Después del documental: Docs Barcelona 2012
Por Nacho Cabana.
Lo mejor de Docs Barcelona ha tenido lugar, sin duda, cuando las proyecciones finalizaban, las luces de la sala se encendían y un público entregado, inteligente en sus preguntas y bastante más versado en inglés de lo acostumbrado tuvo la oportunidad de hablar cara a cara con los responsables del largometraje proyectado. Esta es la mejor, quizás la única realmente útil, forma de establecer un coloquio entre los directores implicados y su audiencia. Una fórmula que Documenta Madrid usaba en sus inicios pero que acabó siendo sustituida por unos desangelados coloquios colectivos al día siguiente de la proyección debido a los retrasos que iban acumulando las sesiones y los cabreos del personal de sala al que poco le importan los años invertidos por un equipo en hacer un documental si eso le supone llegar tarde a su casa.
Esa prisa por acabar una sesión y empezar la siguiente (que en Sitges se convierte en paranoia) no ha hecho su aparición en la décimo quinta edición del pequeño pero rotundo Docs Barcelona que el domingo se canceló con la proyección de The human tower (2011) de Ram Devineni y Cano Rojas, una muestra de que algo tan catalán como los castellers se vive con similar emoción en lugares tan alejados de Villafranca de Penedés como Mumbai o Santiago de Chile.
Así, por ejemplo, el cineasta ruso Víctor Kossakovsky nos contó que para la elaboración de su hermoso documental Vivan las antípodas! (2011) viajó a los ocho países del mundo que tienen en sus antípodas tierra firme y no agua. Un generoso presupuesto y cuatro años de trabajo le permitieron volar primero a Buenos Aires en donde, para superar el jet lang, se metió a escuchar música en una tienda de discos. Prendado de una de las canciones reproducidas, compró el CD y se lo llevo a las localizaciones. Al llegar a la remota región de Entre Ríos, en el centro del país, los encargados de cobrar un mínimo peaje por pasar un pequeño puente que sorteaba un río estaban escuchando esa misma canción.
Y Kossakovsky se quedó allá junto con su equipo, primero filmando el puente y a sus responsables desde la orilla opuesta durante dos semanas y luego acercándose progresivamente a la pareja protagonista que sirve de hilo conductor a su trabajo. Una vez que el director de Russia from my window (2003) hubo capturado los diálogos y atardeceres que le agradaban se fue hasta Shanghái y localizó otro puente, pero esta vez el que sirve de acceso a la ciudad a miles de trabajadores. Parecidos procesos llevó a cabo en Chile, donde literalmente espió y grabó a un hombre que sólo se comunicaba con ovejas, para luego encontrar en Rusia a una mujer que vive igualmente aislada y que recibe la visita de su hermana; en Nueva Zelanda, donde la textura de la piel de una ballena varada en la playa encuentra su doble en la superficie de unas piedras españolas; y finalmente en Hawái donde un desolador paisaje volcánico tan alejado de Perdidos (2004-2010) de J.J. Abrams, Jeffrey Lieber y Damon Lindelof como de Los descendientes (2011) de Alexander Payne es contrapuesto con el delta del Okavango en Botsuana. Luego ordenó y relacionó todo ello con ingeniosos efectos digitales que le permiten relacionarlo todo e imaginar, por ejemplo, el tráfico de Shanghái avanzando cabeza abajo respecto a los escasos vehículos que atraviesan el puente argentino. Un documental de autor con causa que cuenta con un impresionante plano de un león bebiendo agua grabado desde debajo de ésta, virguería técnica de la que Kossakovsky no nos quiso revelar el truco.
También en la órbita del documental de creación (invento que ha venido a sustituir al videoarte en este tipo de certámenes) pero con bastante menos medios y rigor es Home Maquina (2011) de Alfonso Moral y Roser Corella que bebe del Workingman´s death (2005) de Michael Glawogger pero en formato corto y con una lente que emborrona todo el encuadre excepto su centro. Preguntados sus autores acerca de el porqué de esta decisión, su respuesta fue un balbuceo salvado por Joan Gallifa, moderador y seleccionador, con una frase para la antología “la semiótica es justificar a posteriori las decisiones tomadas por impulso”. Con todo, su duración y el exotismo de estar grabado en Bangladesh lo hacían bastante más entretenido que su compañero de programa My name is Peng (2010) de Jahel Guerra y Victoria Molina.
Peng es un ciudadano chino que desde que llegó a España en 2004 se ha grabado a sí mismo durante más de 60 horas. Pero en esas cintas no hay otra cosa que Peng en su cuarto, Peng trabajando en un restaurante, Peng subido a un andamio, Peng probándose unos zapatos… Fascinados por su hallazgo, Guerra y Molina se tomaron la molestia de visionar completo todo el metraje y traducir del chino los escasos diálogos para llegar a la conclusión de que Peng está muy solo. Y seleccionaron y montaron unas cuantas de esas imágenes en desorden cronológico para demostrarlo. El clímax dramático de la película es Peng reventándose una ampolla en un pie aunque yo personalmente me quedo con la siguiente frase del protagonista: “El primer año que llegué aquí, hablaba con todo el mundo; el segundo hablaba sólo conmigo mismo; a partir de entonces no hablo con nadie”. Afirmación esta ultima que, según confesó Victoria Molina, no le ha impedido echarse novia y vivir actualmente en Murcia.
El premio a la mejor película del festival ha sido para At night, they dance (2011) de Isabelle Lavigne y Stephane Thibault, que combina con soltura exotismo, feminismo y denuncia social al contar la historia de Reda, la madre de tres hijas de clase obrera que en El Cairo actual se ganan la vida bailando en fiestas sólo para hombres. Reda mantiene constantes peleas con la abuela de las chicas por el dinero, argumenta fuertemente con sus criaturas sobre sus vidas amorosas y las previene del consumo de drogas. Así mismo actúa como su representante negociando los contratos, las defiende de los clientes peligrosos y acude a buscarlas a la salida de la cárcel. Un stress de vida dedicada a mantener viva una tradición, la danza del vientre, que ya no se considera de buena reputación en la cambiante sociedad egipcia.
No obstante, para mí el mejor documental del festival ha sido sin duda Give up tomorrow (2011) de Michael Collins. Perteneciente al subgénero de “falsos culpables” que ha dado títulos tan brillantes como Presunto Culpable (2008) de Roberto Hernández o Paradise Lost (1996) de Joe Berlinger y Bruce Sinofsky cuenta la historia real de Paco Larrañaga, hijo de español residente en Filipinas que lleva 14 años en prisión por unos crímenes ocurridos a más de quinientos kilómetros de donde él se encontraba en el momento de los hechos y con varios amigos sirviéndole de coartada. El trabajo da cuenta de todo el cúmulo de despropósitos judiciales que llevaron a su protagonista hasta el corredor de la muerte. Y resulta muy interesante porque, más allá del relato de los acontecimientos, permite al espectador español (en estado permanente de indignación cuando cualquier trámite legal se retrasa más de lo debido) qué significa que un estado realmente no funcione. No estamos hablando de funcionarios más o menos holgazanes o inoperantes sino de una estructura judicial, social y gubernamental a la que la corrupción ha hecho inoperante e irreversiblemente defectuosa. Give up tomorrow (2011) está muy bien contada y se beneficia de la introducción clandestina en la prisión de una cámara de visión nocturna que permite documentar las condiciones en que Larrañaga estaba cumpliendo condena en Filipinas aunque se resiente de sólo apuntar con leves pinceladas qué es lo que realmente le ocurrió a las hermanas desaparecidas y supuestamente asesinadas así cómo el porqué de la elección de Larrañaga como falso culpable. Espectacular el personaje de la señora Chong, madre de las niñas desaparecidas, especialmente cuando tras la sentencia que condena a Larrañaga a cadena perpetua comienza a exigir la pena de muerte hablando como si una de sus hijas muertas estuviera poseyéndola.
(La intervención de las autoridades españolas ha permitido que Paco Larrañaga esté cumpliendo su pena ahora en España aunque sólo un perdón por parte de la Presidencia de Filipinas puede dejarle definitivamente en libertad. Su familia y los responsables de la película recogen firmas para ello en www.freepaconow.com) Give Up tomorrow (2011) ha ganado el Premio TV3 de Derechos Humanos que esperamos sirva para algo útil.
Caminos de compromiso social recorre también Ithemba (2010) de Elinor Burkett y Errol Webber, la película que se encargó de inaugurar el certamen. No hay en esta ocasión falsos culpables sino un grupo de discapacitados de Zimbabue que se dedican a la música en algo así como una versión extrema de la serie Glee (2009- ) de Ian Brennan, Ryan Murphy y Brad Falchuk. Ithemba (2010) empieza rozando la pornomiseria (¡qué socorrido es grabar a un discapacitado haciendo sus necesidades matutinas para demostrarle al público tu compromiso con la realidad!) pero pronto se centra en una historia de superación personal estructurada a la manera de una temporada de la citada serie de Ryan Murphy, viaje a la Tierra Prometida (o sea USA) incluido. Todo es de muy buen rollo en Ithemba (2010), aunque el verdadero documental estuvo una vez más en lo no grabado, en los viajes que sus directores se hicieron por Zimbabue, un país con el 95% de paro y carreteras en penoso estado, a bordo de un autobús cuyos pasajeros (los discapacitados que forman la banda Liyana) eran considerados como “malditos” o directamente como criaturas infernales por la mayoría de sus conciudadanos. Burkett y Webber llegaron a contratar a un albino (algo así como el diablo en muchas culturas africanas) para espantar a los policías corruptos y a todo aquel que ponía trabas a la grabación.
Otra visión de África más original y diametralmente opuesta es la que ofrece la insólita Dimanche a Brazzaville (2011) de Enric Bach y Adrià Monés que ganó con toda justicia el premio del público. Sus 51 minutos de duración se quedan cortos a la hora de mostrar cómo en el Congo florecen fenómenos de cultura popular tan alucinantes como los sapeur, unos individuos que dedican sus escasos recursos a vestirse con trajes de diseñadores europeos (o al menos con cuidadas imitaciones) y que salen a las destartaladas calles de Brazzaville con una actitud que recuerda a la narrada por Gabinete Caligari en aquella canción que decía “caray/ ya no hay / prestigio ni personalidad / pues muy bien / soy el rey/ en mantener la raya del pantalón”. Los sapeur adoptan apodos y tienen reglas muy estrictas sobre cuántos colores se pueden combinar en un mismo atuendo. Junto a ellos, la historia de unos aguerridos luchadores de wrestling que no están demasiado lejos de los que tras una máscara se pegan los rings mexicanos y que subrayan el valor de la lucha libre en la superación (al menos personal) de las crisis económicas.
El premio Nuevos Talentos ha recaído en How I filmed the war (2010) de Yuval Sagiv, por su «intensidad, rigor, riesgo y su multiplicidad de lecturas».
Esperemos que las “retallades” no afecten al futuro de un festival que sabe aprovechar en beneficio propio sus limitaciones y que ha sido capaz de superar la presencia del logotipo de “Spanair” en su lista de sponsors.