Navid Nuur, la luz desencadenada
El Matadero acoge hasta el 8 de abril la primera exposición del artista iraní Navid Nuur en Madrid, Hocus Focus: un recorrido de bombillas, tubos fluorescentes y gases de neón con los que Nuur explora las diferentes maneras de expresar la luz pura.
Entonces Dios dijo: «Hágase la luz». Y la luz se hizo. Con el paso del tiempo, el hombre primitivo aprendió los rudimentos de su creación. La cultura del fuego fue transmitida de generación en generación, alumbrando el camino que llevó al hombre a su establecimiento como raza dominante del planeta. Sin embargo, la luz siempre fue un ser díscolo y salvaje, y para su amansamiento fue necesario encerrarla en candiles y lámparas. Unos siglos más tarde, estas cárceles fueron evolucionando en toda una serie de tipologías lumínicas algo grotescas que van de las bombillas de vidrio a las bacterias fluorescentes. No obstante, el fundamento fue siempre el mismo: la luz, como si de un genio oriental se tratase, debía vivir encerrada en su lámpara mágica.
Hasta que un día Navid Nuur (Teherán, 1976) decidió romper sus grilletes y liberar al genio. El resultado es Hocus Focus, una exposición en donde el artista despoja a la luz de sus vestimentas. Su primera exposición en España coincidirá en el tiempo con ARCO, que en su edición presente estará dedicada los Países Bajos, el país en donde, pese a su origen iraní, Nuur trabaja y vive.
Quizás, para una mejor comprensión del trabajo de Nuur convenga describir el espacio expositivo en donde se aloja. La Nave 16 del Matadero es un recinto industrial de piedra, ladrillo y hierro: la aspereza de estos materiales junto con la ortogonalidad del lugar evocan una atmósfera inhóspita y fría. Sin embargo, en esta ocasión Nuur ha poblado el espacio sombrío con pequeñas instalaciones lumínicas que sitúan el lugar en una dimensión penumbrosa. La luz y la oscuridad se alternan a los ojos del visitante, lo que permite la sigularización de cada una de las obras.
Son trece los trabajos en este espacio, catorce si contamos el periódico que acompaña a la muestra. Es precisamente en éste en donde encontramos algunas pistas sobre los fundamentos que rigen las creaciones: bajo el título de “El rastro de la luz”, el boletín recoge documentos tales como el proceso de “resurrección” de un tubo halógeno, la descripción sobre el polvo que reviste unas luces de neón o incluso la entrevista esperpéntica que realiza Nuur al color negro. En todos estos casos, el iraní se siente fascinado por la huella invisible que deja la luz cuando desaparece. Según el artista, la luz viaja a una velocidad mayor que nuestra capacidad de percibir los objetos. “Para mí, esta disparidad (…) significa que no puedo ver el objeto en el presente —soy demasiado lento para ello— sino que realmente lo veo en una constante ausencia de futuro”, apunta el autor.
O lo que es lo mismo, la luz es siempre el fantasma del objeto. Las obras de Nuur parecen cargadas de una luminescencia latente que se manifiesta cuando se interactúa con ellas. Así, por ejemplo, la luz de una linterna que se entrega al visitante revela las vetas de colores de un cristal (Untitled, 2011-2012); en un extremo de la sala, una lámina brilla con fuerza cuando el flash de la cámara incide sobre ella, creando un estampado de leopardo (From the series of The Eyecode of the Monochrome, 2012). Las luces de estos trabajos se enciende y apagan en periodos de un minuto: sus resplandores influyen en las obras adyacentes, lo que crea un paisaje lumínico dialogante y siempre nuevo.
La luz en ocasiones se manifiesta como el ser salvaje que es, con vida propia. En unos viejos tubos de neón sin conectar, el fulgor de un gas inyectado por el artista resplandece como si de un fantasma se tratase (Estudio previo de Dan’s Ghost, 2010); de la misma manera, dentro de un enorme tanque cilíndrico unas bolitas de luz fosforecen en el aire, semejantes a diminutas luciérnagas (Hitherto II, 2012). Lo invisible se manifiesta también en una montaña de sal a la que se han añadido pequeñas virutas de metal e imanes (Mineralium, 2011-2012): la interacción entre los tres materiales crea en la montaña pequeños cráteres volcánicos.
Pero quizás, la obra más poética de la exposición sea Ours (2012), una pantalla de grandes dimensiones sobre la que proyecta la diapositiva de una lágrima. El proyector ilumina su prodigiosa estructura interior, plagada de geometrías afines a los cristales de nieve. La luz se convierte así en una especie de hechizo que, al ritmo de hocus pocus (nuestro castizo adacadabra), desvela la magia latente de la gota. Porque sin la luz, sería tan sólo una lágrima.