Escribir: entre la quimera y la indignidad
Por Luis Muñoz Díez.
Vaya por delante que esta columna está dedicada a todos los
creadores, a los cineastas y en especial a los escritores.
En nuestra cartelera de CulturamasCine del 27 de enero, nuestro jefe de sección Alejandro Contreras escribía:
«La pasada semana se triplicaron los datos de taquilla en Estados Unidos, apuntando algunos analistas a que la desaparición de Megaupload pueda estar detrás de estos abultados resultados. Aquí en España la recaudación fue un 18% inferior a la de la misma semana en el 2011, con lo cual el “efecto Megaupload” por ahora no ha afectado en nuestro país»
No entro a valorar una noticia tan manipulada que nadie creyó, pero dio pie a ser tema de conversación en las esperas para realizar entrevistas, entre sorbo y sorbo de café y al salir de los pases de prensa, de los que nos movemos alrededor del cine, y de algún modo todos estábamos de acuerdo en que si alguna repercusión tendría en España la desaparición de Megaupload sería que se engrosarían los ingresos de los manteros.
Sé que lo que voy a escribir no va a ser del gusto de todos, y casi por eso, en medio de la tormenta de la «ley Sinde», dimitió Alex de La Iglesia como Presidente de la Academia de Cine, pensó, e hizo bien, como las folklóricas, que él se debía a su público y que esa patata caliente la despellejasen otros. Aún no sabía lo antojadizo que puede ser el público y que su película La chispa de la vida (2011), una invitación a recuperar la dignidad, iba a ser flor de un fin de semana en taquilla.
Se ha armado una alboroto contra la «ley Sinde», que yo no voy a defender, porque mi alma anarquista me lo impide, pero discute sin tregua con las razones de peso de que a los que hacen la cultura hay que pagarlos, porque también comen. Un alboroto, el causado con la dicha ley, que en proporción ha sido mayor a la indignación que suscitan otras privaciones sociales de mayor calado, y no se han vigilado ni cercado domicilios de políticos, ni de los agentes sociales que las negocian.
Creemos que la cultura tiene que ser gratis, y aquí está el error de principio, y se lo quiero argumentar antes de que se enfaden más conmigo. La educación es la que debe de ser pública y subvencionada, porque si las personas reciben una educación correcta son ellas las que van a demandar cultura, y ahí, sí cabe, una ayuda para que la cultura sea asequible, pero ¿por qué se le pide al creador que trabaje gratis?, ¿por qué están hechas las leyes para que la familia Alba o Medinaceli conserven sus inmuebles desde el Medievo y como cualquier hijo de vecino pueda dejar sus macetas y el loro a sus descendientes sin límite, mientras que cualquier creador pierde el derecho de su obra a los cien años, y no pasa a ningún fondo común ni a la tutela del Estado como bien social, sino que puede ser publicado, adaptado o pisoteado por un gestor que no lo va a dar gratis, lo va a vender en forma de libro o de película?
Toda pretensión anterior del consumidor es legítima, porque las descargas hasta ahora han sido gratis y ¿por qué perder semejante chollo?, pero a un sector ya desprotegido de por sí le está haciendo daño, porque los hay que no pierden nunca. Yo invito al consumidor a informarse y a ponerse en el pellejo del escritor, del cineasta y del resto de personas que pertenecen al engranaje que hace posible una película, en donde están representados todos los oficios, y verá lo jodida que es su situación.
¿Por qué alguien siente inclinación por el cine, el arte o la escritura, y otros sólo pretenden su pan, el sexo y la fiesta en paz? Nadie lo sabe, e igual los familiares, al menor síntoma, deberían poner al sujeto en manos de un profesional de la psiquiatría, pero no se hace, o en mi caso no lo hicieron, y se va alimentando la quimera.
Todos los creadores juegan con algo que no es material, pero que todos sabemos que existe, y es el ego, y en su mejor acepción la autoestima, tan necesaria para vivir. He hecho muchas entrevistas a escritores, actores, creadores plásticos, cineastas… y cuando se les pregunta ¿cuál es la profunda motivación que le mueve? Suele repetir esta respuesta: «el deseo de ser queridos», y ese amor que pretenden en contados casos lo consiguen, y esa desazón que les encamina de una forma unívoca a la gloria les conduce, en el mayor de los casos, a llevar una vida calamitosa, tanto en lo abstracto, como en lo material. Unas veces, en lo material, cuentan con alguien con pretensiones más terrenas que les sustenta, o los más valientes sobreviven del sablazo puro y duro, pero la sed de ver su letra negra sobre blanco o dicha por un actor desde una pantalla no se sacia con tanta facilidad.
La profesión del escritor, del cineasta, del actor es afanosa y cruel. Se cuestiona a veces si el sexo nos proporciona, y no hablo del sexo conyugal confortable y sin riesgo, un placer proporcional a la ansiedad y trabajo que nos lleva procurárnoslo, y la respuesta es que sí si lo comparamos con la ansiedad y la negra miseria del creador, una ansiedad que le lleva a lucubraciones incesantes: si vende libros porque no le dan los premios, si le dan los premios porque nadie ve sus películas, y eso en el mejor de los casos, porque también puede ocurrir que ni venda ni sea reconocido.
Los directores necesitan un soporte muy potente para mostrar su talento, y el sólo hecho de rodar es ya estar entre los elegidos. Hasta ahora había un perfil de director medio que dirigía con regularidad y sus películas tenían aceptación, y le permitía decir «soy director de cine». Hoy, la mayoría subsiste gracias al dinero que mueve la publicidad, y los proyectos cada vez son más complicados de levantar, y quien lo consigue se juega en un fin de semana el todo por el todo. Este año 2012, sin ir más lejos, ninguna de las tres apuestas fuertes de películas españolas ha contado con el favor del público, y eran material para DVD y para pase televisivo mientras estaban aún los anuncios en las marquesinas de los autobuses. Nombro a los directores como cabeza de león, pero está miseria la asume toda una profesión, del operador jefe al claqueta.
Los actores son seres muy delicados, porque es su propia carne y sus emociones lo que venden, y un tiempo de silencio les puede llevar a no volver a trabajar. Yo conocí una escritora y empresaria de teatro que me decía con claridad y total conocimiento de la realidad: «Los actores son los únicos profesionales a los que no les pagas y si les vuelves a llamar vuelven a trabajar contigo». Hace ya años que oí estas palabras, que no por crueles eran inciertas, pero en mi orgullosa juventud nos las creí.
La realidad que expresaba esta señora para los actores hoy es aplicable a todo el escalafón, pero si hay profesión a la que se chulea tanto como a los actores esa es la de escritor. La palabra escrita es el primer pilar para cualquier proyecto cinematográfico e imprescindible para que alguna vez se realice, los plazos son eternos y en el mayor de los casos se quedan los guiones en un cajón y con él años de trabajo e ilusiones. En la calle se ningunea al escritor y cualquiera te dice cargado de razón que si escribiera su historia sería un bestseller, pero eso también ocurre a veces en los despachos, yo me he topado con productores que cuando te ofrecen un proyecto te lo pintan tan fácil que incluso te dicen que si dispusieran de tiempo lo escribirían ellos mismos, pero no, te han llamado a ti porque te sobra el tiempo y debes estar agradecido. Harás un desarrollo, una sinopsis, trazarás los personajes, construirás la mimbrería de la trama, darás vida a otros personajes secundarios para que dé pie al diálogo y así se entienda su historia, situándolos en un entorno, aunque sea Marte si la historia lo requiere, para que sea creíble.
El proceso se acaba, presentas el guión, que en principio gusta y empieza a rodar por despachos de coproductores, actores, administraciones… y el tiempo pasa, los días, los meses y a veces los años, vendrán las modificaciones del guión para conseguir ayudas de determinadas comunidades o para que se adapte al actor o actriz de más o menos edad.
Si la película finalmente se rueda serás un elegido, y si se estrena no pisarás la alfombra roja. Eso queda para el director y los actores, pero habrás logrado cobrar el guión, que si divides en tiempo y horas saldrá a un precio muy asequible, y si la película no se rueda compartirás la frustración y el desencanto con el director, el productor, los actores, pero serás el único que habrás dejado el trabajo acabado y no cobrarás.
En la travesía del desierto, en donde se ve poca luz, entre proyecto y proyecto, siempre hay un buen samaritano que barre para su casa y te dice “como ahora no trabajas puedes hacerme unos artículos”. Así se sigue moviendo tu nombre, y caes, y los haces mientras convives con el miedo a que no te vuelvan a llamar. O te llama alguien con nombre, al que le han abandonado las musas, para hagas un trabajo que tu escribes y él firma. Como este trabajo si que te lo pagan, aceptas, yo lo he hecho muchas veces.
Esta columna está escrita para reivindicar un oficio que merece ser pagado, tanto por el que lo contrata como por el que lo consume. A ningún profesional de otro sector cuando no trabaja se le invita a trabajar gratis, brindándole la oferta como si de un favor se tratara y que cae en lo indecente, pero está legalizado y normalizado porque el escritor accede, y ya se le avisa «si no lo haces tú lo hará otro».
Se cuenta una anécdota protagonizada por la que para mí es una de las voces rotas que mejor siente cuando canta a García Calvo, a Alfredo Jiménez o Sabina, y es María Jiménez. A los postres de una cena, un eminente cirujano, le instaba, creyéndose con todo el derecho y sin mostrar ningún respeto, a que cantara, ante la insistencia María le preguntó «va a realizar a los postres, usted, alguna operación a corazón abierto». El cirujano, descolocado, contestó que por supuesto que no, y ella dijo «pues yo tampoco canto porque no me sale del coño».
Por supuesto, si es cierta la anécdota, y yo la creo, sólo se puede permitir semejante contestación una mujer con tanto poderío y de tanta de raza como María, pero es un símbolo y da que pensar: no se puede estar eternamente agradecido ni vivir de rodillas.
Cuánta razón tiene este artículo. Yo mismo soy escritor, llevo en este oficio más de 12 años y vivo entre la miseria y el vilipendio social. Harto de escuchar frases al estilo de “búscate un trabajo de verdad”, “los escritores son personas ricas que se aburren y no tienen otra cosa que hacer”, “si escribir libros es muy fácil, ¿Por qué hay que pagar a alguien por escribir?”, “los escritores en realidad son unos vagos” y demás estupideces. Por si fuera bastante difícil la vida del escritor, se le añade el escarnio y la burla de mucha parte no sólo de la sociedad sino también de estamentos políticos. ¿Qué pasa, que los escritores, como los pintores, escultores, cineastas… no comen también garbanzos? Todo el mundo quiere leer libros, cómics, mangas, revistas, periódicos, ver películas con buenos guiones… pues señores, para que todo eso exista deben existir a su vez personas que sacrifican su vida y su cordura en aras de escribir y transmitir historias; y esas personas comen y tienen necesidades básicas que cubrir como el resto de mortales.