El Tío Óscar
Por José Luis Muñoz.
La fiesta de los Óscar de este año ha tenido sabor francés y ha premiado el cine silente. Pero pocas sorpresas nos han deparado las estatuillas doradas que cada año concede la academia de Hollywood y en este ha contado, para conducir su ceremonia, con el incombustible Billy Cristal de nuevo. Los cinco premios importantes que se ha llevado The Artist (2011), la producción de moda del momento, el homenaje al cine mudo en blanco y negro que es una producción francesa, pero que también cuenta con capital norteamericano, era previsible por la carrera imparable del film de Michel Hazanavicius, aunque yo hubiera preferido que el premio al mejor director y a la mejor película hubieran recaído en Terrence Malick y su extraordinaria El árbol de la vida (2011). Los principales premios técnicos se los ha llevado Martín Scorsese con un film para todos los públicos, en tres dimensiones, La invención de Hugo (2011), que es también un homenaje a los pioneros del cine y mira a París como los franceses de The Artist (2011) miran a Hollywood. Ya se sabe de ese eterno idilio entre Estados Unidos y Francia, que viene de muy lejos, desde que los norteamericanos se empeñaron en que el corazón de Europa estaba en París y sólo se rompió ese hechizo cuando Dominique de Villepin hizo aquel magnífico alegato antibelicista en la ONU que amargó la fiesta del Trío de las Azores por unos días. Pero uno, como cinéfilo y admirador del cine de Scorsese, sobre todo del que llega hasta Casino (1995), espera de él que vuelva a las andadas del cine negro y nos siga ofreciendo obras maestras porque es uno de los grandes que está capacitado para hacerlo. Frustrante que ninguno de los nominados españoles y candidatos a recibir la estatuilla en el Palacio Kodak recibiera el galardón. A los académicos de Hollywood no les debió gustar la estética poética ni la sensualidad que irradian esos maravillosos dibujos de Javier Mariscal de Chico & Rita (2010) ni la perfecta ejecución cinematográfica de Fernando Trueba; demasiado osados ambos para mentes cuadriculadas que se decidieron por lo casero. Y tampoco se dejaron seducir por la notas maestras de la banda que Alberto Iglesias escribió para El Topo (2011). Que Gary Oldman, por su interpretación de Smiley en la película de Tomas Alfredson, no recibiera el Óscar a la mejor interpretación, me pareció una soberana injusticia; el Drácula de Bram Stoker (1992) de Ford Coppola interpreta sin mover un músculo de su cara. Y que la afroamericana Octavia Spencer recibiera una estatuilla por su papel ramplón en Criadas y señoras (2011), una de las peores películas seleccionadas, no me parece justo, y sí, en cambio, incuestionable, el Óscar que se lleva de nuevo Meryl Streep por la composición milimétrica que hace de Margaret Thatcher en La Dama de Hierro (2011), ante la que hay que quitarse el sombrero. Y me alegro de que un caballero como Christopher Plummer, a sus ochenta y tantos años, se lleve la estatuilla dorada. La última satisfacción la tengo con ese premio, merecidísimo, a una película pequeña pero llena de talento, roselliniana, la iraní Nader y Simin, una separación (2011), aunque debería haber competido con Melancolía (2011) de Lars Von Trier, inexplicablemente no seleccionada.
¿Mi quiniela? Un desastre. Dos aciertos.
* José Luis Muñoz es escritor. Su última novela publicada es Llueve sobre La Habana (La Página Ediciones, 2011)