La falacia de los cinco sentidos

 

Por Óscar Sánchez.

 

 

Los cinco sentidos, Hans Makart (1840-1884)

La percepción, en su conjunto, tienen su verdadera razón de ser en la tendencia del cuerpo a moverse.

 

Materia y memoria, Henri Bergson.

 

 

 

¿De verdad de la buena que los organismos llamados “superiores” estamos dotados, como se dice siempre, de cinco sentidos, cinco? ¿Sería correcto, así, afirmar que siento venir un estornudo, o noto acidez de estómago, o sé que me duele la rodilla a través de el tacto? ¿Es la música “el más bello de los ruidos”, como opinaba Napoleón Bonaparte? ¿Miro un charco de sangre y veo lo mismo que un cazador, un cirujano o un policía? ¿Usa del mismo sentido del gusto el perro cuando devora un filete que cuando roe un zapato? ¿Comparto la pituitaria de un cocainómano, o de un tiburón…?

 

Parece que olfato, gusto y oído son los sentidos menos problemáticos, más unidimensionales, pero no es así. Los denominamos “sentidos” porque a través de (como ya subrayaba antes) ellos se siente, sin duda, un mundo externo de objetos desde un interior opaco para los demás –y la prueba es que si el órgano correspondiente se daña, adiós, hecho del cual el prójimo no tiene manera de tener noticia precisamente sensorial. Sin embargo, si huelo pudrición, todo mi ser se retrae, si como con hambre, toda mi existencia reverdece, si oigo un avión, oigo también el viajeMartín Heidegger escribía en algún lugar de Sendas perdidas que las cosas están mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos. Los sentidos, sean cuales y cuántos sean, no nos “informan” de ellas como sostiene el modelo computacional de la mente que funciona desde Platón. Cuando al arreglar el casquillo de una bombilla me sacude un calambrazo de 240 voltios no hay un sentido que, como una interfaz, transmite a mi cerebro que debo apartar la mano o mi salud se resentirá gravemente. Lo que sucede entonces, más bien, es que todo lo que soy entra en colapso, salvo una parte vigilante de mí que suelta el casquillo por acción refleja. Es decir, no “recibo el dato” de la electrocución, como quien recibe la factura de la luz: sufro la electrocución como un estremecimiento que recorre todo mi mundo, soy traspasado enteramente de dolor, miedo y una intensa alarma biológica, por así decirlo. Ortega y Gasset tradujo del alemán ese término que hoy empleamos con toda naturalidad, vivencia, y en los medios de comunicación preguntan ya automáticamente -y por echarle drama- por cómo “hemos vivido” esto o lo otro (un terremoto, un suceso político…) Los sentidos no son canales de comunicación del cerebro con su afuera absoluto, son el entorno mismo de nuestras vivencias, sin el cual no somos nada –sin el cual, nuestro cuerpo equivale al de un cadáver y nuestra vida a la de un muerto…

 

Por tanto, en mi opinión, y salvo egregias excepciones, la filosofía occidental -y probablemente también la oriental- ha interpretado erróneamente el papel de los sentidos, degradándolos a favor de un concepto de espíritu que prescindiendo de ellos no es más que la sombra de una mente (por cierto que resulta siempre imposible imaginar el espíritu, mientras que es fácil denunciar la carne, al igual que clérigos y poetas pintan los horrores del infierno, pero jamás las delicias del cielo). Una mente, si de ella se puede hablar por separado, actúa, actúa incesantemente en ese entorno que le proporcionan los sentidos. Los sentidos son el ser-ahí (el dasein, justamente) de la entidad viva, aperturas de una existencia al mundo en el cual está. Eso fue lo que Aristóteles seguramente quiso decir con que “la psyché es, en cierto modo, todas las cosas”, puesto que el mundo es incorporado a nuestra vida gracias a los sentidos. Volviendo a Bergson, en fin, “los objetos que rodean mi cuerpo reflejan la acción posible de mi cuerpo sobre ellos”, lo cual, creo, acaba con un malentendido histórico al que todavía recurren ingenuamente tantos –neurólogos, programadores, cognitivistas…- que quieren fabricar máquinas que obren como mentes para así mejor manipular mentes como si fueran máquinas. 

 

 

4 thoughts on “La falacia de los cinco sentidos

  • el 28 febrero, 2012 a las 9:08 pm
    Permalink

    Me encanta la negación de “dato”. Me encata el ensañamiento de reducirlo a “noticia sensorial”. Yo, con más ganas de sangre, pediría para él la condena de “rumor no confirma sensorial”

    No entiendo como dices que el último parrafo de Bergson niega la Inteligencia Artificial tan efectiva en los últimos conflictos bélicos

    pido permiso para declarar una fe de erratas que molesta a los chicos de ciencias y que nos tachan de imprecisos

    1- el calambrazo no es cuantificable en voltios, pero si adjetivable en intensidad ya que su intensidad es proporcional a la cantidad de corriente (amperios)

    2- el calambrazo proviene de arreglar el portabombillas. El casquillo de la bombilla tiene poco que arreglar

    pido permiso para declarar una fe de erratas debido al caracter ateo trascendental del articulista que tanto nos gusta a las que somos creyentes y practicantes

    1- Las delicias del cielo quedan todas ellas eclipsadas ante la “delicia del cielo”: el rostro de dios. ¡Y créeme! todos nuestros artistas cristianos se han esforzado mucho por intentar representarlo

    Respuesta
  • el 28 febrero, 2012 a las 10:16 pm
    Permalink

    Acepto tus erratas si tú aceptas la mía: en aquel artículo me desmarcaba del ateo trascendental. El rostro de Dios… el mismo Santo Tomás reconoce que han de existir otros entretenimientos en el Cielo, como, por ejemplo, según él, divisar por un agujerillo los tormentos de los condenados -doctrina vigente de la iglesia católica.

    Respuesta
  • el 28 febrero, 2012 a las 10:44 pm
    Permalink

    Aceptado el canje y entono el mea culpa porque siempre he sabido que te desmarcabas del ateo trascendental. Así de puñetera soy

    Lo de Santo Tomás …. ese no era tipo de la cuerda de Aristóteles, que a su vez era de la cuerda de los proclamaban que las mujeres eran varones inferiores

    ¡Jo chico! … ¡con menuda pandilla me juntas!.

    ¿No hay dentro de mi querida iglesia católica un San Juan de Cruz, un Ignacio de Loyola, un Benedicto xvi con los que disfrutar un banquete celestial recreándonos en el rostro de dios?

    Pero no te olvides de que me interesa mucho lo de Bergson

    Respuesta
  • el 29 febrero, 2012 a las 11:35 am
    Permalink

    Pues lo siguiente: si los cuerpos que me rodean no son más que la acción posible de mi propio cuerpo sobre ellos, se acaba con la concepción cartesiana de una mente separada -sustancial- por un lado, y un entramado de objetos desligado de ella por el otro. O sea: la percepción es una primariamente una relación práctica, no un conocimiento de segunda categoría.

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *