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Especial Javier Pérez Andujar: entrevista + reseña

Javier Pérez Andújar: «Pienso a golpe de intuiciones»

 

Entrevista por Daniel Ruiz.

Reseña por Juan Soto Ivars. 

 

Tres títulos han bastado a Javier Pérez Andújar para afianzarse como una de las voces más personales e interesantes de las letras españolas. En Paseos con mi madre, su tercer libro, editado, como los anteriores, por Tusquets, el escritor catalán recupera el tono y el universo intimista y biográfico que planteó en su primera novela, la brillante Los príncipes valientes. Al mismo tiempo, su última novela profundiza en la reflexión sobre la cultura popular, y la forma en que esta cultura nos construye como personas, sin duda uno de los motivos más recurrentes en la literatura de Pérez Andújar. Paseos con mi madre se lee como un hermoso canto a la memoria personal y a la historia familiar, que es una historia de esfuerzo obrero y de conciencia de extrarradio. El manifiesto de un escritor que se siente militante de la “Internacional de los bloques”.

 

 

Paseos con mi madre marca, en cierto modo, una continuidad estilística e intencional con respecto a Los príncipes valientes. ¿Por qué, en un momento determinado, te planteas la necesidad de recuperar esa voz, después de transitar por un camino bastante distinto en Todo lo que se llevó el diablo, tu segunda novela?

 

Bueno, respecto a esta pregunta es que la cuestión está planteada con una lógica falta de perspectiva o de distancia; porque en realidad no he tenido todavía ocasión de presentar mi proyecto literario al completo. Paseos con mi madre es el tercer libro dentro de Tusquets, y mi idea de carrera es ir alternando un libro de interiores con otro de asuntos exteriores, como fue el caso de Todo lo que se llevó el diablo. Por tanto, la siguiente novela toca fuera de la primera persona literaria. En realidad, el modelo lo he tomado de los Astérix, que más o menos iban alternando una aventura que ocurría en la aldea, como La hoz de oro, con otra que pasaba fuera de ella, como Los Godos. Supongo que así satisfago también mi pulsión de lector de libros de aventuras.

 

Uno de los principales logros de esta novela, como lo era también de Los príncipes valientes, es el empleo de una forma verbal futura para narrar y describir hechos pasados. ¿De qué manera llegas a asumir esta audacia?

 

Gracias por considerarlo una audacia; pero no era mi intención parecer audaz sino ser lírico. Creo que el futuro le da épica al texto y que el pasado le da nostalgia. Si utilizaba este último tiempo el libro se iba a desmoronar como un merengue medio a hacer. Pero este futuro llega al fraseo de una forma accidental, casi surrealista. Me di cuenta de que eso era lo que quería al empezar a escribir Los príncipes. Entonces me pasaba todo el día leyendo y repasando En busca del tiempo perdido, y quería encontrar un tono verbal que me sirviera. Leía mucho en francés para buscar fuera lo que tenía dentro, que es como se ven las cosas. Así, de repente, se me ocurrió probar con el futuro próximo francés, le futur proche: je vais aimer, y no lo traduje sino que lo calqué: yo voy a amar. Y así empecé: voy a leer los libros, voy a correr por las calles. Luego vi que esa forma repetida una y otra vez se hacía pesada y empecé a alternarla con el futuro simple de indicativo español: leeré, amaré… Con esta relojería empecé a escribir estos libros.

 

 “El autobús es el cine de quien no quiere quedarse a oscuras”. Tu literatura parece construirse en torno a símbolos, como el autobús, las tres chimeneas de la antigua central térmica o el río…

 

¿Sabes que he empezado a darme cuenta de eso hace muy poco? Pero es verdad que muchos escritores se rodean de símbolos y los adoptan como sistema metafórico y al final funcionan casi como amuletos. Baudelaire y Eugenio d’Ors tenían los ángeles, por ejemplo. En mi caso no son referentes metafísicos sino que la metafísica se la pongo yo a mis referentes para convertirlos en eso, en simbología. Claro, uno escribe sobre lo que le obsesiona, pero lo maravilloso es que lo que a uno le obsesiona no es lo que le preocupa. La obsesión es algo más profundo, que se ha quedado ahí debajo desde que eres pequeño y que ni siquiera te molesta. La obsesión, el deseo, todo eso que sabían los surrealistas.

 

En la página 48, el narrador confiesa que su forma de pensamiento es esencialmente metafórica, analógica. “La analogía es la tecnología con que funcionan los sueños, la maquinaria profunda del inconsciente”. Es una declaración explícita de tu querencia (y habilidad) por esta figura. Flaubert dejó escrito en una de sus cartas que los símiles le devoraban como si tuviera piojos. En ocasiones da la impresión de que a ti te ocurra algo parecido con las metáforas. ¿Cómo se contienen, cuál es el criterio para dejar que entren o cortarles el paso antes de que invadan el papel?

 

No sé. Es como no ser pesado en una visita. Tienes que darte cuenta, que saber cuando empiezas a rallar. Lo fundamental es que lo que se te ocurre no te guste a ti sino que le guste al texto. Tienes que borrar cosas, ideas, adjetivos, metáforas, visiones, y al principio te duele como si te arrancaras una muela. Pero en el fondo hay que saber que la humanidad funciona perfectamente sin tus ocurrencias, así que puedes ir tachando tranquilamente que no pasa nada.

 

En cuanto a la estructura de los capítulos, la sensación es parecida a la de un cuerpo mecido por una suave corriente. No parece haber estructura, sino una especie de flujo de conciencia muy musical, donde es posible terminar muy lejos de donde se comenzó, incluso con saltos y digresiones alejados del planteamiento inicial. ¿Cómo es el trabajo sobre el esqueleto del texto? ¿Cuentas con esquemas o borradores previos? ¿Cómo te enfrentas a ese trabajo?

 

Pero hay una estructura profunda, que es la misma que la de Los príncipes. Es la del teatro del barroco. Estos dos libros los he escrito sobre esa armazón. Son cuatro actos, al final del tercero está el clímax (en los Paseos es la vuelta al barrio en el Mercedes de Manolo Escobar). Y en el último acto la anagnórisis. El reconocimiento y el encuentro de los personajes. Tengo muy claro este mecanismo y escribo directamente sobre él. No hago borradores, ni esquemas, ni gráficos, ni esqueletos. Voy escribiendo cada día, de una manera casi urgente. Por las mañanas iba a los barrios que aparecen, Ciudad Meridiana, San Cosme, y por la tarde los escribía. Luego, sí. Al día siguiente corrijo todo lo escrito, y después de unas cuantas horas de corrección me pongo a escribir lo nuevo. Y así sin parar durante cuatro o cinco meses, hasta que acabo el libro.

 

Hablando de esqueletos, en un momento determinado el narrador compara el siglo XIX con un esqueleto de ballena, el gran emblema de ese siglo. Aunque todavía llevamos poco tiempo en él, ya ha dado señales de su fuerte carácter. ¿Qué se te ocurre como emblema de este siglo XXI?

 

Un montón de dinero, que visto en perspectiva parece un montón de mierda.

 

Tienes palabras de elogio para Marsé, para Mendoza, para Vázquez Montalbán, para Casavella. Escritores que han escrito mucho a Barcelona, una ciudad que no se puede quejar precisamente de maltrato por parte de la ficción literaria. Tu aportación es la del extrarradio. ¿Con qué te quedas de la Barcelona de cada uno de ellos?

 

Es que es prácticamente la misma Barcelona. Cada cual la pasea a su manera, pero todos ellos escriben la Barcelona más viva y callejera. Mendoza incluso la busca en el tiempo, en la historia. Pero estamos en la misma. Lo único que he hecho ha sido andar un par de calles en mi dirección.

 

Tu novela es un canto de amor pero también de odio hacia Barcelona, hacia la Barcelona del casco antiguo donde sigue imponiéndose el apellido y el pedigrí de las grandes familias. “Antes que sentirme de ningún país, de ninguna patria o nación, voy a pertenecer a la internacional de los bloques”. Late en todo el texto una conciencia de clase obrera asociada a la cultura del extrarradio, de los barrios, de la periferia, frente al clasismo imperante en los centros históricos. ¿No crees que fenómenos como la penetración en los cascos históricos de grandes bolsas de inmigración (El Raval en Barcelona, Lavapiés en Madrid…) o como la asimilación en nuestras ciudades  de la cultura del suburbio norteamericano –las ciudades dormitorio- están contribuyendo a atenuar esa percepción del extrarradio como el gran nicho urbano obrero?

 

Bueno, tampoco es odio. Puedo estar en lucha de clases. De hecho lo estoy históricamente, pero no odio al capital. La verdad es que me da lo mismo. Yo sé lo que tengo que hacer, bueno, lo que tengo que escribir. Quiero decir, que lo hago para mí, para los míos, y ya está. No odio a las clases dominantes, ni a los mercados, ni nada de eso. Sólo deseo que cambien las tornas por una cuestión de justicia. La otra parte de la pregunta, lo de la inmigración en los cascos antiguos de las ciudades… Claro, en Barcelona el barrio chino siempre ha sido el culo del mundo. Una bolsa de miseria. Así que no creo que ahora haya cambiado mucho el paisaje con la nueva forma de miseria. En Barcelona no hay cambios, hay recambios.

 

 

En Paseos con mi madre también rindes cuentas con tu familia. Es un homenaje a la condición humilde, a la tradición obrera, familiar sobre la que se construye, parece, tu historia familiar. Al hablar de la cazadora negra que el narrador recibe como herencia de su padre, se afirma: “Se pertenece antes a una chaqueta que a una patria o a una clase”. Hay mucha información en esa frase: la pertenencia a un sentimiento, a una evocación, a la memoria, antes que al espacio… 

 

Sobre todo es un gesto chamánico. Me pongo la cazadora es de cuero, de piel, y me pongo la piel de mi padre muerto.

 

“Los hombres desaparecen amontonados unos encima de otros y aparecen convertidos en calles, y luego las calles desaparecen también unas encima de otras, y se convierten en substrato o en arqueología”. Este pensamiento esconde todo un posicionamiento teórico en torno a la forma en que la cultura muta y está en constante evolución y desintegración. Bajo este planteamiento, ¿qué definición de “cultura” te parece la más adecuada?

 

Es que yo no tengo un pensamiento teórico, lo que creo que tengo es un pensamiento lírico. Pienso a golpe de intuiciones, si a eso se le puede llamar pensar. Un adjetivo que aparece por casualidad en un libro, en un poema, puede hacerme cambiar de una idea a su contraria porque veo que ese adjetivo tiene razón. Pero, en fin, la definición de cultura que me parece más adecuada, es: todo aquello que hace la gente y no es susceptible de ser subvencionado.

 

Al hablar de tu literatura hay que recurrir ineludiblemente a lo popular. La reflexión sobre la cultura popular como aquella que realmente nos construye y determina nuestro carácter es sin duda uno de los grandes motivos que atraviesan transversalmente tus tres novelas. Has afirmado que le debes mucho a la televisión, y tu territorio creativo bebe de los cómics, del cine, de las formas masivas de entretenimiento. Pero entrando en lo estrictamente literario, ¿cuáles son tus grandes modelos o referencias en la integración de lo popular en la literatura?   

 

La generación de Vázquez Montalbán, Marsé, Maruja Torres, el Perich… Fueron los que montaron, por ejemplo, la revista Por Favor, de humor político. Hablaban todo el rato de películas, fútbol, libros, canciones, de whiskys… Y luego todo eso está también integrado en la obra particular de cada uno de ellos. En Madrid, tengo que citar a Umbral, que escribía igualmente sobre lo que pasaba en la calle, hacía artículos sobre los zapatos rejilla, se fotografiaba con la barra de pan debajo del brazo y trabajaba con el habla madrileña más callejera.

 

Discurres por un territorio literario bastante inusual en nuestras letras, al menos en las más recientes. ¿En qué autores actuales encuentras algún elemento reconocible, algún reflejo?

 

Fernando Royuela tiene una novelística de la que me siento hermano. Y de Grace Morales (aunque tenemos una edad similar) me siento hijo; de sus escritos en Mondo Brutto he aprendido que lo principal no es el estilo sino la actitud. He tomado mucho también del poeta Roger Wolfe, de su poesía y de sus libros en prosa. Todo el periodismo de Jordi Costa también es decisivo en mi formación literaria.

 

Eres un gran amante de la cultura popular y de los géneros. Sin embargo, con la salvedad de tu segunda novela (que en cierto modo, también era un canto a la memoria), toda tu literatura discurre por la senda de la evocación, con marcados tintes autobiográficos. ¿Te planteas escribir ficción?

 

No lo sé. Para mí todo es ficción. Si lo escribo es que no existe. Lo que pasa en la calle no son un montón de letras sino un montón de gente. Si cuando escribes dudas delante de un adjetivo es que te lo estás inventando todo, que estás haciendo literatura. Y en eso ando.

 

Tu literatura asume un claro posicionamiento ideológico, pero desde una perspectiva más bien esteticista. Se podría decir que abordas lo ético desde una perspectiva estética. Empieza a percibirse en nuestra literatura cierto auge de la literatura social o que fija posicionamientos ideológicos –Reig, Gopegui, Rosa…- que durante un tiempo estuvieron algo fuera de nuestras letras, más obsesionadas con el juego, lo lúdico, el hipertexto. ¿Crees en la literatura de preocupaciones sociales o políticas?

 

La verdad es que lo del posicionamiento ideológico no me preocupa demasiado. Yo escribo de lo que soy, de lo que estoy hecho, de lo que tengo… Es tan sencillo como eso. Ideológicamente estoy a mi propia izquierda.

 

Muchas gracias.

 

A ti, compañero.

 

Origen: Barcelona. Próxima estación: Plutón

 

 

Paseos con mi madre, Javier Pérez Andújar. Tusquets Editores, Barcelona, 2011, 15 €, 184 páginas. 

 

En tiempos de Homero se hacían las Odiseas viajando por el mar y, al volver, Itaca decepcionaba, como canta Krahe. Ahora basta con ir a la periferia de la ciudad para estar muy lejos de todo. Paseos con mi madre es un libro de viajes que, si los anaqueles fueran un orden justo y razonado de los libros, estaría separado de las guías de viaje para turistas por otras guías escritas por Dante y sus infiernos, por Moro y su país flotante que nunca existirá. Como Dante, Javier Pérez Andújar viaja a pocos kilómetros de Barcelona dando vueltas, a los infiernos concéntricos llamados casi mitológicamente extrarradio en cualquier compendio de urbanismo. Extrarradio por rastrero, por radiactivo, hecho de huesos como las radiografías, extrarradio ultraterreno que representa, en Barcelona y la mayor parte de las ciudades, un universo más alejado del centro de lo que lo está Barcelona de Calcuta.

 

«Estaba yo más cerca de los pisos dela M30 de Madrid, o de los bloques checoslovacos de Pan Tau, o de las canastas de baloncesto y de las vallas metálicas de Harlem que se veían en el cine, estaba más cerca yo de todo aquel callejeo tan distante que del Paseo de Gràcia o de cualquier otra calle del centro de Barcelona.»

 

No tenía la menor idea de que Pérez Andújar existía hasta que un día, en la librería Pequod de Gràcia, se acercó a Pere y a mí para preguntar de qué libro estábamos hablando, y como estábamos hablando del mío, lo compró. Cuando se fue, me dijo Pere que este hombre escribía, y así me compré yo Paseos con mi madre. En algunos intercambios salimos ganando, aunque en el libro de Pérez Andújar se hable precisamente de los que siempre pierden y han perdido. Ya que mi forma de conocer a Pérez Andújar fue a la inversa, a la inversa se habla también de Barcelona en su libro: desde el subsuelo que, en lugar de sumergido bajo los pies de la ciudad, se halla desparramado a sus afueras «como si hubiera volcado un cubo de agua.» Porque al contrario que en la Romadel siglo XVIII, en nuestras ciudades encontramos ruinas extendiéndonos y no profundizando.

 

«Barcelona es una gran pensión donde los dueños no ponen de comer.»

 

Hablar del estilo de este libro es traicionarlo. Este libro se lee con los ojos, rejuvenece la mirada aunque según su autor leer sea un acto de envejecimiento. Su pluma vuela alto, a la altura justa de sus metáforas que saltan por encima de las de otros libros que uno encuentra. Pero sin esnobismo: el escritor, al contrario que el rockero, traiciona a los pobres, que necesitan pan y no palabras. Merece el perdón Pérez Andújar porque el escritor es, como demuestra este libro, el único puente entre dos universos tan alejados uno de otro como el centro del extrarradio. Este libro es como un largo viaje de autobús cargado de trabajadores que vuelven de la obra a la casa necesitada de obras.

 

«Y en el asiento de atrás, una chavalilla con trenzas y ropa de colores, que se ha querido vestir como de hippy sin tener todavía la ropa necesaria (todavía es siempre sinónimo de dinero), también leyendo un libro.»

 

Cuando aparece una voz nueva como ésta (nueva para mí, que no he leído todavía sus otros dos libros ni conocía sus crónicas en El País) hay que ser gilipollas para buscar comparaciones y acabar diciendo, como se dice siempre del que escribe bien en español, que recuerda a Umbral. Pero ¿dónde coloco yo ahora este libro en mi modesta estantería? Bueno, Pérez Andújar está muy lejos de la pedantería de Vila Matas y de sus preocupaciones del centro de Barcelona o del Ensanche. Está muy lejos de la abochornante Barcelona de Zafón y sus cafés con leche condensada. Está a kilómetros del bar Manchester y sus posmodernos pobladores enfrascados en la burbuja del gintonic literario: Pérez Andújar se halla varado en la cerveza de los bajos fondos. 

 

«Va a ser leyendo los Escritos corsarios de Pasolini, leyendo Los empleados de Kracauer, la manera en que vaya politizándome. Más que adscrito a una corriente o a una ideología, permaneceré fiel a un sentimiento. Seré antes de un puñado de libros que de un partido.»

 

Todo lo que dice Pérez Andújar es verdad. Las placas de los nombres de las calles vuelan como octavillas llenas de historia, el cemento se resiente de aluminosis articulando una queja que se entiende, y dando bandazos de un barrio a otro, de un mundo a otro, enhebra en los paseos con su madre o con el pintor Toni Disco el retrato sin voz de extramuros. Y siempre dice cuántas personas viven en según qué barrio, como si quisiera salvarlas del tren que lleva a los pobres al campo de concentración del olvido. Porque los libros de historia son como el centro de las ciudades.

 

«Se anda como se escribe.»

 

Por eso más que un libro de viajes tenemos en las manos un libro de paseos. Observador de todo y desafiando al tiempo y al espacio, Pérez Andújar hablará así de las cosas que pasaron como si esas cosas estuvieran a punto de volver a pasar. El uso del tiempo verbal es un hábil giro de la gramática, que recuerda a la catalana «vaig cantar», que suena a «voy a cantar» y así está escrito en el libro, pero que en catalán habla de pasado y en español de futuro. Eso es, ahora que lo pienso, el significado de paseo si estamos hablando de escritura. Paseo también de voces en la voz narrativa del autor, que deja colarse las voces locales que se nos cuelan cuando leemos en el autobús pero también las de una cultura de filólogo de la lengua viviente. Todas las voces pasan por las páginas como las aguas contaminadas del río Besós en esta torrentera de literatura caudalosa.

 

«Donde terminan los edificios de Sant Cosme se extiende un descampado como si ya no valiera la pena seguir habitando el mundo.»

 

 

5 thoughts on “Especial Javier Pérez Andujar: entrevista + reseña

  • «Los principes valientes» no fue su primera novela. Por favor, infórmese.

    Respuesta
  • Perez Andujar y Vila-Matas son muy buenos amigos. Esto demuestra lo corto que eres.

    Respuesta
  • BC, serán buenos amigos, pero su literatura es bastante lejana. ¿Cuántos personajes de Vila Matas trabajan?

    Respuesta
  • «Los príncipes valientes» sí es su primera novela.

    Respuesta
  • Lo único cierto de todo esto es que me peleé contra los bloques como el Quijote contra los molinos. Con el mismo fanatismo, con la misma equivocación.

    Respuesta

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