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Un montón de gatos

Por Recaredo Veredas

 

Un montón de gatos. Eider Rodríguez. Caballo de troya. Madrid, 2012. 173 páginas. 


Escribir bien no es lo mismo que escribir complicado. De hecho, quien escribe complicado suele escribir mal. Podría, incluso, afirmarse que la capacidad para encontrar lo más simple, entendido como el hallazgo del camino que conduce hasta lo que se desea contar, matices incluidos, garantiza la madurez de un autor. Lo afirmado no implica la exaltación de una escritura seca o dura, que imite los patrones de Hemingway y sus camaradas (tantas veces admirables). Supone la priorización de la búsqueda de la mejor transmisión de lo que se desea narrar. No creo, por otro lado, que esta opción sea mejor que un barroquismo deslumbrante, siempre que lo narrado exija ese registro. Si se valoraran en su justa medida los referidos méritos, Eider Rodríguez sería considerada una de nuestras mejores relatistas: sabe mostrar la complejidad con pocas palabras, incluso se permite la brillantez y ocasionales brotes de belleza.

 

Su mirada sobre la realidad no resulta nada complaciente aunque tampoco vitriólica, ni distante, ni cruel.  No odia a sus personajes, tampoco les quiere, simplemente les narra. No es que mire, como tantos admirables innovadores, hacia donde no mira nadie. Mira hacia donde todos. Hacia, mejor dicho, donde ese conglomerado de obligaciones, deseos y traumas llamado vida nos obliga a mirar. No olvida las peripecias, ni la necesidad narrativa, aunque no aparezcan sorpresas deslumbrantes en los desenlaces. Además sabe escribir relato breve, conoce cuáles son los ritmos y las dimensiones más adecuadas para tan preciso género. Se percibe su calidad como escritora en la manera en que utiliza los objetos como recursos dramáticos, sin dejarlo todo al albur de la información directa. Lo hace con un bolso de Louis Vuitton, con las muelas o con los gatos, que sirven como reflejo y “almacén” de los sentimientos de los personajes. También en su utilización de distintas voces: incluso se atreve con el diálogo puro, teatral, solo cortado por las acotaciones. 

 

Se percibe cierta fijación houllebecquiana –o compartida con Houllebecq- por la mercantilización de las relaciones emocionales y sexuales, sin embargo la mirada de Eider Rodríguez no es tan consciente de sí misma, no marca tanto su protagonismo: A las personas que no han conocido la precariedad económica les gusta, sobre todo cuando son jóvenes, presumir de falta de dinero, y lo hacen de modo confidencial pero de modo que les oigan el mayor número posible de personas. Un montón de gatos proporciona alivio de la mejor especie. Nos reconocemos dentro de sus relatos, dentro de los problemas dentales de sus personajes, de su relación con los vecinos o, sobre todo, con sus parejas y con esa sociedad salvaje que nos rodea. Además para una mirada masculina, y este reseñista la tiene irremediablemente, supone una incursión dentro del microcosmos femenino, acentuada en relatos como el titulado Louis Vuitton. Si dentro de cien años alguien quiere saber cómo era la vida de la clase acomodada española durante el principio del Siglo XXI, antes de ser devastada por la rapiña, debería leer a Eider Rodríguez. Así que recomiendo que una copia de este libro sea escondida en una caja negra, blindada, de esas que llevan los aviones. 

 

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