácter, color y relevancia al sistema. No pongo en duda (aunque tampoco pondría la mano en el fuego por ninguno) que haya premios honestos o transparentes. Desde la perspectiva que nos interesa esa sería una cuestión menor. Son esos efectos directos, indirectos, colaterales, deseados o indeseables que hemos venido enumerando los que influyen sobre el campo literario y actúan alterando los espacios de la creación, la edición, la lectura y la valoración. Cualquier historia de la novela española de las últimas décadas no puede ignorar el significado y las repercusiones literarias que supuso el que en los años setenta entraran en ese tinglado autores como Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Jorge Semprúm, Juan Benet o Jesús Fernández Santos o la recluta posterior para los Nadal de autores como Alejandro Gándara, Juan José Millás, Juan José Saer, Alfredo Conde, Rafael Argullol, Alvaro Pombo,etc, ni nadie debería sorprenderse al comprobar que el trasvase entre uno y otro premio es hoy práctica usual que ejemplifica la intercambiable uniformidad dominante en nuestra narrativa.
Entiendo por todo esto que más allá de su apariencia anecdótica la cuestión de los premios literarios debería recibir una atención rigurosa por parte de la academia y de la crítica que permita investigar sus efectos e influencias sobre los aspectos mencionados y otros que no hemos podido ahora abordar pero que sin duda encierran alto interés. En el espacio literario español – y tanto para la literatura en castellano como en cualquiera de las otras lenguas del Estado- el sistema perverso que los premios establece, interviene de manera decisiva en el proceso de construcción de la figura del escritor, en su emergencia, consolidación, consagración, desvanecimiento o ninguneo, y esto es así y hasta tal punto que sin entrar en el turbio sistema de premios parece difícil que un escritor o escritora pueda establecer un entorno suficiente cuantitativamente de lectores que facilite su dedicación plena a la escritura. Por otro lado, los premios han venido desempeñando un papel muy relevante en la configuración de lo que podríamos denominar “sistema de producción de la necesidad de leer”, es decir, sobre la construcción social del qué leer, el por qué, el cuánto, el cuándo y el cómo. Y sin duda se debería analizar con más detalle el grado de influencia de los premios sobre la Poética narrativa hoy hegemónica, sobre la dinámica del canon o sobre el valor simbólico de libros, novelas, autores o autoras. Parece también pertinente preguntarse la razón de que este sistema de premios, con los que la iniciativa privada editorial se viene premiando a si misma, sea un fenómeno diferencial y peculiar solo presente en el mercado literario español, ponderar si este hecho responde a la escasa tradición lectora de nuestro país cuyas causas pueden encontrarse en un pasado histórico marcado por la quema que el cardenal Cisneros realiza de las bibliotecas nazarís, por la sospechas hacia los libros que Trento consagra, por la ausencia de una revolución burguesa ilustrada, por la católica desertificación cultural que el franquismo representó o por la apresurada euforia de nuevos ricos con que la transición democrática concelebró la llegada de la moda de los bonsáis novelescos.
En cualquier caso, ahora que la sequía económica nos aplasta habrá que estar atento para ver qué pasa con este sistema de premios en el que muchos son los llamados y pocos los indignados.
[1] Conviene no olvidar que por cada novela premiada al menos otras doscientas pasan al limbo de las no premiadas.
[2] En una Historia de la Literatura española recientemente editada se puede encontrar un ejemplo de esa función exfoliante de la crítica como herbicida cuando al tratar del llamado realismo social de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, se despacha de modo paternalista y con sonrojante simplicidad intelectual la obra novelística de autores como López Pacheco, Antonio Ferrés, Armando López Salinas, Manuel de Quinto, Alfonso Grosso o Fernando Avalos.
[3] El editor Rafael Borràs cuenta cómo en 1989, en la entrega del Planeta a Soledad Puértolas, un periodista ingenuo «como Caperucita» le preguntó a Lara cómo era posible que la premiada, presentada bajo seudónimo, estuviera en la sala la misma noche del fallo. «Usted todavía cree que los niños vienen de París», fue la antológica respuesta del editor, repetida ante otra cuestión similar en 1994.
Muy buen artículo. Me pregunto si Constantino Bértolo Bértolo pensaba ya esto cuando medró en Mondadori para que le dieran el Premio Jaén a Elvira Navarro.
Elvira Navarro nunca ganó el Premio Jaén.
El artículo no puede ser más redondo. A veces alguien encuentra, como en este caso, la alegoría perfecta, con su perfecta sucesión de metáforas, para explicar algo tan «sabido» como, precisamente, mal explicado. Ahora, a partir de este acierto enorme de Bértolo, tenemos una manera crítica y racional (pero amena, inteligente y muy pedagógica a la vez) de entender y de comentar qué maldades provocan en el ecosistema literario los premios y qué cacareadas inocencias no debemos admitir cuando oigamos defenderlos.
Quitando la introducción del artículo (hubiera bastado con la cita de Maathai), porque no deja adivinar la claridad expositiva que vendrá más abajo, el trabajo de Bértolo es aquí casi deslumbrante por su enjundia crítica y por, sin embargo, su rara sencillez.
Pero yo creo comprender modestamente porqué está escrita así la introducción y, por tanto, considero ese pequeño fallo un hermoso tributo (inevitable) a la lucidez sorprendente que nos aporta el tronco de la reflexión. Y es que, como suele ocurrirnos a tod@s cuando encontramos algo muy bueno con lo que expresar lo que queremos expresar, si al mismo tiempo percibimos que el hallazgo es «demasido» completo como parábola (y éste lo es) y, además, demasiado perfecto y asequible como símbolo (y éste lo es), empezamos a sentir el miedo de soltarlo sin más y parecer así «poco serios teóricamente y excesivamente divulgativos»; empezamos a sentir el miedo de que nos tachen, justo por haber encontrado el diamante y saber que podemos tallarlo para que sea transparente y nítido por todas su caras, justo por la claridad tan asequible para cualquiera que le sabemos al hallazgo, miedo a que nos tachen de simples y de haber estirado demasiado las posibilidades del eureka.
Como decía, a veces es inevitable pagar ese mínimo tributo, en forma de introducción sesuda, al miedo personal que nos produce (miedo frente a la jauría que nos espera fuera) darnos cuenta de que hemos topado en nuestro propio cerebro con una pequeña joya expositiva (y ésta lo es). Enhorabuena, señor, y gracias.
¿Pero le dio el premio a Elvira Navarro o no se lo dio?
Elvira Navarro nunca ganó el Premio Jaén.
Este artículo pasa por alto un detalle importantísimo, y que por sí solo se basta para desarmar todos los razonamientos de lo arriba expuesto: Es el público quien decide qué comprar, y por lo tanto, el que premia unos tipos de novelas sobre otros en el verdadero campo de batalla: la estantería de la Fnac o del Corte Inglés.
Las editoriales grandes que organizan estos premios han estudiado a su público, sabe por dónde tiran sus gustos y les da exactamente lo que quieren. Las veces que han intentado innovar o hacer cosas nuevas, el público, tan cándido y noble él, les ha dado la espalda.
Así pues, señor Constantino, me temo que el dilema que usted presenta aquí es muchísimo más simple que toda esa «teoría conspiratoria» de las grandes editoriales: el público es el que ignora la mayoría de las veces la mejor literatura, y compra sólo la basura. Así se explica que novelas francamente mediocres (por no usar otra palabra más fea) como «el tiempo entre costuras» o «la catedral del mar» se conviertan en mega éxitos en esta singular piel de toro.
Los lectores. Que necesitan pocos nombres. Para no liarse. O perderse. Como un rebaño de ovejas. Son capaces de reconocer un número limitado de pastores. Si les pones más, se trastornan. Partiendo de esta realidad, los titiriteros mueven los hilos sonriendo del revés. Y el pueblo baila a su son.
(Yo) gané dos premios modestísimos (pero ya no me presento a ninguna convocatoria).
Rectificar (dicen que) es de sabios.
Por otro lado, el señor Bértolo me rechazó una novela.
En definitiva, un artículo genial (que debería publicarse ¡como Dios manda! [y venderse cual premio planetario]).
También sería interesante saber a cuántos premios ha presentado sus manuscritos el autor del artículo…
..Redondo,cuadrado y poligonal.
Quien pretenda que falla el articulo,de pleno ,creo que menciona,por el
hecho que el publico elige:
Mire las elecciones¡
Si eliges,ja,ja ,jota y aa