A mí con esasColumnistasNovelaOpinión

La que nos espera (14)

Por Javier Lorenzo.

 

No gano para sorpresas. Estaba viendo la entrega de los Goya en la televisión cuando, de repente, me aferré al brazo de Roger y lo agité convulsivamente haciéndole derramar en parte el “dry martini” que me traía.

 

– ¡Mira Roger, mira! ¿No es ése el escritor Jorge Díaz?

 

– Me temo que no, señor –respondió tras unos segundos de auscultamiento visual, si tal cosa fuera posible-. Es Benito Zambrano, el director de cine.

 

– Oye, pues clavaditos, ¿eh? ¡Y mira, mira –chillé mientras volvía a agitarle, pero esta vez con el martini a salvo sobre mi mesa-¡ ¿Y ése no es el Lorenzo, el mismo que con tanta galanura nos presta esta columna?

 

– Ya quisiera él, señor, llamarse Antonio Banderas. Y discúlpeme, pero ¿hace cuánto que no visita usted al oculista?

 

– ¿Pero no les ves el parecido, como que tienen un aire?

 

– A este paso, el señor acabará jurándome que el que está ahí sentado es Antonio Gómez Rufo y no José Coronado.

 

– ¡Calla, felón arrebatacapas! Hay anuncios que no se olvidan.

 

– Pues menos mal, porque ya temía que llegara al extremo de decir que Salma Hayek le recordaba a Lucía Etxebarría.

 

– Sí, en los andares y en el perfil azteca. Pero olvídate de eso, Roger, y piensa por un segundo sobre lo que podrían decir al público estos u otros escritores tras recibir un premio. Un ejemplo sería más o menos así: “Dedico este premio a mí mismo, pues no tengo equipo que me ayude (en caso de que sí tenga equipo se lo callará porque para eso son sus “negros”). A mis amigos, con los que paso grandes ratos pero no me sirven para llenar páginas. A mi familia, que me aguanta aunque no me entiende. Y por último y muy especialmente, a los camareros que, a lo Cary Grant, me tienen a su cargo. A todos ellos, muchas gracias”. Y da para poco más, Roger. Tal vez puedas incluir a tu agente; sobre todo si a la vez es tu camello, como oí a un premiado literario hace ya unos años. O incluso a tu editora, si es que sigues creyendo en las hadas. Pero eso es todo, Roger. No hay ni punto de comparación.

 

– Me quiere usted decir entonces que los escritores no tienen “glamour”.

 

– No exactamente. Tampoco creo que tenga mucho “glamour” Santiago Segura y fíjate las que lía. Sin embargo, sí es cierto que los escritores no saben tocar una guitarra ni cantar ni bailar, no dan patadas a un balón, no son chistosos, no aparecen en la televisión –bueno, alguno sí, pero no sé si de verdad se les puede llamar escritores- y ni siquiera visten armanis, guccis o modestolombas. O sea, que ni su actividad llena estadios o congrega multitudes ni su apariencia es todo lo deseable que debiera. Y con esos mimbres pocas cestas se pueden hacer en estos días. Es decir, que el común de los mortales se queda antes con Elena Anaya o Eduardo Noriega que con, que con…. Que cada cual añada los nombres que quiera.

 

– Cierto es, señor, que hace tiempo que no veo a los poetas llenando teatros.

 

– El último, si no me equivoco, fue Rafael Alberti. Pero lo fue por motivos políticos o porque a su lado tenía un guitarrista que puso música a sus poemas. Los escritores son quienes dan las ideas que luego permiten soñar al mundo, pero estropean ese papel imprescindible con una actitud muy poco comercial y bastante salingueriana.

 

– Serán algunos, señor, que hay otros que muerden los micrófonos.

 

– Es por el afán de llegar a los demás, Roger, más que por vanidad o soberbia. Pero han escogido un mal camino para hacerlo. Hasta el grupo musical más pobre, hasta la película más cutre, reciben más atención mediática que el 99% de los escritores.

 

– Eso es porque no hacen calendarios desnudos o algo extremo, señor. Dalí llegó a Nueva York con un traje de moscas, por ejemplo, y recientemente…

 

– No me la vuelvas a mentar, Roger, por favor. Lo que nos faltaba, que me imagino a Pere Gimferrer usando un marcapáginas cual hoja de parra y me da un patatús.

 

– Ahora que lo dice, sí que es un trago, señor; lo admito.

 

– Tal vez por eso, las editoriales lo que buscan últimamente es gente guapa, Roger. Lo que escriban y cómo lo escriban les da un poco igual. Su objetivo es que se rompa de una vez el manido cliché del escritor como un tipo solitario y serio; un sujeto que parecería un sepulturero si se le ocurriera vestir esmoquin negro y que, para acabarla de arreglar, es feo a más no poder. No les culpo, la verdad. La imagen hoy lo es casi todo. Por eso, aunque pueda haber parecido lo contrario, admiro a quienes navegan en el océano de las letras al margen de esta tiranía conceptual, pero asumo que la mercadotecnia juega un papel cada vez más importante.

    

– O sea, señor, que si le compramos un buen traje al Lorenzo, le peinamos la coleta y le conseguimos una colaboración en un programa de máxima audiencia, lo mismo se recupera.

 

– Hombre, Roger, tampoco hay que pasarse. Hay cosas que no tienen remedio.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *