En alerta. Lady Macbeth de Mtsesnk en el Teatro Real

@CgdlV

En 1865 Nikolai Leskóv publicaba la novella «Lady Macbeth del distrito de Mtsesnk». Se trata del relato brutal y aséptico de la cadena de crímenes a la que su protagonista, Katerina Lovonva, mujer de un comerciante de provincias, se ve abocada por el aburrimiento y la miseria moral que le rodea. La narración, a pesar de carecer de todo efectismo y de la implicación emocional del narrador, resulta devastadora y nos ofrece una disección certera y fabulada de una sociedad corrupta y deshumanizada de la que Katerina no es más que una consecuencia.

 

Unos sesenta años después Dimitri Shotakovich, en plena consolidación de la dictadura stalinista y ungido como el compositor del régimen soviético, se inspiró en este relato de Leskóv para componer su segunda ópera, que se estrenó en San Petesburgo en 1934 y que rápidamente cosechó un éxito importantísimo tanto en esta ciudad como en Moscú. El enfoque musical y dramático de Shostakovich, que la definió como una «tragedia satírica», es radicalmente opuesto a la narrativa de Leskóv. Donde allí todo era frío y analítico en la obra de Shostakovich aparece exuberante, lírico, estridente y brillante. La descripción de los personajes secundarios es arquetípica, y los tres hombres de la trama: el suegro, el marido y el amante de Katerina, representan todos los tipos de mezquindad posibles no sólo en el género masculino, sino en la naturaleza humana. Katerina sin embargo genera, y en esto coincide con la protagonista de Leskóv, la empatía del público en su caída al abismo, y acaba por resultar la ganadora moral de la trama, aún siendo la perdedora social. Lo que la hace humana y digna de compasión es que su único error es querer ser amada, y esta necesidad de amor desencadena toda la tragedia.

 

El Teatro Real llevó por segunda vez en su historia a su escenario este título y ofreció representaciones el 3, 6, 9, 12, 15, 18, 21 y 23 de diciembre en una producción de la Nederlandse Opera de Amsterdam. La dirección musical corrió a cargo de Harmut Haechen. Su versión pulida y poliédrica hizo que la excelente música de Shostakovich brillase y reflejase desde cada una de sus aristas. El Maestro Haeche, director aleman de 53 años, es uno de los pocos ejemplos de directores musicales y de ópera del «star system» que prefiere que su carrera artística impere cierta ética y coherencia, sacrificando de esa manera quizá un poco de glamour, y dotando sin embargo a los proyectos en los que se embarca de una profundidad de recorrido que no se encuentra habitualmente en este mercado musical de la rapidez y el videoclip. Utiliza Haeche, además, con músicas del siglo XIX y XX una metodología muy parecida al historicismo, y además de usar la partitura, recurre a todas las fuentes documentales a su alcance para alcanzar un conocimiento profundo de la obra que interpreta.

 

La puesta en escena de Martin Kusej, uno de los directores de escena más respetados del panorama centroeruopeo, se apoya en el feísmo. Una imagen poderosa hace que el regista tome partido desde el primer minuto de la representación: Katerina aparece encerrada en una especie de invernadero de paredes transparentes y suelo naranja. El resto del escenario está cubierto de una moqueta negra, mullida, y que, a modo de tampón de tinta negra, ensucia los pies de solistas, coro y figurantes, y hacen que manchen con sus huellas negras -su miseria moral- la estancia de Katerina cada vez que interactúan con ella. El primer encuentro sexual entre Katerina y Serguei aparece desdibujado a través de una potentísima luz de flash intermitente con efecto estroboscópico, que disecciona la escena de sexo en fotogramas, y que hace que no se distinga si hay consentimiento o violación. En cualquier caso esta ambigüedad pronto queda aclarada en el aria en que Katerina proclama su amor, y que Kusej adorna con una preciosa nevada en escena, que introduce un desconcertante lirismo en el mismo momento en el que la tragedia acaba de desatarse con el asesinato de su suegro.

 

Uno de los momentos teatrales más inquietantes de la función es aquel en el que, tras el segundo asesinato, el de su marido, cuatro bailarines, hasta ese momento mimetizados con la alfombra negra, comienzan a andar verticalmente por las paredes del escenario, hasta desaparecer a más de cinco metros de altura.

 

La protagonista absoluta de la producción es la holandesa Eva María Westbroek y en ella descansa el peso emocional y vocal de la ópera. Tiene la soprano muy interiorizado el personaje de Katerina Ismaylova y lo resuelve con aplomo y distancia emocional. Westbroek contiene la cadena de circunstancias extremas por las que pasa la protagonista: el hastío vital que se convierte en arma destructora, llevándola a través del amor, el asesinato, el repudio social, la miseria, el desengaño amoroso y por fin, la muerte, en una especie de rubato actoral. La cantante sabe que debe dosificar las fuerzas para llegar al final de la ópera en condiciones vocales óptimas, por lo que aplica este control técnico a la caracterización del personaje y presenta a una Katerina cautelosa y un tanto mate en las pasiones. El resultado de esta contención es que lo que destaca, en vez del histrionismo de una actriz-cantante excesivamente entregada, son las bellísimas melodías que Shostakovich compuso para este personaje, a través de ariosos y arias perfectamente construidas con reminiscencias veristas, y momentos de tensión y agitación máximos, en los que su voz se funde con el tremendo tutti orquestal, como en el aterrador grito de angustia del último acto.

 

Qué pretendía Shostakovich con esta ópera es un enigma. Por más que dejara escrita correspondencia al respecto, en la vida del compositor las declaraciones de intenciones, las manifestaciones públicas, la música, y su contenido real incurrían frecuentemente en contradicciones. El motivo era el estado de terror en el que le tocó vivir, y lo que es peor, en el que durante muchos años tuvo que ser el compositor oficial y emblema cultural del Soviet, a la vez que se sentía presionado y amenazado por cumplir sus consignas estéticas. La crítica al sistema burgués y capitalista del XIX, o el homenaje a las mujeres rusas me parecen teorías muy burdas y simples. En cualquier caso pasando esta ópera por el tamiz de lo simbólico e incluso de lo mitológico, Shostakovich nos advierte que la tragedia está al acecho en nuestra existencia. Vivir es duro, y en circunstancias extremas podemos dar pasos falsos y tomar decisiones equivocadas. En el cruce de caminos al que nos conduce la miseria -moral, económica, o social- elegir uno equivocado y seguir andándolo puede desembocar en una tragedia de enormes proporciones, en el descalabro por completo de una existencia, hasta llevarte a un caos en el que la muerte sea preferible a seguir luchando. Parece que quisiera decirnos: en la vida hay que estar alerta, como no lo estaba Katerina. Como él mismo tuvo que estarlo permanentemente

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