Sid Vicious, la vida en el filo del rostro del punk
Por Diego Puicercús.
A las 2:16 de la madrugada del 2 de febrero de 1979 John Simon Ritchie, más conocido como Sid Vicious, moría de sobredosis en un apartamento del Greenwich Village de Nueva York. Sólo tenia 21 años y con su desaparición lo hacía también el punk, al menos tal y como se le había conocido hasta ese momento.
Por un lado la sociedad británica, que en un primer momento se había quedado perpleja ante el carácter subversivo y estético del movimiento, a esas alturas lo había asumido como una respuesta lógica ante la crisis económica que sufría el país y lo consideraba como una moda que tarde o temprano acabaría pasando. Por otro la industria, a la que todo esto había pillado con el pie cambiado, entendió que ante el rechazo al rock tradicional (“no más Presley, Beatles, Rolling Stones en 1977” cantaban The Clash, aunque se ampliaba a gente como Clapton, Pink Floyd o Supertramp) no cabía más que dar a la gente lo que demandaba eliminando, eso si, su componente peligroso e incómodo. Así, con el apoyo de la prensa especializada, surgióla New Wave, bajo cuyo paraguas aparecieron subgéneros como el rock gótico, nuevos románticos o incluso el tecno-pop, al que se fueron incorporando muchos de los que poco tiempo antes hacían del punk su bandera. Pero eso es otra historia…
Nacido en Londres en mayo de 1957, desde muy joven empezó a consumir drogas de la mano de su madre que, tras ser abandonada por el padre de Sid, se instaló en Ibiza para hacer del tráfico la forma de subsistir y financiar su adicción. De regreso a Inglaterra y hasta los 14 que se asentaron en la capital, vivieron en Kent donde su madre se casó de nuevo y enviudó. A esa edad comenzó a vender LSD en los conciertos de Hawkwind, a los 17 estaba enganchado a las anfetaminas y a los 18 empezó a autolesionarse y a mostrar tendencias antisociales. Sus compañeros de piso en los meses anteriores a incorporarse a los Sex Pistols le definen como “una persona tímida e introvertida con trastornos de personalidad” lo que le llevaba a comportarse de forma violenta en el momento más inesperado. Eso si, en esa época inventó el pogo, el famoso baile punk en el que se salta como si fueses una marioneta con muelles.
El ser amigo de Johnny Rotten, haber tocado un par de veces con Siouxsie & the Banshees y autodefinirse como el máximo fanático del grupo, le sirvió para ser el elegido para sustituir a Glen Matlock una vez que éste dejó a los Pistols (en realidad lo echaron por falta de actitud y según algunos por declarar que le gustaban The Beatles). Para Malcolm McLaren “si Rotten es la voz del punk, entonces Vicious es la actitud” así que no es de extrañar que se convirtiera en la imagen que irremediablemente nos viene a todos a la cabeza cada vez que hablamos de este movimiento. Su incorporación se produjo en febrero de 1977 y menos de un año después (tras un concierto en el Winterland Ballroom de San Francisco a principios de 1978) y decenas de escándalos a sus espaldas, Rotten decidía bajarse del carro para iniciar su carrera en solitario y dejar a Vicious compuesto y sin banda.
Poco antes, en diciembre de 1977, había conocido a la groupie Nancy Spungen y fue probablemente ella la que le introdujo (ya consumía otro tipo de sustancias) en el mundo de la heroína. Empezaron a salir inmediatamente y, hasta la muerte de esta el 12 de octubre de 1978, compartieron una relación tortuosa y su dependencia al caballo. Tras la ya mencionada ruptura de la banda (de la que dicen que fue una de las principales causantes) se instalaron juntos en la habitación número 100 del mítico Chelsea Hotel de Nueva York y ella empezó a dirigir la carrera en solitario de Sid. Y fue allí mismo donde el músico se la encontró aquella fría mañana de otoño tras despertar de un largo viaje, bañada en sangre y con un cuchillo clavado en el estómago.
Sid Vicious fue detenido como principal sospechoso del asesinato de su novia y un par de días después le trasladaron a la prisión de Riker Island. Allí sufrió varias crisis por el síndrome de abstinencia pero logró superar su adicción tras someterse a una cura. Este hecho motivó que se hablase de una posible reunificación de la banda e incluso de la publicación de un disco en directo con el que recaudar fondos para su defensa, pero finalmente nada de esto llegó a materializarse por la desconfianza en las intenciones de McLaren al que veían ansioso por seguir haciendo caja a su costa. A finales de mes, en vista de su mejoría, salió en libertad condicional y se instaló junto a su madre (Ann Beverly) en el Hotel Madison. Continuó con su tratamiento de metadona e inició una relación sentimental con Michelle Robinson aunque, como la cabra tira al monte, una trifulca en un bar una semana después de su salida a la calle (curiosamente con el hermano de Patty Smith) hizo que volviera a dar con sus huesos en la cárcel.
En ella permanecerá hasta el 1 de febrero de 1979 en que el juez decreta una nueva puesta en libertad apoyándose en su buen comportamiento y en los informes que decían que su desintoxicación era definitiva y la permanencia en prisión podía ser perjudicial para él. Por desgracia para el bueno de Sid, no llegaría a ver amanecer en libertad. Para celebrarlo su novia organizó una fiesta en su apartamento del Greenwich Village e invitó a algunos amigos, gente de la música y varios antiguos camellos. A pesar de llevar varios meses limpio decidió inyectarse una dosis pero, como al parecer estaba muy cortada y le supo a poco, volvió para pedir otra. En ese momento, y dadas las circunstancias, nadie se la quiso dar hasta que finalmente su madre, ante el temor de que se pusiera peor (había empezado a sudar y a comportarse violentamente), se la acabó proporcionando.
Al rato y encontrándose mal se echo un rato en la cama pero, ante la insistencia de los asistentes a la fiesta de llamar a una ambulancia, su reacción fue buscar en el bolso de su madre otra papelina y encerrarse en el cuarto de baño para metérsela. La cantidad y calidad de la heroína le provocaron la muerte casi inmediata y su cuerpo apareció con la aguja todavía clavada en el brazo. Durante años se hablo, tal y como se desarrollaron los hechos, de suicidio, pero en 1996 en su lecho de muerte Ann confesó que había sido ella la responsable pensando que así le evitaría sufrimientos posteriores. Sid Vicious tenía en ese momento 21 años y, a pesar de que no componía, ni sabia tocar ni cantar, él era la imagen del punk. Ahora sabemos que es eterno, pero en aquel momento para muchos su tragedia supuso el fin…