Entrevista a Paul Viejo
Por Recaredo Veredas.
Poeta, ensayista, relatista, crítico, eslavista y editor, Paul Viejo es, desde hace casi una década, y aunque viva en Milán, una figura insustituible de nuestras letras jóvenes. Ha publicado un libro de relatos en una de las editoriales que más y mejor se ocupa del género: Páginas de espuma. Es un trabajo magnífico y, sobre todo, muy alejado de lo que debería ser un libro de relatos. Ha tenido la gentileza de responder a mis preguntas:
-Tus relatos están muy definidos por un registro marcado, casi desafiante. No es la tuya una voz invisible, que deje el peso a los personajes. ¿La elección de un lenguaje tan definido es consciente?
Sí, claro, muy consciente, y seguramente sea la cosa que más me importa. Trabajar con el lenguaje hasta que siga reconociendo mi discurso pero quede plasmado de forma completamente diferente a como lo haría en cualquier otra situación. A veces de forma hiperconsciente y a veces dando hiperimportancia. Pero como le digo a mi madre: el día que escriba como hablo, o como podría contarte una anécdota en un bar, ese día pasaré de hacerlo. Incluso esa elección aunque vaya, como tú insinúas, en perjuicio de otras cosas, como los personajes o las historias, pero es que me parece que, paradójicamente, el lenguaje es el único lugar donde podemos esperar algo inesperado. (¿No crees que el término “voz invisible” es muy peligroso además de una preciosa sinestesia?).
-¿Quiénes son los ensimismados y quiénes los descreídos en nuestro cruel mundo?
Los ensimismados son unos fracasados, son todos aquellos que fracasan una y otra vez pero que confían tanto en lo que hacen, en lo que creen, en lo que defienden, que no dejan de intentarlo, moviéndose en espiral, casi obsesionados. Los descreídos son unos fracasados, también, todos aquellos que fracasan una sola y definitiva vez por exceso de confianza, o por exceso de conocimiento, o por exceso de pasión en las ocasiones en las que lo intentaron. Ambos son igual de inútiles en nuestro “cruel mundo”, pero me interesan ambos por lo que tienen de “excepcional”. Como la literatura, que no deja de ser una cosa inútil y excepcional a la vez. (¿No crees que, en general, la mayoría somos una mezcla de ambos, es decir, ni fú ni fá, nada de extremos y algo homogéneos, indiferenciables?).
-¿Dónde se sitúa la frontera entre el narrador y el autor en esta obra? Su intromisión en la historia y su curiosa relación con los personajes.
No es mi tarea establecer fronteras, si acaso –y solo si las necesita– del lector. La de un escritor sería, en todo caso, la contraría, desdibujar fronteras, abrumarlas, llenarlas de bruma. Pero, vamos, que si pienso en esa curiosa relación que dices que tengo con los personajes, solo puedo contestarte con algo íntimo, parcial y, seguramente, erróneo: es que no me creo que un autor tenga por qué desaparecer. ¿En serio algún lector actual se cree que las historias vienen de la nada, que no las cuenta nadie o que te puedes quedar embarazado con un beso? Sea como sea, soy yo quien está contando esa historia. Así que puedo impostar voces, pero que soy yo no se me olvida. Ni quiero. Luego, exigimos cada vez más que el autor sea una cosa mediática, visible, un producto más, y, joder, ¿le pedimos que desaparezca de la única cosa que puede realmente ofrecer cuando está en su mano hacerlo? (¿No crees, de todas formas, que si considerásemos ficción lo que leemos en un libro de ficción todo sería “un personaje más” y nos quitamos a ese pesado del autor de en medio?).
-¿Te consideras postmoderno? ¿Cómo te relacionas con las decenas de tendencias que te rodean?
¡Y yo qué sé! Aunque la posmodernidad… Ya pasó, ¿no? En serio, da igual, porque eso es una clasificación que tiene que hacer el lector (un lector crítico), y porque tengo claro haber aprendido mil cosas de mil tendencias o épocas o escuelas o accidentes, y porque que tengo la convicción de que para cuando haces una cosa, ya ha habido otro que la ha hecho antes, así que, al final, uno es una mezcla de todas las cosas que ha probado, utilizada –con suerte– de una manera personal. De todas las tendencias (que no son tantas) que me rodean he logrado coger cosas, aprender, envidiar o descartar, aprendiendo, algo. Me juego el dedo meñique a que soy el lector menos prejuicioso que he conocido. (¿No crees que limita un montón tener que situarse en un punto concreto y que lo que he hecho en este libro puede ser “tendencialmente” contrario a otro que me apetezca hacer en otro momento?).
-Las historias, entendidas como sucesión de peripecias, no protagonizan la obra pero sí, parece inevitable, existen. ¿Cuál es tu relación con las peripecias?
Con las “peripecias” me llevo muy bien, las cuido. Cuido tener muchas peripecias y hacer muchas cosas e intentar que me pasen cosas interesantes, porque si no, no habría nada. Con lo que me llevo fatal es con contárselas a los demás, siempre acabo con la tentación de preguntar: “¿Cuánto te debo?”. No hay cosa que más me aburra que esa persona que me cuenta todo lo que le pasa, hasta el último detalle. O peor, que encima se las inventa. Y con los libros lo mismo: las historias no me sorprenden, porque en realidad hay pocas cosas sorprendentes. Las hay personales, las hay únicas, si quieres. Pero, o me las cuentas de manera que me sorprendan, y en esto entra de nuevo el lenguaje, o no me las cuentes porque acabaré desconectando. Porque las peripecias son una buena excusa, como en la calle, para conectar con alguien, pero siempre estamos buscando algo más. (¿No crees que detrás de una aparente-formal-buena historia, o de una mala o en la que no pasa anda, siempre se está hablando de otra cosa y que eso nos deja a todos más margen de acción?).
-Has tocado todos los géneros, ¿crees que te beneficia o te dispersa?
Me beneficia, me beneficia. Me dispersa, me dispersa. Ambas. Depende del día. La experiencia es beneficio, ¿no? Yo sería mucho mejor tipo (que no persona) si hubiera aprendido a conducir, si hubiera tenido algún título decente (o alguno), si hubiera estudiado física… además de leer y escribir. No probar otras cosas nos limita, así que mejor evitar evitarlas. Pero también lo otro, claro. Aunque no hay refrán que más odie que ese de “el que mucho abarca…”. Pero, vamos a ver, eso será si tengo un objetivo claro, si quisiera llegar “a ser algo”, ¿no? Me encanta “apretar”, apretar varias teclas, pulsarlas, porque no sé que saldrá cada vez, y eso me ilusiona. Tres de mis autores preferidos –de una lista de mil y pico–, Nabokov, Beckett y Svevo, lo hicieron, le “apretaron” a la narrativa, al teatro, a la poesía y al ensayo. Y yo, que escribo únicamente por envidia, de la mala, no voy a dejar de intentarlo. (¿No crees que insistir toda la vida en una sola cosa, o en un solo género, tampoco te asegura el éxito, es decir, lograr lo que querías hacer como lo querías hacer?).
-Contar o no contar, hablar o callar. ¿No son estas opciones las que mueven la literatura desde el principio de los tiempos?
Mentir o no mentir. Esa es la gran duda cuando usamos la literatura. Perdón, cuando la hacemos, que usar es un verbo de los feos. Podemos narrar mucho o poco, ser elípticos o verborreicos, pero eso a un escritor no debe preocuparle. Solo si miente o si no. Y esto no tiene nada que ver con “ficción” o “no ficción”. Sino con integridad. Las opciones de la literatura son dos: ser íntegra o no valer para nada. (¿No crees, como yo, que es precioso que algo se conserve, en esencia, igual después de tanto tiempo, obsesionados como estamos con cambiar las cosas, cambiar las cosas, cambiar las cosas?).
-¿Para quién escribe Paul Viejo? ¿A qué lector se dirigen tus narradores?
Paul Viejo escribe (y está desarrollando una peligrosa pasión por la tercera persona) única y exclusivamente para enamorar a la Rubia, porque una vez le dijeron que sin admiración no hay amor y porque, como día a día Paul Viejo comete tantos errores, tantas pequeñas y grandes traiciones, da tantos pasos que lo hacen asomarse al precipicio, piensa que, con esta actividad tonta que es transformar las palabras, así quizá pueda conservar esa admiración y conservarla. A ella, sea quien sea, porque eso nunca termina tampoco de estar claro, como en mis cuentos. Ahora, es para lograr eso por lo que utilizo estos narradores que, sinuosamente, le van diciendo cómo es mi mundo. Igual que al lector al que me gustaría estar dirigiéndome, que, como a esa Rubia abstracta, le exijo participación, le exijo extrañamiento, le exijo sorpresa y le pido, sin exigencias, que quiera conocer a alguien a quien no terminará de conocer del todo, conocer un mundo –el nuestro– que no terminaremos de conocer y que por eso no puedo explicar. (¿No crees, aun así, que tener un mismo tipo de lector siempre, para todos los libros, también es algo bastante limitado?).
-¿Cómo definirías la influencia sobre tu obra de otras disciplinas, por ejemplo la música, sobre todo el rock & roll, o el cine?
Inevitable. Yo siempre he dicho que a mí lo que más me gustaría es escribir una canción tonta, ñoña, sensiblona y simple, que hablase de por qué me has dejado, de cuánto te quiero, de cómo fuimos capaces de cualquier cosa cuando nos éramos los mejores, igual que en una de Buddy Holly o de Elvis, y que de repente todo el mundo fuera capaz de cantarla a coro en un estadio. ¿Te imaginas? Escribir algo que millones de personas son capaces de corear tapando tu voz. Escribir un cuento, apartar el micrófono y que el resto del mundo lo termine. Inevitable, ¿cómo no me va a influenciar si estamos todo el día escuchando música (escuchando estructuras)? Aun así debo decir que el cine no me hace disfrutar prácticamente nada, y que veo poco y mal, y así queda más claro lo inevitable de que estemos influidos por determinadas cosas, que no hace falta ni reivindicarlas. (¿No crees que si digo que mi mayor influencia no es otra que la literatura queda un poco pedante, aunque sea verdad, y que yo escribo porque leo aunque sepa que se puede escribir sin haber leído?).
-Próximos proyectos.
Me encantaría ser supersticioso para decirte que preferiría no hablar de eso para no tentar a la suerte. A mi tentar a la suerte me encanta, me vuelven loco las apuestas y los retos con dinero de por medio. Pero si te dijera que estoy escribiendo un libro llamado Euforia, tendría que terminarlo. Y eso no sé ni cuándo va a pasar, ni si llegará a ocurrir. Así que mejor me callo, porque hay gente demasiado atenta a estas cosas. Mira, hace poco el escritor Javier Sáez de Ibarra me recordó que yo había nombrado Los ensimismados, por escrito y como un proyecto cerrado, casi ¡diez años atrás! Imagina si no lo hubiera terminado o si se hubiera quedado en nada, que es lo que suele pasar con los proyectos… Uff, mejor no. (¿Y no crees que esa es la peor pregunta que le pueden hacer a un escritor, y tú lo sabes, porque es como preguntar “qué estás escribiendo”, es decir, “porque… estás, escribiendo, verdad”?).
ser positivo y “vivo” con el don de la palabra.Alegria.