Katmandú, un espejo en el cielo (2011) de Icíar Bollaín
Por Nacho Cabana.
Generalmente, cuando se habla de los superiores presupuestos que maneja el cine estadounidense respecto al español se piensa inmediatamente en efectos especiales, estrellas y, a lo sumo, días de rodaje. Pero poder gastarse más dinero repercute en una película de muchas formas. Por ejemplo, en su último film Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres (2011), David Fincher se permite alquilar una discoteca y llenarla de figurantes para filmar dos secuencias que sumadas apenas suponen un minuto en pantalla. Son detalles que añaden un valor añadido a la producción e influyen inequívocamente en la percepción que tiene el espectador de lo que le dan a cambio de su entrada.
Lamentablemente, para muchos productores españoles rodar una película fuera de Madrid o Barcelona es algo casi implanteable. Es más, lo ideal es hacerlo dentro de un apartamento y con pocos personajes. Sólo por eso hay que darle la bienvenida a una película como Katmandú, un espejo en el cielo (2011), rodada (y se nota) prácticamente en su integridad en localizaciones reales de Nepal. La cámara de Bollaín y de su director de fotografía, Antonio Riestra, están en todo momento atentos a sacar el máximo partido posible tanto a los sobrecogedores paisajes como al realismo de las casas y escuelas en las que se desarrolla la peripecia de Vicky, una mochilera que llegó a la ciudad del título como turista y se quedó para siempre.
Katmandú, un espejo en el cielo (2011) adapta el libro autobiográfico Una maestra en Katmandú de Victoria Subirana (o Vicky Sherpa) y supone para la directora de Flores de otro mundo (1999) la superación del bache narrativo que supuso su anterior incursión en el mundo de la cooperación internacional, la pretenciosa y fallida También la lluvia (2010). En el estreno que nos ocupa, el tándem Bollaín-Laverty evita (afortunadamente) poner en imágenes el proceso de toma de conciencia por parte de un occidental de la dura realidad de los desfavorecidos del planeta para centrar su atención en el descubrimiento de una realidad cotidiana muy distinta no sólo a la existente en España sino también de la (presumiblemente) imaginada por el personaje protagonista antes de partir hacia Asia Meridional. Nos evitamos de esta forma secuencias tan bochornosas como aquella que provocaba la repentina solidaridad del personaje de Luis Tosar con los indígenas bolivianos en También la lluvia (2010) para centrarnos en algo mucho más realista, el estupor de la turista devenida en maestra ante los retos que se encuentra en su nueva vida.
Cuando uno ha vivido tiempo suficiente en el extranjero se da cuenta de que hay muchas cosas diferentes en el día a día de las personas, tanto en lo referente a la forma en que el poder, en cualquiera de sus formas, se relaciona con sus dominados como la escala de valores y los comportamientos de éstos.
Y en este contraste basa Katmandú… su dinámica narrativa aderezándola con una creíble y clásica historia de amor interracial que empieza siendo una mera cuestión de convivencia y acaba siendo una razón para convertirse definitivamente en expatriado tan fuerte como enseñar a leer y a escribir a unos niños cuyos padres necesitan ponerles a trabajar cuanto antes.
Hay en la cinta algunas secuencias que dejan entrever la película de aventuras que podía haber sido (la visita al burdel en busca de la niña secuestrada, el viaje por las montañas) aunque Laverty no se permite desviarse un milímetro del tono ejemplarizante con el que se afana en impregnar, al menos de un tiempo a esta parte, todos sus guiones. Y es ese tono involuntariamente ingenuo el que impide que la película levante el vuelo necesario. Para que el personaje de Vicky y su historia fueran más complejos y, sí, humanos el guionista tendría que incluir algunas zonas de sombra en el comportamiento de sus héroes… Sombras que paradójicamente existen en la historia real (basta con buscar en Google las polémicas surgidas entre Vicky y su ya exmarido a partir de la ONG fundada por la primera) y que hubieran servido para darle volumen al conjunto. Algo que Bollaín supo hacer muy bien en la que hasta ahora sigue siendo su mejor película Te doy mis ojos (2003) con unos personajes, los del maltratador y la maltratada, a priori mucho más difícil de perfilar y matizar que el de la bienintencionada cooperante que nos ocupa y su amante.
Mención aparte merece el extraordinario trabajo realizado por Verónica Echegui que carga sobre sus espaldas con todo el peso de la película. Ella es prácticamente la única actriz profesional del reparto y eso quiere decir que no tiene otro actor o actriz en el que apoyarse en las secuencias más difíciles sino que son los demás elementos del casting los que se apoyan en su interpretación, reto que la actriz supera con creces obteniendo como recompensa su ansiado rol post-Juani.
No sé si alguien filmó el “making of” de la película, pero de existir, probablemente sea tan apasionante como la propia aventura existencial de Vicky Sherpa. Esperaremos, pues, a la edición en DVD a ver si hay suerte…
Katmandú, un espejo en el cielo (2011) se estrenó en España el pasado 3 de febrero de 2012.