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El verano que nos comimos la luna

 

El verano que nos comimos la luna. Marisa López Soria. Editorial Edebé. 176 pp. 8,20 €. 

 

 

1-. LA ESTUPENDA OFERTA DEL AYUNTAMIENTO. (Los Restos).

 

Se lo digo siempre al Bolo, que no puede ser tan bestia y entrarle así a la gente, pero él como si nada.

– ¿Jefe, cuántas pelas ganas conduciendo?

Menos mal que Celso ya es amigo y no se molesta, pero mi tía Amelia que es fina porque trabajó en el extranjero nos ha repetido mil veces que eso no se hace, preguntar a la gente cosas sobre el dinero. Claro que si no, no sé cómo se va a enterar el Bolo, que le ha nacido esta vocación y quiere hacer carrera en el transporte público.

– En este oficio no se gana mucho, chaval -ha respondido el conductor sin despistarse de la carretera-. Y si quieres mi consejo, estudia mucho, que esto no es del otro jueves. Te lo dice Celso.

Lo que más nos llama la atención es que no se líe a mamporros con algunos impertinentes que suben al autobús. Pero como Celso tiene rodaje y es un profesional, él a lo suyo y con mucha educación.

– Hay que con andarse con cien ojos y tener mano izquierda con el personal- comenta echando un vistazo al pasaje-. Que somos muchos y muy diferentes…

Al Bolo le pirra, bebe sus palabras para empaparse bien del oficio.

Desde que lo conoce, su ilusión es que llegue el domingo, apalancarse a su lado y freírlo a preguntas. Cuánto cobra, qué turnos, cómo maniobra… Eso que lo pone clarito en un letrero: No hablar con el conductor.

– Oye, Celso, ¿te suena la historia de Ulises? -le pregunta-. (Ese defectillo tiene mi amigo, que suele dar la barrila con el tal Ulises, un tatarabuelo suyo que era héroe).

– ¿De Ulises? ¿Qué Ulises?

– ¡El de la mitología griega! -suelta tocado, como si todo el mundo tuviera que saber lo de todo el mundo-. ¡El de la Odisea!

El cuento nos lo sabemos de memoria.

– Ulises era uno que ganó la guerra de Troya -le resumo yo a Celso-. Y luego se distrajo con las musarañas y, ¡menuda odisea para llegar a su casa…!

Claro que al Bolo no le gustan mis explicaciones, y en su ausencia a Quintanilla que es un saco de palabras. Menos mal que como siempre se coloca al fondo del autobús, ni se ha enterado, con su MP3 en una oreja, y mi hermana dándole la chapa en la otra. Porque a Gao Li, nuestro amigo el chino que está sentado con ellos, es que ni se le oye, oye.

– ¿Conque tataranieto de un héroe? -sonríe el conductor-. Pues vaya suerte, chaval. Ya recuerdo, Ulises, Helena de Troya…Lo vi en una película que…

 

(…)

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