Etta James, el espíritu irrenunciable del Blues


 

Por Javier Franco.

El pasado 8 de Noviembre Etta James editaba The Dreamer, a la postre su último álbum. Con 73 años de edad, la antigua cantante del sello de Chicago Chess Records no podía permitirse bajarse del escenario. Y ello a pesar de que sus últimos meses de vida estuvieron marcados por la leucemia que el pasado 20 de Noviembre se la terminaría llevando de este mundo. Nacida en 1938 en la ciudad de los Ángeles, la vida de Etta siempre estuvo marcada por un cierto halo de tragedia, de lucha contra los elementos; lo cual no impidió que nos legara canciones ya eternas como “I’d Rather Go Blind” o “All I Could Do Is Cry”.

 

Educada musicalmente en St. Paul, la iglesia de su barrio, el gospel se convirtió en una de las primeras enseñanzas que la joven Etta recibió. Una tradición que se convertiría en una de las señas de identidad de su música a lo largo de sus casi sesenta años carrera. Esa y el blues, al que la cantante nunca renunciaría, a pesar de los intentos por parte de sus productores de convertirla en una estrella a los mandatos de la última moda en boga. El primero de ellos, Johnny Otis, compositor, cantante de R&B y descubridor del potencial de la cantante cuando esta apenas llegaba a los catorce años de edad. Caprichos de la vida, Otis fallecía el pasado martes 17 de Enero, apenas unos días antes de su pupila Etta.

 

Los años cincuenta llegaban a su ecuador cuando la adolescente salida de la ciudad de Los Ángeles, en esos momentos parte del grupo Peaches, cosechaba su primer número uno en las listas de éxitos con “The Wallflower (Dance With Me, Henry)”, estandar de R&B basado en la canción de “Hank Ballard (Work With Me Annie)”, y que pretendía dulcificar el contenido “sexual” de ésta con la intención de hacerlo encajar en el “mercado blanco”. Por desgracia, el éxito de la cantante apenas tendría continuidad -o, habría que decir, visibilidad- en los años venideros, sin embargo, serviría para que conociera a Harvey Faqua, cantante del grupo de doo-wop The Moonglows, con el que tendría una relación amorosa y que le brindaría la oportunidad de dar el salto a Chess Records. En el año 1960 Etta James aterrizaba en el sello por excelencia del blues eléctrico.

 

Durante los cincuenta y buena parte de los sesenta Leonard Chess consiguió aunar en torno a sus estudios en la ciudad de Chicago una de las mejores generaciones de blues-man de la historia. Artistas como Muddy Waters, John Lee Hooker, Willie Dixon, Chuck Berry o Howlin Wolf convirtieron a la ciudad de Illinois en cuna del blues y el rock&roll más bailable de todo Estados Unidos. Un sonido directo y de pocos artificios que contrastaba con la música de tintes sentimentales de Etta James. Y es que la cantante podía presumir de tener la fuerza y el frenesí de las cantantes de gospel, pero sin renunciar por ello al nuevo estilo soul -todavía con arreglos pop- en el que empezaban a despuntar voces como Sam Cooke, Solomon Burke o Tina Turner. En palabras del musicólogo Charlie Gillett, era “el equivalente femenino de Bobby Bland”.

 

“A Sunday Kind Of Love”, “At Last!” o “All I Could Do is Cry”, composiciones que se acoplaban perfectamente al alma de la cantante, pasaron a formar parte de su repertorio hasta conformar el grueso del primer disco que firmó para Chess. Un álbum en el que sobresalía la capacidad de Etta para la interpretación de letras dolorosas sin perder por ello un ápice de garra. Sin duda, el blues era su lenguaje preferido, aquel en el que la artista se mostraba en todo su esplendor. Sin embargo, era necesario convertir a ese diamante en bruto, a esa joven de pelo rubio que había llegado desde la soleada California, en una cantante a la moda.

 

La primera piedra para esa “transformación” tuvo lugar con la edición en 1965 de The Queen Of Soul, disco de revelador título en el que Etta disputaba el título para encabezar la realeza soul con artistas de la talla de Aretha Franklin o Otis Redding y, de paso, convertirse en la apuesta del sello de Chicago frente a Atlantic, Stax o Motown. Pero sería tres años después, con la publicación de Tell Mama, cuando Etta alcanzaría su cumbre creativa en el género por excelencia de la música negra de los sesenta. No obstante, cosas del destino, el éxito le volvería a llegar a través de una balada que apuntaba directamente a ese estilo en el que se sentía como pez en el agua: el blues.

 

De todas las canciones contenidas en este disco de 1968, “I’d Rather Go Blind” sería con el paso del tiempo uno de los temas más asociados a la cantante. Su voz dulce, acompañada de los metales y el coro femenino, hacía de esta composición un clásico instantáneo y alzaba a la artista al olimpo de las elegidas. Si es que todavía quedaba algún escéptico en el auditorio.

 

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 Alcanzado el cenit, la carrera de la artista pasaría a un segundo plano. Chess Records perdía poco a poco su posición privilegiada, mientras los gustos musicales viraban hacia el recién descubierto estilo del funk. Incluso en 1970 la cantante editaba un disco bajo el rótulo de Etta James Sings Funk que, a pesar de estar compuesto mayoritariamente de diversas composiciones R&B y blues, pretendía llamar la atención de aquellos que abrazaban la nueva moda musical. Eran tiempos de cambio. Los esperanzadores sesenta, la década de la jóven América, dejaban paso a unos años en los que la tradición del gospel y el blues perdían terreno en las listas de éxitos. También Etta que, enfrentada varias veces con la justicia, se disolvía en sus propias adicciones.

 

A pesar de ello, el espíritu indomable de la cantante nunca renunció a seguir subiéndose a un escenario mientras regalaba de vez en cuando un nuevo disco a sus seguidores. En 1994 rendía tributo a uno de sus mayores referentes con el disco Mystery Lady: Songs of Billie Holiday. Y un año después editaba una autobiografía con el delatador título Rage To Survive: The Etta James Story. Allí la veterana cantante se despacha a gusto, como ya lo hiciera hace tan sólo unos años cuando, todavía viva y en facultades, veía como el presidente Obama llamaba a Beyoncé para interpretar su clásico “At Last!” en la toma de posesión del mandatario estadounidense. La misma Beyoncé que un año antes había interpretado el papel de la propia Etta en la película Cadillac Records, historia cinematográfica consagrada a Chess Records, y que había provocado las iras de la cantante al ver como la joven y prefabricada estrella se llevaba todos los aplausos a costa de una Etta condenada a los circuitos de segunda.

 

Y es que nadie podía hacer callar a la artista de Los Ángeles. Poco importa si se trataba de gospel, R&B, soul o incluso jazz. Su registro vocal daba para eso y más. Su desgarradora manera de interpretar, unida a su temperamento, eran la prueba definitiva de que nos encontrábamos ante una de las grandes. Una fuerza de la naturaleza que permaneció libre hasta que la muerte quiso llevársela.

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