Sangre azul entre naranjos.
Por Alfredo Llopico.
De singular, cuanto menos, puede calificarse la historia de Adela Lucía. La última amante de un rey romántico. Entre la historia y la leyenda, publicada recientemente por la Diputación de Castellón, donde el historiador burrianense Norberto Mesado, y gracias a testimonios recogidos entre los mayores de esta localidad de la Plana Baixa, afirma que el bisabuelo del rey Juan Carlos I, es hijo de una mujer de les Alqueries y no de la reina María Cristina.
Mesado ha dedicado más de una década a investigar y estudiar la vida de una misteriosa mujer, Adela Lucía Eduarda de la Santísima Trinidad Almerich Cardet (1854-1920). Considerada por unos «una gran señora y por otros una fulana», lo que nunca había trascendido más allá del saber popular es que se trataba de la amante de Alfonso XII. El rey, camino a Barcelona en tren desde Valencia, paró a la altura de la estación de Burriana y Alqueries y se quedó prendado de la joven, que entonces era una humilde guardabarreras.
Guapa, espigada, «alta como una palmera», de tez blanca y oscura cabellera, enamoró al monarca. Pero estaba casada. Así que el rey mandó al marido a la guerra de Cuba, donde murió, y ya no regresó nunca más. Luego, hizo construir junto a la vía férrea un chalet, con su puerta principal frente a los raíles, para visitarla sin ser observado por el vecindario. El vagón real era visto hasta el amanecer en una vía muerta hasta que, al despertar del alba, tomaba el camino de regreso a la corte sin que nadie pudiese verle por la escasa luz de la alborada. Pero todos lo adivinaban.
El historiador considera que hay cierta leyenda en el modo en el que se conocieron, que posiblemente no fue cuando ella era guardabarreras sino años después cuando, según otras fuentes, frecuentaba círculos influyentes gracias al estatus de su marido, que en realidad era un adinerado vecino de Vila-real, Matías Cantavella. Lo que sí da Mesado por cierto, como demuestra la documentación facilitada por un reconocido historiador cubano, es que Cantavella falleció en la guerra de Cuba «como un hombre soltero».
Pero la historia no acaba aquí. Las confesiones de la gente continúan al añadirle un cambio de bebés. Tras morir Alfonso XII la reina María Cristina tenía dos hijas, las infantas, pero estaba embarazada. Según el «Pacto del Pardo», del que los historiadores de la época no supieron explicar su contenido por el enorme secretismo que lo rodeó, se dice que Cánovas del Castillo, urgido a consolidar la restaurada monarquía borbónica y protegerla de conspiraciones carlistas y republicanas, se reunió con Sagasta para darle el mando a cambio de que guardase el secreto de la continuidad de la sucesión de la corona en el caso de que el tercer hijo del rey no naciera varón. Como así ocurrió. Por ello, y alegando razones de estado, el hijo de Adela Lucía fue intercambiado por la hija que había tenido, casi al mismo tiempo, la reina. De este modo Alfonso XIII, hijo natural de Alfonso XII y Adela Lucía, fue hecho pasar por hijo legítimo del matrimonio real. Adela Lucía adoptó como propia la que en realidad era hija carnal del matrimonio real, para sembrar en tierra de naranjos una estirpe de sangre azul anónima, lejos de la corte de Madrid, alcurnia que a partir de entonces siempre ha sido rodeada de toda clase de secretos.
Tras esta decisión, Adela Lucía será desterrada a Barcelona por la reina regente y se irá acompañada de una criatura que prácticamente nadie sabía quién era, y de un pequeño séquito de criadas. En una de las entrevistas a Lola Serra, descendiente de una prima hermana de Adela Lucía, cuenta que Alfonso XII había muerto en sus brazos y se dice que estando ya muy grave el rey, Cánovas le prohibió a María Cristina y a la reina Isabel II, su madre, entrar en la habitación, cosa inexplicable si no es porque el rey estaba acompañado por quien él más amaba, relata Mesado en su libro.
La niña Adelita nunca supo de quiera era hija, ya que su partida de bautismo deja en blanco los apellidos de sus padres y abuelos. Su madre nunca le quiso confesar su más hondo secreto. Así lo asegura una de las hijas de Adelita, Rosalía Fenollosa, que vive en Barcelona y guarda su diario, en el que muestra su angustia por la misteriosa historia que rodeó su vida, aunque da por verdadera la historia que narra Norberto Mesado. «Mi madre tenía un cerrojo en la boca, no quería recordar a mi abuela, porque ella también lo tenía. Muchas veces se le ponía de rodillas y le suplicaba que le dijese quién era ella, cosa que nunca consiguió saber», recuerda la nieta de Adela Lucía en el libro. Y es que nunca tuvo respuesta a la pregunta de si ella era verdaderamente la tercera infanta de España y su verdadera madre era la reina María Cristina.
Adela Lucía siguió cobrando una modesta pensión del estado que no le bastaba para cubrir sus gastos, por lo que fue vendiendo sus alhajas, sus tierras y el chalet donde había vivido sus amores con el monarca. Privada de movimientos, y ya en su lecho de muerte en el Hospital Provincial de Castellón, las relaciones entre hija y madre eran frías y distantes, pero «Adela ordenó a una monja, que la cuidaba, que mandase un telegrama a su hija para que corriera al hospital y confesarle su secreto. El telegrama llegó a la casa del amante y no de su hija y cuando se lo comunicaron ya era tarde porque Adela había fallecido», recoge Mesado. Murió sola y pobre sin ningún vestigio del lujo que rodeó su vida. Sus restos descansan en una fosa común del cementerio de Castellón.
Es esta la historia una mujer de fuerte personalidad, libre de vínculos morales, ama y señora de su vida, lo que no deja de ser algo insólito para la época. Su privilegiada posición económica y un poder de influencia propio de la élite de la que formaba parte la harían sentirse poderosa, proporcionándole una aura y refinamiento que debió de alimentar su leyenda entre la gente del pueblo, asombrada al verla cómo vivía rodeada de pájaros exóticos mientras fumaba puros habanos que envolvía con billetes.
Una historia verosímil en el que todas las piezas encajan. La suerte es que nunca acabará por resolverse. Por eso, nos quedará su leyenda para siempre.
Yo he estado, de pequeña en Villa Adela, la casa de les Alqueries. .Me assombraba el lujo interior, ya que el marido de una prima de mi padre, nacido en Borriana»,era el prpoetario y siempre hablaba de su abuelita con mucho misterio. Me gustaria saber como puedo seguir el hilo de esta historia.