Dos mujeres grandes. Iolanta/Persephone en el Teatro Real
@CGdlV
La atípica sesión que ha ofrecido este mes de enero el Teatro Real rompe con el habitual esquema de una noche en la ópera y permite un viaje musical con muchas escalas tanto a nivel emocional como estético en contraposición a las monografías habituales de este tipo de veladas. Con el sólo hilo conductor de la voluntad de un director de escena tan reconocible como Peter Sellars, esta nueva coproducción del teatro madrileño y el Bolshoi de Moscú nos acerca a dos piezas breves y prácticamente desconocidas de dos de los compositores rusos más relevantes de la historia de la música.
Se encarga José Manuel Viana de recordarnos en el programa de mano, editado por el departamento de publicaciones del Teatro Real, la admiración que Stravinsky sentía por Chaikovsky y cómo a lo largo de su carrera trabajó por deseo propio o por encargo ajeno con materiales del autor de El Cascanueces. Sin embargo a la hora de presentar estas dos obras consecutivamente, no encontramos más nexo estético común que el que impone la visión desnuda, basada en la luminosidad cambiante y en la gestualidad y excelencia del coro Intermezzo que propone Peter Sellars en colaboración con el figurinista Martin Pakledinaz y el escenógrafo George Tsypin. Eso y que ambas piezas musicales para teatro -no se puede llamar ópera a la de Stravinsky- están basadas, narrativamente, en dos personajes femeninos de fuerza descomunal y casi sobrehumana: la de Iolanta, una ciega que vuelve a ver gracias a su tesón y la de Perséfone, perpetuamente errante entre el mundo de los vivos y los muertos por propia voluntad.
En ambos personajes descansa el centro argumental y emocional de ambas piezas, y sin embargo ninguna de ellas son las protagonistas musicales. Por un lado la intervención de Iolanta -intrepretada impecablemente en la representación a la que asistí por Ekaterina Scherbachenko- es relativamente discreta respecto al resto de personajes, y por otro el personaje de Perséfone está ideado para una actriz ya que su parte está conformada exclusivamente por verso. Son el resto de los personajes, y sobre todo la intervención del coro los que apuntalan musicalmente el devenir del triunfo de estas dos heroínas. Y digo heroínas aún sabiendo que de alguna manera ambas parecen ser sólo personajes que aceptan su destino y se adaptan a él de la forma más decente posible. Quizá ahí resida su grandeza, no tanto en la capacidad de acción, sino en la capacidad de reacción ante la adversidad -e incluso la buena suerte-.
El escenario está desnudo, con la caja escénica desmontada, y sólo unos paneles pintados al fondo que simulan el paso de la noche al día con sus correspondientes amanecer y crepúsculo. En mitad de la escena cuatro dinteles jalonados por piezas escultóricas casi abstractas, es de todo de lo que se vale Sellars para armar estos argumentos como si de fábulas se tratasen. De eso, y de una especie de estatismo y movimientos orgánicos del coro y resto de personajes que más que reforzar, desleen el significado del abundante texto que están cantando.
De aquí en adelante todo son diferencias estéticas en ambas obras. Mientras que Iolanta es de un lirismo arrebatador en cada una de sus melodías, Persephone resulta prístino y naif en su forma de armar el material melódico y armónico. Mientras que en Iolanta el canto es protagonista absoluto de la pieza, en Perséphone el recitado de verso libre es sobre lo que descansa la acción. Donde en Iolanta el romanticismo musical ilustra una especia de amor cortés enrevesado de inspiración medieval, en Perséfone es un neoclasicismo más nuevo que clásico el que ilustra un episodio de la mitología clásica a través de la lente simbolista y amanerada de la poesía de Guidé.
Hay otro nexo de unión en estas dos piezas. Se trata de Ida Rubinstein, Stravinsky y Diaguilev con sus Ballets Rusos que en algún momento además de encargar obras nuevas, también se propusieron recuperar a Chaikovsky, y que ponen de manifiesto, una vez más, que los grandes hitos de la historia de las artes parten siempre de la unión de genios que, como proteínas actuando en un cultivo, generan belleza que alimenta ya para siempre a la humanidad. A propósito de esta idea de epicentros de creación, el 13 de febrero se inauguró en el CaixaForum del Paseo del Prado una exposición dedicada a estos Ballets Rusos, que promete ser muy interesante, y que viene a ser consecuencia y causa de las dos piezas de esta crónica.
La grandezade una gran bailarina esta en hacer sentir sus pasos como una ave humana sin nisiquiera tocar con firmeza el piso,es estar casi suspedida enelaire solo ella sabe lo q siente felicitaciones